Finalmente, el cuarto volumen de Veinte años de canción en España (1963-1983): De un tiempo y un país salió en 1987. Era el punto final de un gran proyecto y de una etapa muy importante en la historia de «mi vida entre canciones».
Tuve la suerte de que las cubiertas las ilustrase la pintora salmantina Isabel Villar. Artista plástica que, cinco años antes, había creado el lienzo que Fernando Trueba utilizó para el cartel de su película Mientras que el cuerpo aguante; documental sobre la vida, las canciones y el mágico universo imaginativo y creador de Chicho Sánchez Ferlosio.
El prólogo correspondió en esta ocasión al filósofo, catedrático de Ética y Sociología, y ensayista José Luis López Aranguren. Hombre radicalmente demócrata y apasionado por y para la libertad que, en 1965, fue expulsado de la universidad junto a Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo, acusados por Franco de incitar en sus clases a la subversión.
Yo siempre había sentido una muy profunda admiración hacia Aranguren, había leído y subrayado sus libros y me lo había encontrado más de una vez como espectador en los conciertos de los cantautores en Madrid durante los años de la transición. Fue precisamente en uno de esos conciertos donde me acerqué a saludarle y mantuvimos nuestra primera conversación.
Recuerdo que Luís Llach viajó a Madrid para presentar su disco Astres (1986) en el teatro Monumental; maravilloso concierto del que pudimos disfrutar varios días. En aquellos tiempos era bastante habitual que los creadores catalanes, vascos o gallegos cantasen en Madrid; tenían bastantes posibilidades de hacerlo y un público que llenaba sus conciertos. Hoy por hoy, ese disfrute resulta cada vez más impensable en una ciudad que, como tantas otras, es capaz de llenar un polideportivo para escuchar a alguien que canta en inglés, pero que pasa casi absolutamente de descubrir y disfrutar la obra de creadores catalanes, valencianos, vascos o gallegos que componen y cantan en sus propias lenguas. Esto es algo que no puedo entender y que me cabrea bastante.
El día del estreno de Astres, al llegar al teatro Monumental y sentarme en la butaca, me di cuenta de que dos filas más adelante estaba el profesor Aranguren. No pude reprimir las ganas de saludarle y, en el descanso del concierto, me acerqué a él. Hablamos no más de cuatro minutos y, con verdadera sorpresa y mucha alegría por mi parte, me dijo que tenía y había consultado alguna vez mis libros de Veinte años de canción en España. Jamás lo habría imaginado. Cuando terminó el concierto volvimos a vernos en el camerino saludando a Llach y José Luis me dio su teléfono. Me invitó a volver a encontrarnos para continuar nuestra conversación.
Esa misma semana llamé a Aranguren y quedamos en su casa. Me comentó que estaba escribiendo un nuevo libro de ensayos al que iba a titular Ética de la felicidad y otros lenguajes (que llegó a ser Premio Nacional de Ensayo en 1989) y a partir de ahí nos pusimos a hablar de la «canción de autor». Descubrí que en ese terreno compartíamos pasiones y convicciones. José Luis Aranguren era un verdadero adicto a la «canción de autor».
En el contexto de aquella conversación le propuse que me escribiera, si podía y le apetecía, el prólogo del cuarto volumen de Veinte años de canción en España que, además, cerraba el proyecto. Me dijo que sí. Le mandé el original. A los pocos días volvimos a encontrarnos en su casa y ya lo tenía.
En aquel prólogo había dos reflexiones que, desde que las leí por primera vez, me gustaron y me llamaron la atención.
Una de ellas es la utilización que hace Aranguren de la expresión «razón utópica», entendida como capacidad para pensar que un mundo mejor es posible y que, en consecuencia, merece la pena esforzarse por conseguirlo. Ya lo habíamos comentado antes en su casa: las canciones de los años sesenta, setenta e inicios de los ochenta alimentaron y fortalecieron la «razón utópica» de un amplio sector de la ciudadanía, o sea, alimentaron y fortalecieron nuestro pensamiento esperanzado. Ya nos lo cantaba y nos lo advertía precisamente Llach: «Si cal, refarem tots els signes ⁄ d'un present tan difícil i esquerp, / però no abarateixis el teu somni mai més» («Y si es preciso, reharemos todos los signos / de un presente tan difícil y arisco, / pero no empobrezcas tu sueño nunca más»). A partir de aquella reflexión de Aranguren cambié mi forma de pensar, de hablar y de escribir la palabra «utopía» por aquella expresión mucho más concreta y comprometida: la «razón utópica».
