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lunes, 25 de abril de 2011

¡MALDITAS GUERRAS! - XXXIV

Hace unos días, una de mis hijas estuvo rebuscando fotografías en antiguos álbumes familiares, para crear un libro-recuerdo-felicitación para su madre; entre las fotografías que rescató, y que yo hacía años que no había vuelto a ver, estaba esta:


¡Sí! Ese señor que desfila tan marcialmente con su cetme –"fisilón"– en su mano, soy yo. La foto me la hicieron el día que "juré bandera", acto que se celebraba al final de de los tres primeros meses de la "mili", y que suponía, ni más, ni menos, que realizar solemnemente la promesa de lealtad y servicio a la nación, en especial en posibles movilizaciones para la guerra y el "combate".

Al contemplar esta fotografía he dedicado un buen rato a pensar y a recordar aquella "mili" iniciada el 15 de julio de 1971 –que en aquel momento era obligatoria, sin permitir todavía lo que más tarde se llamó "objeción de conciencia"–. 

Han sido unos pensamientos y unos recuerdos muy provechosos, ¿sabéis por qué?...; muy sencillo, porque fue allí, y en particular en el momento que refleja la fotografía, donde consolidé mi odio y mi desprecio a las armas, al militarismo y a las MALDITAS GUERRAS.

Hago algunas anotaciones al respecto, evocando, como siempre, la memoria contra el olvido:

1. Para mí solamente pensar en que tenía que hacer la "mili" era un suplicio. Tenía que haberla hecho en 1967, y fui prorrogando la cosa, todo como pude, hasta que, cuatro años más tarde, no me quedó más remedio que hacerla. Era absurdo, ridículo, macabro, repugnante...; desde chico nunca me gustaron las "armas", hasta las de juguete me daban miedo... ¡Qué le vamos a hacer yo era, y tal vez sigo siendo, un cobarde!. (Poco me cuesta confesarlo).

2. Cuando llegué a lo que se llamaba "el campamento", donde nos tenían reclutados "haciendo la instrucción" –es decir el "perdiendo miserablemente el tiempo"– me pasé casi quince tardes sentado y llorando por las esquinas...; ¡lloré mucho en aquella maldita mili!... (Ya veis, además de cobarde, soy llorón)... Me sentía impotente, reprimido, "machacao"...; no podía soportar el tacto y el ruido del fusil...; me sentía ridículo marchando o desfilando en filas horas y horas...; me repugnaban las teóricas cuyo protagonista principal siempre era el enemigo...; me despertaban agresividad –mucha agresividad– algunos de los cabos y sargentos que disfrutando machacando a los gordos, a los analfabetos recién salidos de su pueblo, y no digamos a los reclutas que se manifestaban tiernos y sensibles...; ¡la palabra "maricón" era, para algunos de aquellos "mandos", una de sus expresiones prefiras!



3. Harto ya de llorar, decidí utilizar una estrategia; como era maestro, hablé con el capitán de mi compañía y le propuse dos cosas: Enseñarle a leer a un analfabeto que tímidamente me solía dar las cartas de su novia para que se las leyera y luego le contestara. Y pintar en el frontal de la compañía –que era de un blanco-gris "desangelao"– un tanque gigante copiado de un libro, es decir, un "fresco" en toda regla...; hubiera preferido pintar a Sofia Loren enseñando "canalillo", pero no me habría dejado.

El capitán aceptó mis propuestas y me libré de muchas horas de instrucción...; por supuesto el tanque tardé en pintarlo más de dos meses...; y mi querido Antonio terminó deletreando felizmente los piropos y las provocaciones eróticas que le escribía su novia.

4. De lo que no me libré fue de ir al campo de tiro...; ¡que mal lo pasé!...; lo de tirar a un blanco con el cetme pude soportarlo, la cosa era hacerlo tan mal que no hiciera ningún impacto en la diana –el sargento no dejaba de decirme: "¡Cegato apunta!"–.

Lo del tiro de "granadas" fue mucho más surrealista, decidí demostrar que no sabía lanzarlas, que yo en mi vida no había lanzado ni una piedra, y entonces como el sargento me obligaba a hacerlo yo lanzaba la granada de tal forma que siempre caía cerca del mismísimo sargento...; no sé como me las arreglaba... Aquí el insulto de "mi sargento" era más fuerte...; total que al final me dejó por imposible... Eso sí, en mi expediente militar figura lo siguiente: "INÚTIL EN LANZAMIENTO DE GRANADAS"... ¡No podéis imaginaron los orgulloso que me siento de ello!


5. Y por último, el día de la jura de bandera, –¡miradme la cara1–. En aquel preciso momento, lo recuerdo muy bien, pensaba: «De lealtades al ejercito y a las armas nada de nada... Yo juro ante la bandera de mi nación que jamás empuñaré un arma contra nadie...; que por nada del mundo iré a una guerra; que tengo vocación de prófugo...; que todo este montaje militarista me resbala, lo desprecio y no me interesa para nada». (Fue la última vez que toqué un arma ni de verdad, ni de juguete).

Evocado y contado todo lo anterior me parece lógico, coherente, y hasta fantástico, decir, o gritar cuarenta años más tarde:

¡MALDITAS ARMAS!
¡MALDITAS GUERRAS!

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