La radio me ha seducido desde siempre. Siendo niño, ya lo he contado anteriormente, me pasaba horas y horas escuchándola. Era mágica. Recuerdo que ni siquiera la llegada de la televisión a Jaén pudo con ella; la radio siempre estuvo ahí, acompañándome y, sobre todo, alimentando mi imaginación. Quizá ahí radique una de las fuentes de mi naturaleza soñadora, de la que me siento muy orgulloso, y a la que no renunciaré jamás. «Sueño, luego existo»; convicción que le dio título a otro de mis libros, escrito y publicado en 1996.
Lo que no podía imaginarme entonces, radioyente niño y adolescente, era que, con el paso de los años, iba a hacer muchas horas de radio y aquella seducción inicial se iba a ir transformando en la convicción absoluta de que la radio es un medio de comunicación imprescindible en muchos sentidos, pero muy especialmente para la difusión y el conocimiento de la «canción de autor» y la posibilidad de que cualquier persona pueda disfrutarla en la situación más insospechada.
Estoy convencido de que para que un cantautor, una de sus canciones o uno de sus discos, tenga éxito y pueda ser disfrutado por el mayor número de personas posible, es imprescindible que se le «escuche» (que es distinto a que se le oiga); y para eso de «ser escuchado», considero que no hay mejor medio que la radio. De ahí que, a lo largo de «mi vida entre canciones», hacer radio haya sido y siga siendo, uno de mis más importantes objetivos; mucho más que escribir un libro o incluso hacer un programa de televisión.
Mi primera experiencia radiofónica fue en el verano de 1982. Demasiado fugaz, pero muy importante. En aquel momento, Gonzalo García Pelayo era director de musicales de Antena 3 Radio y nos propuso a Bernardo Fuster y a mí hacer un programa al que llamamos Las voces de la música, que se emitiría los sábados. Experiencia inolvidable pero ya digo que fugaz porque, pasado el verano, llegó «Supergarcía» y se acabó. Nos echaron. Que yo recuerde, no llegamos a hacer ni seis programas. Seis programas monográficos sobre cantautores en los que Bernardo se centraba en la música y yo más en los textos.
Trabajar con Bernardo fue un placer. De allí surgió nuestra gran amistad. Bernardo, exiliado en París durante los últimos años del franquismo, había sido un gran luchador por la libertad y había grabado dos discos firmados con el seudónimo de Pedro Faura: Manifiesto (1974) y Volver, no es volver atrás (1975), dos obras históricas y clave en la memoria de nuestra «canción de autor». Posteriormente, ya en España, creó junto a Luis Mendo el grupo Suburbano. Justo el año en que hicimos aquellos programas en Antena 3, Suburbano acababa de grabar y publicar su tercer LP, Danza rota.
Pasados tres años, en 1985, tras la edición de los dos primeros volúmenes de Veinte años de canción en España, la dirección de Radio Popular de Madrid (COPE) me propuso realizar para toda su red de emisoras un programa diario de media hora dedicado a la «canción de autor»; propuesta que me supuso un reto muy grande: adentrarme yo solo en una aventura ciertamente seductora y deseada, pero, a la vez, nueva y bastante desconocida.
Sin pensármelo mucho, acepté el reto y enseguida me puse manos a la obra con la imprescindible ayuda de Anacleto Rodríguez Moyano, una persona clave en la emisora que siempre estuvo a mi lado enseñándome, aconsejándome y dándome mucha fuerza e ilusión. Por cierto, Anacleto, por aquellos años, escribió y se autoeditó un libro magnífico titulado Concha Piquer. El nombre de la copla (1988), cuyo proceso de creación tuve el enorme placer de vivir intensamente.
En 1987 mi hijo Javier me sorprendió con este dibujo. |
A aquel primer programa de radio en solitario lo titulé Donde la palabra se hace música y empezó a emitirse a partir de septiembre de 1985, de lunes a viernes, desde los estudios de Radio Popular, que entonces estaban en la calle Juan Bravo 48 de Madrid. Al principio salía en antena de nueve y media a diez de la noche. Franja horaria muy complicada porque era una especie de puente entre el programa de Encarna Sánchez y los informativos que se emitían después.
Sobre todo durante el primer mes, cuando entraba en el estudio y me sentaba frente al micrófono, era plenamente consciente de que se iba a producir un tránsito de audiencia entre los miles de seguidores de Encarna y los amantes de la «canción de autor» que, por lo general, no eran coincidentes. Fue un auténtico reto y, en ese sentido, podría contar muchas anécdotas, algunas lamentables, otras divertidas.
