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martes, 29 de noviembre de 2011

MARINO SAIZ... CREADOR DE MUSICA COMO QUIEN RESPIRA

Marino Saiz.

Últimamente, cuando voy a un concierto, hay momentos en que me encanta dejarme seducir por todo lo que acontece en el escenario porque en realidad lo que allí está ocurriendo, la magia que se transmite y el disfrute que experimento en aquel momento, depende no solo de un personaje que figura y se nombra en el cartel anunciador, sino también del músico o de los músicos que le acompañan; grandes profesionales que a veces pasan desapercibidos y que llegan a hacerse imprescindibles.

Uno de esos músicos que tiene esa capacidad de seducirme siempre que le veo y que le escucho en un concierto, es el extraordinario violinista Marino Saiz que anoche acompañó a Diego Ojeda en el "introito" del concierto que Manuel Cuesta nos regaló en la sala Galileo de Madrid. (En próximos "cuelgues" comentaré el concierto de Manuel).

Marino Saiz y Diego Ojeda en la sala Galileo.


Marino Saiz compagina su actividad profesional como profesor de música en un centro educativo –¡me imagino como disfrutarán con él sus alumnos y alumnas!– con el acompañamiento, yo diría mejor "hermanamiento", con creadores e intérpretes –geniales y admirados– como Marwan, Tonxu, Luis Ramiro, Diego Ojeda, Andrés Suárez o Andrés Lewin, entre otros. Lo he visto-sentido-escuchado con todos ellos y ¡sí!...; en todos los casos me ha seducido con la música que sabe extraerle a su violín y con la pasión con que lo toca...

Por todo ello, hoy he decido dedicarle este "cuelgue" a Marino, por la admiración que siento hacia su trabajo; –la música además de un arte es también eso: un trabajo, un oficio, que dignifica y que hay que realizar con la máxima calidad y profesionalidad posible–...; y Marino es un músico de oficio impecable, un hombre sensible y extraordinario, un creador de belleza de los que cada día nos resultan, y nos van a resultar, más imprescindibles.

Anoche le hice a Marino varias fotografías y aquí las dejo como la presencia y el testimonio de un violinista que CREA MÚSICA COMO QUIEN RESPIRA.








JOAN BAPTISTA HUMET. II - LECCIONES DE HONESTIDAD


Este es Humet niño, al que hoy quiero incorporar a la "coral infantil"
con la que celebramos el primer aniversario de este blog

Este segundo "cuelgue" dedicado a Joan Baptista Humet deseo iniciarlo evocando su canción "Hay que vivir" –que le dio título a su quinto LP grabado en 1980–; evocarla en este momento para reivindicar con todas mis fuerzas esa necesidad de "VIVIR" que él sentía y que transmite en sus canciones; y para subrayar las "claves" que en ellas nos aporta a la hora de plantearnos la vida como un reto y un horizonte; claves que, hoy por hoy, tienen absoluta vigencia

«¡HAY QUE VIVIR!, AMIGO MÍO 
antes que nada hay que vivir, 
y ya va haciendo frío, 
hay que burlar ese futuro 
que empieza a hacerse muro en ti.

Habrá que componer de nuevo 
el pozo y el granero 
y aprender de nuevo a andar. 
Hacer del sol nuestro aliado 
pintar el horno ajado 
y volver a respirar. 
Quitarle centinelas, 
al parque y a la escuela, 
columpios y sonrisas volarán. 
Sentirse libre y suficiente 
al cierzo y al relente, 
mientras se va dorando el pan.

Habrá que demoler barreras, 
crear nuevas maneras 
y alzar otra verdad. 
Desempolvar viejas creencias 
que hablaban en esencia 
sobre la simplicidad. 
Darles a nuestros hijos, 
el credo y el hechizo 
del alba y el rescoldo 
en el hogar. 
Y si aún nos queda algo de tiempo, 
poner la cara al viento 
y AVENTURARNOS A SOÑAR».


