En el año 1983, mientras publicaba la biografía de Carlos Cano y poníamos en marcha la Asociación de la Música Popular, inicié también una aventura apasionante. Quizá de las más apasionantes que he vivido en «mi vida entre canciones». Me refiero a los tres años que dediqué a la creación y posterior publicación de los cuatro volúmenes de Veinte años de canción en España (1963-1983).
En aquel momento, mientras mi casa se iba llenando de vinilos (todos relacionados, directa o indirectamente, con la «canción de autor»), en mi sensibilidad y mi memoria auditiva se acumulaban miles de canciones que revoloteaban alborotadas. Era como si aquel universo sonoro, musical y poético, me hubiera invadido definitivamente. Canciones que se entremezclaban y se fundían entre sí, aportando cada una, desde su individualidad, nuevos matices y perspectivas a las otras. Y todo ello introduciéndome en el conocimiento sensitivo de la realidad, o sea, de la vida, sin racionalismos; a golpe de sentimientos y latidos.
Aquel acercamiento activo que mantuve con nuestra «canción de autor» fue tan intenso y tan plural, que llegué al convencimiento (que hoy sigo manteniendo) de que, con el paso de los años, nada relacionado con la vida y la existencia humana le había sido ajeno. O lo que es lo mismo, que toda la realidad humana, en todas sus vertientes y manifestaciones, había sido cantada.
Frente a ese convencimiento, que en realidad era una intuición sentí la necesidad de comprobarlo objetivamente y pensé que la mejor forma de hacerlo era a través del análisis y la clasificación temática de esas miles de canciones para, luego, relacionarlas entre sí, buscar sus posibles complementariedades y, a partir de ahí, elaborar un pensamiento global referido a cada uno de los temas seleccionados. De hecho, en 1975, en el libro Nueva canción: disco fórum y otras técnicas, ya había iniciado algo similar, aunque con menos discos y menos canciones.
El trabajo a realizar estaba claro y era una investigación realmente provocadora. Tenía muy claros sus objetivos y disponía de una gran parte del material discográfico que necesitaba para iniciarlo. El problema que se me planteaba era cómo llevarlo a la práctica. Era un trabajo muy intenso y, teniendo en cuenta los medios de que disponía en aquel momento, resultaba una auténtica locura, sobre todo teniendo en cuenta que, por ejemplo, en aquel momento no podía disponer de un ordenador y no me quedaba otra alternativa que acudir a la más pura artesanía. Menos mal que ahí estuvo Tonona, que se entregó al proyecto en cuerpo y alma.
Diseñamos una ficha que incluiría la letra de cada canción, su autor, el disco al que pertenecía y la referencia temática. Si la canción estaba compuesta en catalán, en euskera o en gallego, la ficha se duplicaba, una en castellano y otra en la lengua correspondiente. Imprimimos varios miles. Nos compramos unos ficheros metálicos donde poder ir guardándolas debidamente clasificadas y... ¡a trabajar!
Lo primero que hice fue un listado de temas relacionados con la identidad humana (sobre todo desde la perspectiva de los valores básicos) y con la realidad social vivida en aquel momento en nuestro país. Temas que, a lo largo del proceso de investigación, se fueron concretando y ampliando. Entre ellos, la libertad, la igualdad, el amor, la solidaridad, la amistad, el miedo, la vida y la muerte; o temas relacionados con problemas concretos como la pobreza, la represión, la guerra, la violencia, la emigración y la destrucción de la naturaleza.
En el curso de la investigación fueron surgiendo problemas que tuvimos que afrontar con mucha imaginación e invirtiendo todos nuestros ahorros. Tuvimos que buscar y pagar a traductores para los textos catalanes, vascos y gallegos que en los discos no venían en versión castellana; tuvimos que transcribir canciones escuchándolas varias veces porque las letras no se incluían en las carpetas de los discos; realizamos varios viajes para ampliar la información y comprar algunos discos importantes que nos faltaban y que eran difíciles de conseguir en Madrid. En fin, un trabajo duro y de muchas horas que en realidad nos resultó muy gratificante. Tonona y yo éramos muy conscientes de que merecía la pena lo que estábamos haciendo.
