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viernes, 27 de enero de 2012

MÚSICA, PAZ Y LIBERTAD



Ayer, con motivo del tercer "cuelgue" dedicado a Manuel Cuesta, rescaté en número 18 de periódico, o folleto, de cuatro páginas "Mágica Música" publicado en el invierno del año 2001. En su segunda página me reencontré con un artículo de Nacho Bracho, titulado «Nosotros los afortunados», en el que hablaba, ya entonces, de Afganistán: «Millones de personas en Afganistán –erscribía Nacho– han estado durante largo tiempo sometidas a la prohibición de escuchar música. Una prohibición real y estricta».

Efectivamente, a partir de 1996, con la llegada de los talibanes al poder en Afganistán, se prohibió la música en aquel país; se quemaron y se destruyeron los instrumentos musicales que no pudieron esconderse; el Instituto Nacional de Música fue prácticamente destruido; y los profesores tuvieron que exiliarse o buscar otros trabajos para poder sobrevivir.

Situación que se mantuvo inalterable hasta el año 2001, año en el que Nacho Bracho escribió el artículo al que antes hacía referencia. «Aunque a fecha de hoy –continuaba escribiendo–, veintidós de noviembre de dos mil uno, nadie sabe ni cómo ni cuándo acabará el conflicto, en los últimos días se ha visto algo de luz. Se ha vista la luz  y se ha escuchado el sonido de la paz. ¿Cuál es el sonido de la paz?... La música; simplemente la música, cualquier música. Música sonando en tocadiscos polvorientos, transistores baratos y discos pisoteados y guardados celosamente por sus dueños esperando tiempos mejores... Sólo si hacemos un esfuerzo de emotividad podremos imaginar una fracción del efecto reconfortante, balsámico, ilusionante, unificador, curativo y pacificador que ha tenido para muchas personas el volver a escuchar música. Una auténtica transmisión de felicidad en forma de ondas sonoras».

El regreso de la música y la recuperación del derecho a poder volver a escucharla, fue para los habitantes de Afganistán, y, más concretamente, de Kabur, una profunda esperanza para el reencuentro con la paz y con la libertad. Concretamente, el pasado 14 de enero en el diario digital "El Universal", de Caracas, se recogía la siguiente noticia:

Los jóvenes afganos recuperan el valor de la música.

KABUL. «Sonidos musicales de instrumentos de cuerda asiáticos o de un piano clásico salen de un edificio de dos pisos en el centro de Kabul. Aquí, en la única academia de música de Afganistán, se les enseña música a los estudiantes con la esperanza de que los instrumentos les den consuelo en tiempos de guerra y pobreza. Los chelos y los violines vuelven a la escena para revivir un rico legado musical alterado por décadas de violencia y represión. “Estamos comprometidos con reconstruir vidas arruinadas a través de la música, debido a su poder sanador”, expresó Ahmad Sarmast, líder del Instituto Nacional de Música de Afganistán».

Como complemento de esta noticia son hermosas y esperanzadoras las siguientes imágenes tomadas igualmente del periódico "El Universal", de Caracas:

En Kabul, una de las ciudades más grandes de Afganistán 
y una de las más golpeadas por la guerra, 
140 jóvenes tratan de rescatar la tradición musical de su pueblo.
Hace unos años, la existencia de una academia musical 
en Afganistán era impensable. Durante más de una década, 
la música estaba prohibida en el país –gobernado por el régimen talibán–, 
bajo penas de lapidación.

La realidad es distinta ahora. Viejas canciones de los años 70 
se escuchan en las calles de Kabul, mientras los niños y adultos 
aprenden a tocar instrumentos afganos 
tradicionales en la única academia musical de su país.
En medio de la guerra y pobreza, sobre el sonido de las bombas, 
los chelos y los violines vibran, empuñados 
por un grupo de niños afganos que, con los instrumentos como arma, 
llevan una lucha diaria contra el desconsuelo.
Pese a las dificultades, el director confía en que sus alumnos 
puedan conformar  la primera orquesta sinfónica de Afganistán, 
y detener con la música el sonido de las bombas.

Permitidme por último, para concluir con este "cuelgue", que retome el título que Nacho Bracho le daba a su artículo publicado en "Mágica Música" (2001); él le llamaba «Nosotros los afortunados»; y es verdad, me parece un magnífico título... ¡Somos unos afortunados, entre otros muchos motivos, porque podemos crear música y disfrutar de ella!... ¡Podemos cantar como quien respira!... Así pues, ¡disfrutemos de la música y gocemos de ella!

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