Yo sé que Joan Batista Humet amó la vida y fue un gran soñador –fui testigo de ello–, pero también sé –y hay que contarlo– que, como decía ayer, tuvo que luchar mucho para conservar y defender su identidad y su libertad en el contexto de los tiempos difíciles de la dictadura y de la transición democrática. 

Una de aquellas luchas tuvo que mantenerla con su propia gente, con su propio pueblo, con su propia lengua...; al final Joan Baptista luchó y consiguió salvar su identidad defendiendo y ejecutando su derecho a la libertad; pero no fue un camino fácil, sobre todo porque tuvo que enfrentarse a la realidad de que el ejercicio del derecho a la libertad no siempre es entendido y aceptado, sobre todo, cuando su valoración, o su enjuiciamiento, se realiza desde planteamientos dogmáticos.

Ayer un lector de este blog –concretamente Pep– escribía un comentario a mi primer "cuelgue" con el que estoy totalmente de acuerdo y que me voy a permitir copiar seguidamente: «El rechazo de sectores catalanistas no se justifica –escribe Pep–, pero creo que debe contextualizarse. Eran tiempos en los que cantar en catalán, vasco o gallego implicaba una posición ideológica (y me parece que ahora, por desgracia, también). La sociedad estaba muy radicalizada y, en todos los órdenes sociales se palpaban estas actitudes, no sólo en la música. Los luchadores por la libertad, como tú, lo habéis vivido y sufrido. Hay que situarse en ese contexto para entenderlo. El tiempo ha permitido comprobar que Humet, Serrat, Llach o Raimon siempre han estado en el mismo bando».

Es cierto, tenemos que situarnos en aquel contexto –lo que no es fácil para quienes no lo vivieron–; Pep tiene toda la razón. Sin embargo, desde mi sensibilidad, nunca podré dejar de decir que para muchas personas que amaban –que amábamos– la libertad como Humet aquellos posicionamientos ideológicos  tan cerrados y tan dogmáticos –posiblemente necesarios y justificables en su momento– fueron a veces, y para ciertas personas, muy injustamente dolorosos.

El mismo Joan Baptista nos narra esa experiencia evocando como fue su entrada y su salida en el movimiento de la "cançó catalala"... Antes de leer esa experiencia, permitirme, como "previo", la afirmación de un convencimiento personal: Yo solo puedo decir, que Humet fue un "ser humano" que, por encima de todo, luchó por poner a salvo su honestidad, y que lo consiguió: fue un creador honesto, y además grande, libre, sensible, comprometido, solidario y bello en el sentido más amplio, global y radical de la "belleza".

Joan Batista Humet.

«Empecé a viajar con el equipo de Llach por toda Catalunya, la española y la francesa. –Comentaba Humet en su autobiografía–. Fue una época extraordinaria, única, de descubrimiento, apertura y clarificación. Yo había encontrado una vía de expresión, me movía en el contexto de la llamada Cançó Catalana, que hacía de la lengua propia –el cantar en catalán– una seña de identidad necesaria. Era normal, el catalanismo, lo catalán, había estado disminuido, perseguido por la dictadura de Franco. Y no sólo por éste, sino por la concepción monocolor de cualquier sistema fuertemente centralizado como el español. Desde el centro, es difícil entender las fuerzas centrífugas de las periferias y, en aras de la cohesión, es habitual el anteponer corrientes centrípetas muy fuertes, sea en tiempos de dictadura o en períodos supuestamente democráticos como el actual.

Entendía aquel movimiento, pero no era el mío. Estuve en él el tiempo justo para distinguir la oportunidad que se me daba del oportunismo. Lo mío era distinto, había crecido a caballo de dos culturas, la catalana de mi padre y la valenciano-castellana de mi madre. Recuerdo una frase de Rilke: “la patria de un hombre es su infancia”. Y mi infancia y mi patria infantil no se distinguieron por la tierra, sino por el camino, el sentido del trayecto: mis continuos desplazamientos entre Terrassa y Navarrés, zona industrial–zona rural, ambiente burgués–ambiente campesino, estudios–libertad. Ese sentimiento, ese claroscuro, lo plasmé años más tarde en una de mis canciones más sinceras, El extranjero, donde ponía en evidencia un sentimiento profundo de libertad y a la vez, la íntima soledad del desclasado, del apátrida. (Aquella canción decía: "Dando tumbos voy y vengo por la vida cada vez más extranjero")