Pasados varios meses, cuando tuvimos hechas y clasificadas la mayoría de las fichas, me puse a trabajar en cada uno de los temas seleccionados. Primero analizaba el contenido poético de cada canción y anotaba el aspecto o la dimensión temática que abordaba; después establecía las relaciones temáticas que me iba encontrando entre ellas y, por último, redactaba un ensayo sobre el tema propiamente dicho que incluía los textos poéticos que lo fundamentaban. Redacción escrita a máquina, corregida y vuelta a escribir. Ese fue realmente el momento en que sentí la necesidad de darle las gracias a la vida por haberme permitido aprender mecanografía durante el tiempo que estudié para perito mercantil. Como ya conté anteriormente, esa fue la única asignatura que me interesó en mi paso por la Escuela de Comercio.
Mientras realizaba todo ese trabajo, primero me preocupó y luego llegó a obsesionarme qué hacer con los resultados de aquella investigación para que no se quedara en casa o, en otras palabras, qué hacer para darla a conocer y compartirla. En aquel momento empezaba a tener muy claro que el resultado que iba obteniendo era de tal magnitud que superaba con creces la posibilidad de publicarlo en un solo libro. Pensaba que, en caso de editarse, habría que hacerlo, al menos, en cuatro volúmenes.
Inmerso en aquella preocupación y rodeado en casa de fichas, discos y canciones, tuve la suerte de conocer a otro maravilloso personaje que compartía muchas de mis locuras, Javier Aisa. Javier era el coordinador del consejo de redacción de la Editorial ZERO de Madrid (Grupo Cultural Zero), una editorial que había surgido durante la transición y que era heredera ideológica de la mítica editorial ZYX que había sido clausurada a la fuerza por el gobierno en 1969. Le conté a Javier la investigación que estaba haciendo y él, que también amaba la «canción de autor», me propuso publicar el proyecto en su editorial aunque teniendo en cuenta que era una empresa pequeña, prácticamente familiar, y con muy pocos medios. No obstante, le pareció bien lo de publicarlo en cuatro volúmenes. El trabajo realizado, según él, lo merecía. Como os podréis imaginar, sin dudarlo ni un segundo y sintiéndome un ser de lo más afortunado, le dije que sí y firmamos el contrato.
Y así fue. A la investigación la llamamos Veinte años de canción en España (1963-1983) y la publicó el Grupo Cultural Zero en cuatro volúmenes que fueron saliendo anualmente entre 1984 y 1987.
Dos años después, Javier Aisa, por desgracia, tuvo que cerrar la empresa y los libros pasaron a formar parte del catálogo de Ediciones de la Torre. Jose María Gutiérrez de la Torre, su fundador y director, reeditó los cuatro volúmenes en 1989. La vida ha sido buena y tierna conmigo, jamas podré agradecerle su generosidad tanto como se merece.
Publicado el primer volumen, centrado fundamentalmente en el valor de la esperanza, decidimos presentarlo el 24 de octubre de 1984 en el Palacio de Longoria, sede de la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores). Fue un acto inesperadamente hermoso y muy emocionante. En él participaron, entre otros amigos y cómplices, Teddy Bautista, María Asquerino (que leyó el prólogo de Antonio Gala), Gabriel Celaya y Amparo Gastón, Antonio Buero Vallejo, Ana Diosdado, Basilio Martín Patino, Genovés, Alcorlo, Paco Ibáñez, Joaquín Sabina, Pi de la Serra, Antonio Resines, Luis Euardo Aute, Javier Krahe, Benedicto, Carlos Cano, Chicho Sánchez Ferlosio, Lole y Manuel, Pablo Guerrero, Vainica Doble (Carmen y Gloria), Amancio Prada, José Antonio Labordeta, Elisa Serna, Víctor Claudín, Antonio Gómez, Marina Rossell, Raul Alcover, Adolfo Celdrán, Claudina y Alberto, Caco Senante, Elfidio Alonso y Joan Baptista Humet.