Un día, por ejemplo, en uno de los programas que dediqué al amor, puse la canción «El insecto», del disco Los versos del capitán de Olga Manzano y Manuel Picón. Bellísima canción creada a partir de un poema de Pablo Neruda que dice: «De tus caderas a tus pies quiero hacer un largo viaje». Pues bien, al día siguiente, cuando llegué a la emisora, tenía en mi casillero una nota del director pidiéndome que pasara por su despacho. Resulta que había llamado la madre del obispo de no sé dónde, seguidora de Encarna, protestando y denunciándome porque, según ella, mi programa era pornográfico. Evidentemente, a aquella señora lo del viaje corporal de Neruda no le había gustado (¡cuerpo, placer y pecado!, trilogía inseparable que siempre he maldecido). Le expliqué al director que era un texto de Los versos del capitán de Neruda y, afortunadamente, el asunto no tuvo mayor trascendencia. Lo que sí es cierto es que cada vez que ahora escucho la canción de Olga y de Manuel me acuerdo irremediablemente de aquella anécdota y los versos de Neruda me parecen cada vez más bellos y excitantes.
Otro día me ocurrió algo tremendamente divertido, pero de signo contrario. En el programa de Encarna había un espacio (creo recordar que un día a la semana) que se llamaba «La mesa camilla» en el que participaban varias de sus amigas famosas, entre ellas Marujita Díaz. Una vez acabado el programa, solían bajarse a tomar copas al bar gallego que estaba junto a la entrada de la emisora. Una noche, cuando yo ya salía para irme a casa, me encontré con Marujita en la puerta del bar y me dijo: «Me gusta mucho el programa que haces, sobre todo hay una canción que pones con frecuencia que me encanta y me coloca; es una que dice: “Toma de mí todo y métemela bien”». Evidentemente, la pobre Maruja o no había escuchado bien la canción o la escuchaba como a ella le hubiera gustado que fuera. Se refería a la bellísima canción de Silvio Rodríguez «El sol no da de beber» y a su estribillo que, en realidad, dice: «Toma de mí todo y bébetelo bien».
Pese al horario y a las dificultades iniciales, el programa se fue haciendo poco a poco con una audiencia importante y al año siguiente, a finales de junio de 1986, la dirección de Radio Popular decidió cambiarme la hora de emisión. Donde la palabra se hizo música pasó a emitirse todos los días de once a once y media de la noche, o sea, después del informativo. El cambio fue importante, encajaba mejor con otro tipo de audiencia y se notó. Empezamos a volar mucho más alto.
Donde la palabra se hizo música fue un programa en el que, siempre con el protagonismo de la «canción de autor», a la que ya por entonces consideraba un género musical y poético con características propias, realicé muchas experimentaciones: desde crear monográficos dedicados a nuestros grandes poetas musicalizados y cantados a contar fábulas y cuentos (como La cigarra y la hormiga o El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso) acompañados de canciones; darle voz cantada a las noticias y los acontecimientos cotidianos que nos traían los informativos; abordar situaciones o problemas sociales como la pesca, la agricultura, la vida en la ciudad o la emigración; presentar discos; entrevistar a cantautores; dedicar programas enteros a cantarle sencillamente a la vida cotidiana y a los valores, grandes y pequeñitos, en los que siempre he creído: el amor, la libertad, la esperanza, la solidaridad, la ternura, la igualdad, la compasión o la misericordia. En resumen, abrazar y celebrar la vida con canciones.
Aquellos programas me dieron muchas y muy emocionantes gratificaciones. Recuerdo, por ejemplo, la serie de cuatro programas que dediqué a la emigración. Los escuchó en antena Eduardo Sotillos, que en aquel momento era Director de Radio Nacional de España, y le gustaron mucho, tanto que habló con el director de la COPE para que le permitiera emitirlos por Radio Exterior de España en el mes de agosto de 1986. Así fue y durante aquel mes recibí cientos de cartas de emigrantes, sobre todo desde Latinoamérica, agradeciéndome que nos hubiéramos acordado de ellos desde el lenguaje de la música y la sensibilidad. Y es que el duro zarpazo de la emigración ha sido uno de los temas más y mejor fotografiados por nuestro canto popular.