Joan Batista Humet. (Fotografía de Colita)

Una cosa que recuerdo con especial cariño de aquella época fueron los forums. Era normal después del recital, sentarnos al borde del escenario y conversar con el público, responder a sus preguntas. Allí se advertía una energía inmensa que se estaba movilizando en una dirección, era un momento de plenitud en la esperanza. La esperanza es lo mejor, si no lo único, que aportan las dictaduras; la capacidad de ensoñación, el motor emocional. Y yo aportaba, no mi capacidad de análisis –que era nula– sino mi capacidad emocional. Compartí en más de un centenar de pueblos y ciudades mis sentimientos con la gente; eran sentimientos atemporales… y en aquellos momentos primaba lo contingente. Yo era un cantante de grises, de matices, y en aquel momento no había lugar a las medias tintas, la respuesta debía ser clara e inmediata.

Recuerdo una conversación con el agente de un cantante comprometido de éxito. Le pregunté: “Tu pupilo (por no dar su nombre), ¿no duda nunca?”. Y él me contestó: “Sí, pero en público no se lo puede permitir”.

Ese era el contexto de aquella época, de aquella etapa de mi vida. En uno de los recitales del sur de Francia, en uno de los forums, se me volvió a hacer la pregunta que el plante de Serrat a Eurovisión por una cuestión lingüística puso de moda: “¿Alguna vez cantarás en castellano?” . Y yo, una vez más, respondí de la misma manera: “Hablo en catalán pero pienso en castellano; por tanto, tengo claro que algún día escribiré canciones en castellano”.

Ese mismo día, con la franqueza y el afecto con que se me había acogido dos años atrás, se me dijo que no estaba del todo alineado con aquella movida, que mi mensaje… como que rompía la estética del conjunto. Y nos dimos la mano por última vez... Volví a sentirme intruso. Y volví a casa, a Terrassa».

Y vuelvo de nuevo sobre la obra y la discografía de Joan Baptista Humet. Tras la grabación y edición de "Fulls" (1973) y de "Diálogos" –discos de los que hablaba ayer–, aparecieron "Aires de cemento" (1978), "Fins que el silenci ve" (1979) –al que dedicaré el "cuelgue" de mañana–, "Hay que vivir" (1980), "Amor de aficionado" (1982) –con bellísimas canciones como "Yo no podría vivir sin ti", "Luz de gas", "Otoño en Navarrés" o "Tengo un amigo"– y "Sólo soy un ser humano" (1984).



Tras la grabación de su disco "Sólo soy un ser humano", Joan decidió alejarse por un tiempo de la música, reapareciendo en 2004 con un disco al que le puso un título claramente metafórico y significativo: "Sólo bajé a comprar tabaco".

«De pronto un cable se le cruzó
ante aquel vértigo repentino, 
cerró la puerta del camerino,
tiró la llave y desapareció. [...]

Por quince años pudo esconder
sus sentimientos a cal y canto,
sin compromisos ni desencantos
que le prendieran con alfiler. 

A ras de suelo se reconcilió 
con la frescura del desconocido,
haciendo suyos los contenidos
de las canciones que defendió. 

Y se dejó llevar por el olvido [...]

Un día vino a reconsiderar
si algunos cambios no estarán prohibidos,
si uno no es más que lo que siempre ha sido
y ya no hay forma humana de escapar.

Y se aburría tanto en su mudez
y le dolía tanto la cordura,
que decidió lanzarse a la aventura
y airear de nuevo su desnudez». 
(Joan Baptista Humet. "El regreso". 2004)



Y mañana más, todo lo MÁS que se merece este cantautor del alma cuya vida fue –si hay que resumirla– una gran LECCIÓN DE HONESTIDAD.

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