Al día siguiente de la presentación, Ana Diosdado escribió en el periódico Diario 16 una preciosa crónica titulada «De los cantautores y otros amigos del alba»; texto del que quisiera compartir el siguiente fragmento:
«Desde luego, no es un juego de palabras. Sí que pueden ser calificados de "amigos del alma" los cantautores, claro que sí, y por muchas razones, pero como efectivamente es a la hora del alba cuando solemos los seres humanos ser más vulnerables al desaliento, a la angustia, al miedo, es también a esa hora cuando la voz de un amigo entrañable, al que conocemos, o no, puede desde un disco puesto al mínimo volumen, escuchado con recogimiento y comunión, sernos más preciada, acompañarnos más, darnos más ánimo.
»Bálsamo, fuerza y moral, los cantautores.
»Hace pocos días, el palacio de Longoria abría sus puertas para una celebración. Los autores festejaban en su sede la presentación de un libro, bellamente prologado por Antonio Gala. Veinte años de canción en España, de Fernando González Lucini.
»Y allí estaban todos, bien pocos faltarían, aunque algunos habían tenido que viajar para acudir a la celebración (Pi de la Serra llegaba directamente desde el aeropuerto, Paco Ibáñez había volado desde Francia, Luis Eduardo Aute apresuraba un regreso que había previsto para más tarde), pero allí estaban, abarrotando salones, escalera y pasillos, "departiendo amigablemente", como dice esa frase oficial que quiere decir charlando; allí estaban encontrándose, cambiando abrazos, sorpresa y comentarios, atrapando canapés y una copa, y entre frase y frase, entre recuerdo y recuerdo, entre proyecto y proyecto, allí estaban con sus miradas brillantes, alegres, con sus risas. Allí estaban heterogéneos, alborotadores, hermanos y libres. Allí estaban, libres... Dios mío, libres».
Por último, he de decir que la gran cantidad de críticas y reseñas que se publicaron en la prensa sobre el libro me resultaron tremendamente gratificantes y compensaron con creces el trabajo y el esfuerzo realizados. Me apetece evocar y compartir, pasado el tiempo, algunas de ellas.
«Es el estudio más serio, riguroso y documentado que se ha escrito sobre la canción española de autor». (Antonio Gómez. El País. 28 de octubre de 1984)
«Esta obra quedará como punto de partida inevitable para historiadores, estudiosos y pedagogos de una cierta literatura musical en este país». (Álvaro Feito. Guía del Ocio. 15 de octubre de 1984)
«Hay obras que por estricta justicia se hacen merecedoras de los más entrañables parabienes. González Lucini ha realizado un enorme esfuerzo cuyos resultados pueden ser calificados de perfectos. Creo que no había otra forma de hacerlo distinta a como él lo ha hecho, y es que detrás del trabajo lento y minucioso de ordenación y catalogación de los materiales, existe algo que no quiero pasar por alto: su entusiasmo. La seducción que sobre él ejerce la canción, la poesía de los textos, es evidente. Se diría que entre ellos hay una convivencia de largos años y de ahí ha surgido una verdadera pasión». (Santiago Alonso. Reseña. Mayo de 1986)
«Fernando González Lucini pertenece a esa extraña raza de gente que, de puro generosa y apasionada, debe estar a punto de extinción...; es uno de esos locos rara avis que decide empeñarse en un proyecto titánico que no tiene por objeto ni el poder, ni la fama, ni la gloria, ni el éxito económico, sino el hedonismo exacerbado y algo masoquista de trabajar sobre un material que le resulta esencialmente grato: la canción de autor». (Luis Eduardo Aute. Dominical del diario Ya. 8 de junio de 1986)
Teniendo en cuenta que los cuatro volúmenes de Veinte años de canción en España (1963-1983) tienen su propia historia particular y entrañable proximamente dedicaré un cuelgue dedicado a cada uno de ellos.