Otra de aquellas gratificaciones, quizá la más emocionante por lo que tuvo de inesperada, la experimenté el 22 de agosto de 1986. Aquel verano, como tenía que hacer el programa de lunes a viernes, alquilamos una casa en Los Molinos, un precioso pueblo de la sierra madrileña, para poder bajar diariamente a Madrid.
Como todos los días, aquel 22 de agosto salí temprano de casa para comprar el pan y el periódico. En aquel momento leía habitualmente el diario El País. Hice mi acostumbrada parada en un bar que se llamaba El Tropezón y, mientras me tomaba mi cafetito, hice una primera lectura rápida de los titulares.
De repente, en la columna dedicada a la radio en las páginas culturales, me encontré con un artículo que ocupaba toda una columna titulado «Sol de noche». Me entró la curiosidad y me puse a leerlo. Resultó que (y os prometo que me pilló totalmente por sorpresa, no podría ni haberlo soñado) el artículo estaba dedicado a mí y a mi programa de radio. Lo firmaba el escritor Ángel García Pintado, al que no conocía personalmente, y decía así:
«Hay otras maneras de poner discos, alejadas de las adormideras vociferantes de los superventas. Se puede comprobar escuchando Donde la palabra se hace música que dirige y presenta Fernando Lucini de lunes a viernes por la COPE. Durante media hora, a partir de las once de la noche, el dial situado al este del Edén invoca insistentemente la llegada del sol en plena noche. Se trata del Edén del cantautor trascendente expresándose en lengua vernácula. El pinchadiscos resulta tan atípico como las canciones convocadas; sus comentarios breves, intensos y sentidos se mueven entre la depresión y la esperanza, la melancolía y el regocijo de la fe. Por el tono general se podría deducir que nos hallamos ante unos ejercicios espirituales de la posmodernidad metafísica, una especie de catequesis melódica que nos augura la salvación por deleitables caminos reflexivos.
»El paraíso perdido se encuentra al final del laberinto. Se pasa por momentos difíciles "en que la niebla nos ciega" y "nos sentimos confundidos con el gris de las aceras, momentos de tanta ceguera que llegamos a ignorar el porqué y el para qué de todo lo que somos y de todo lo que hacemos". Entonces Silvio Rodríguez canta "yo no sé por qué estoy cantando y por qué estoy viviendo, etcétera...". A ello sucede esa voz que puede surgir invitándote a dejar de mirar la vida en blanco y negro y que te arenga a que el arco iris sea tu color ("cuéntame la vida en technicolor, ponle color a tus angustias...", porque "la vida está tan bonita que da gusto verla". Verso de Serrat que Lucini sabe hacer como nadie carne de su carne, que parece nacer de sus entrañas.
»El guión del programa presenta el ritmo y la estructura de un poema y llega a conseguir la unidad de una misa. Obseso del sol de medianoche, el sacerdote cultiva entre sus feligreses esa promesa convertida en "leit-motiv", en fijación casi paranoica. Es tan disculpable esa manía como incuestionable que Lucini nos quiere a todos por igual, nos quiere reunidos en el lugar amplio y generoso en el que ya se escuchan campanas: "Escúchalas en ti mismo, tañen de alegría, son las campanas cristalinas de la ermita de la vida".
»No se conforma con una relación distante, pasiva o profesional con sus feligreses. Advierte que quiere sentir sus latidos en la noche, saber quiénes son, uno a uno... Alienta contactos epistolares que alberguen confesiones íntimas. Ellos responden a la llamada –¿cómo dejar de hacerlo?– y le mandan cartas que hablan de amistad "nacida al rescoldo mágico de una voz y unas canciones".
»El oficiante vuelve cada noche con la misión de unir en la esperanza y en el despertar de un nuevo día, para "hacer de la desdicha suerte y así poder caminar hasta el momento de la muerte...". Tanta comunión podría resultar empalagosa, pero las dotes indudablemente taumatúrgicas de este comunicador, en alianza con una selecta e inspirada elección musical, hacen inviables empalago y ridículo. Más bien constituye un oasis radiofónico donde podría estar naciendo una nueva secta: oídos sentimentales en espera de que "cualquier noche pueda salir el sol"».
Tras la lectura del artículo me quedé como en una nube. Ángel García Pintado, sin conocerme de nada, había captado a la perfección lo que yo deseaba y quería hacer en la radio. Sin saberlo, se convirtió en el máximo impulsor de los siete años de trabajo más hermosos y más importantes de «mi vida entre canciones», mis primeros siete años de radio. De 1985 a 1992.