La otra reflexión que me impactó del prólogo de Aranguren fue la que formuló al inicio del último párrafo, referida al libro: «Es una bella historia de la España contemporánea a través de las canciones». Es cierto, lo he afirmado muchas veces y durante muchos años: en la actualidad y en el futuro, si alguien quiere conocer la verdadera historia contemporánea de nuestro país, tendrá necesariamente que acudir a la «canción de autor», crónica directa y clara del acontecer histórico de «un tiempo y de un país» durante los últimos años de la dictadura franquista y los años nada fáciles (y creo que aún sin cerrar) de la llamada transición democrática. Convicción que, años después, en 1998, dio título a otro de mis libros: Crónica cantada de los silencios rotos.
Seguidamente, reproduzco el prólogo del que venimos hablando:
«Llega la presente obra aquí a su cuarto y último volumen. Los dos primeros fueron dedicados, en una bien hecha repartición de materias, a los sentimientos fundamentales que animaron a la canción española y con los que ella animó a los españoles de los años sesenta y setenta: esperanza, ansia de libertad, búsqueda de una identidad y el amor. Yo no olvidaré nunca la presentación todavía en una política intimidad, si es que pueden casarse estas dos palabras, y desde luego en una intimidad políticamente asediada, que en la sesión de clausura de un congreso internacional nuestro sobre "nouveau roman" y el realismo social, hicieron José María Castellet y sus amigos catalanes de la cançó, de Raimon. Fue un acontecimiento memorable.
»Si la poesía, y en ella, y con ella, la canción, fue "un arma cargada de futuro", los sentimientos políticos suscitados por nuestros cantautores, lejos de oscurecer los problemas –despersonalización, emigración, guerra y violencia, destrucción de la naturaleza, pobreza, injusticia, marginación, lucha de clases, inmovilismo e hipocresía– los pusieron de manifiesto en pujante movimiento de solidaridad, estudiado en el tercer volumen de esta obra. Se tratará con él, nada menos que de hacer caer la "estaca a la que estábamos todos atados”. (A Lluís Llach, hoy buen amigo, lo conocí personalmente mucho más tarde que a Raimon, en el homenaje que ofrecimos en la plaza de toros de Valencia a Joan Fuster. Y por entonces conocí también a José Antonio Labordeta).
José Luis Aranguren con Joaquín Carbonell. |
»Mas antes de empezar a hablar del presente volumen, quiero hacer una referencia al epílogo puesto por Antonio Gómez al segundo tomo. Entre tantas cosas agudas como él dice, quiero destacar la observación del nuevo y artificial papel al que, caída la dictadura, ya en la transición, quiso someterse el cantante, cuya función tiene poco que ver con la del político, y menos cuando este se conduce en plan electoral.
»El volumen que ahora aparece es, en su primera parte, el que estudia la canción desde un punto de vista más filosófico, o próximo a la filosofía, y quizá por ello pensó su autor en mí como su prologuista. Trata del sentido de la vida, el tiempo de vivir, la vida como opción liberadora, el sí a la vida; y, por su envés, de la muerte, "una luz que se apaga", la muerte asumida y anticipada y, en fin, la trascendencia de la muerte en la palabra y en el canto. Es, se diría, la gran diferencia entre la "nueva canción" y el "nuevo rock", al que también de refería Antonio Gómez en el mencionado epílogo, el cual, deliberadamente, está compuesto y contado "para pasar" y no "para quedar" o trascender.
»La segunda parte de este volumen, menos filosófica, es, en cambio, más crítica de una temática concreta: la educación y la escuela, el campo, y, en general, la vida rural, su abandono y su crisis, por una parte; la vida del mar, los marineros y pescadores, por la otra.
»El libro se cierra volviendo, otra vez, a la filosofía poética "de un tiempo y un país", el nuestro, a la esperanza que nunca ha de perderse, el resumen de lo que, a lo largo de doce años, ha aportado la canción a la lucha contra la dictadura y al testimonio de lo que ella ha sido en estos ocho años de transición, hasta el 83, transición al cambio verdadero, que no acaba de llegar, y en cuya espera somos mantenidos por nuestra "razón utópica".
»Sí, una bella historia de la España contemporánea a través de su canción, además de una bella historia de la canción en España, es lo que Fernando González Lucini ha sabido darnos en los cuatro tomos de esta admirable obra».
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