Un día, no recuerdo muy bien la fecha exacta, la Cadena COPE se trasladó de su pequeña y entrañable emisora de Juan Bravo a una nueva sede de lujo situada en los bajos de la calle Alfonso XI número 4. ¡Qué casualidad! ¡Era el mismo edificio en el que viví recién llegado a Madrid, siendo responsable del Junior!
Fue entonces cuando la dirección de la cadena me propuso que pensara en un nuevo programa para los fines de semana (viernes y sábado) que durara dos horas. Se emitiría en directo de once de la noche a una de la madrugada.
Aquello significó para mí un nuevo reto de mucha responsabilidad y, a la vez, una tremenda satisfacción por haber encontrado al fin un amplio espacio radiofónico al que poder dar vida dedicado a la «canción de autor» a la que tanto respeto y amo.
Puse en marcha la imaginación y se me ocurrió crear un programa que se seguiría llamando Donde la palabra se hace música, al que cada semana acudiría un cantautor para hablar serenamente de su obra y en el que poder disfrutar sin prisas de sus canciones.
El proyecto fue aceptado y durante un tiempo me hice cargo de él en solitario hasta que un buen día tuve el placer y la enorme suerte de compartirlo con una periodista y gran profesional de la radio, Ana García Lozano. Amiga entrañable de la que guardo muchos y muy lindos recuerdos. Cuando Ana tuvo que dejar el programa decidí cambiarle de nombre y pasó a llamarse La isla del hombre libre.
Por Donde la palabra se hizo música y la Isla del hombre libre pasaron y nos dejaron sus canciones grandes compositores e intérpretes de la «canción de autor» y de la música popular. Entre ellos, Paco Ibáñez, Jaume Sisa, Alberto Cortez, Quico Pi de la Serra, Amaya Uranga, Imanol, Karlos Jiménez, Joan Isaac, Rogelio Bontanz, Marina Rossell, Rosa León, Manuel Gerena, Pablo Guerrero, Luis Pastor, Paco Ortega e Isabel Montero, Carlos Montero, Menese, Javier Krahe, Chicho Sánchez Ferlosio, Julia León, Elisa Serna, Eliseo Parra, Xabier Ribalta, Carlos Cano, Manuel Picón y Olga Manzano, Lluís Llach, León Gieco, Ángel Parra, Claudina y Alberto Gambino… e incluso una noche, a través de una conexión telefónica, el mismísimo Leonard Cohen.
Maravillosa experiencia que duró hasta 1992, cuando llegó por segunda vez (¡qué casualidad!) «Supergarcía» atrincherado por bemoles a «sus» fines de semana y, después de siete años de trabajo, me pusieron de patitas en la calle. Por supuesto, sin ningún tipo de derecho ni posibilidad de reclamación.
Hoy he recuperado algunos de aquellos programas y gracias a Ramón Moratalla hemos podido digitalizarlos y montarlos en formato vídeo. Pueden escucharse en la sección «Sol de noche» de mi blog Cantemos como quien respira.
Cinco años más tarde, siendo César Antonio Molina director del Círculo de Bellas Artes, recuperé durante un año el programa La isla del hombre libre en Radio Círculo de Madrid.
Más recientemente, como la radio sigue seduciéndome de forma irresistible, realicé en 2015 una corta colaboración con Isabel Gemio en el programa Te doy mi palabra de Onda Cero; corta porque, aunque fue ella la que me reclamó y ya nos conocíamos de antes, no debió gustarle lo que yo podía aportar al programa y, con su tono habitual, me hizo llegar a través de su productora la decisión de que ya no contaba conmigo para la siguiente temporada.
Ahora, mientras escribo, me siento absolutamente feliz colaborando con José Antonio García y todo su equipo en el programa Esto me suena. Las tardes del ciudadano García. Feliz por haber recuperado un espacio radiofónico dedicado a la «canción de autor», feliz por la libertad y la buena marcha que García y David Sierra me vienen regalando cada viernes, y feliz en particular porque, una vez más, compruebo, semana a semana, que hay una enorme cantidad de oyentes (o mejor «escuchantes») que reclaman la obra de nuestros cantautores y a los que les gusta tanto como a mí: los de antes y los más jóvenes. O sea, feliz porque tengo un nuevo argumento demoledor para poder contradecir a esos enterradores que se siguen empeñando en que esto de la «canción de autor» es decadente y aburrido y está de capa caída. Pues miren ustedes: ¡No! Aquí seguimos y aquí seguiremos «cantando como quien respira».