Ayer domingo, por la tarde, asistí a uno de los conciertos ofrecidos por MONCHO OTERO y RAFA MORA dentro del Ciclo «VERSOS SOBRE EL PENTAGRAMA» que suelen celebrar un domingo al mes en la Sala Libertad 8, de Madrid.
Para empezar, quiero subrayar y llamar la atención sobre el nombre de ese ciclo: "Versos sobre el pentagrama"; es curioso, hace unos años, el gran pintor Josep Guinovart también se sintió atraído por esa forma de nombrar a la "poesías cantada" y creó este dibujo:
Pués sí, ayer estuve en el concierto de Moncho y de Rafa –que empezó a las 7:30 de la tarde–. No os podéis hacer ni idea de cómo disfruté; fue uno de esos conciertos que se te hacen tan cortos, que cuando te anuncian que ha terminado es cuando te acuerdas de mirar el reloj y piensas: «¡Pero si ya son las 9 pasadas...; y yo sin enterarme!».
El concierto me pareció tan genial y tan interesante que voy a dedicarle dos "cuelgues"; estoy completamente seguro de que si le dedicara solamente uno, o se haría demasiado largo, o me dejaría totalmente insatisfecho...; y ¡no!... ¡ya no está uno para insatisfacciones!
El "cuelgue" de hoy, dedicado a Rafa Mora y a Moncho Otero va a ser como un "cuento", o mejor, lo voy a redactar como si fuera un "cuento", aunque en realidad -¡de cuento nada!– trata de una grandísima y lamentable realidad relacionada con nuestra literatura y, en concreto, con nuestra poesía.
Empiezo pues el cuento que de cuento no tiene nada:
«Érase una vez –antes de que aparecieran los libros– en la que ya existían los poetas, y en la que la poesía era "declamada" y cantada por juglares y trovadores acompañados de sus vihuelas:..; fueron tiempos en los que la poesía se escuchaba y se disfrutada en la calle, en las plazas o en las corralas...; y en los que "eso" a lo que suele llamarse "el pueblo", o sea, la gente sencilla –y con "alma"– apreciaba a sus poetas.
De repente, un buen día, apareció un orfebre alemán llamado Johannes Gutenberg –que, por cierto, debió ser un tipo genial– y se inventó la "imprenta"; y con la imprenta, aparecieron los libros –inicialmente engendrados en los "conventos"–; y con los libros "los almacenes de palabras engarzadas y alineadas" –estuvieran rimadas, o no–; e, imprevisiblemente, ocurrió algo triste y lamentable. Nos lo narra precisamente un poeta llamado Jesús Lopez Pacheco:
"Ha sido detenida la poesía. Sus jueces la han condenado a imprenta perpetua. Tal habría podido ser la noticia difundida por los últimos trovadores al ver los primeros libros de versos. Allí estaba la poesía encerrada, atada, descolorida y muda, tras los barrotes de las líneas; desde entonces, tendría que esperar al lector, en lugar de ir de boca en boca buscando al pueblo, de quien nacía por manantiales llamados poetas. Los trovadores, entonces, arrojaron sus vihuelas.
Pero esta cárcel de la imprenta podía tener ventanas casi infinitas –los libros– por los que la poesía se asomaría a la calle, a la gente. Pronto, sin embargo, sus enemigos lograron controlar su número y tamaño, de modo que, ni aún pálida y muda, ni aún seca y retorcida de sufrir, pudo llegar sino a muy pocos lectores. Y así la vemos hoy, asomada tímidamente a esos escasos y pobres ventanales de las ediciones de poesía, viendo al pueblo alejado y alejada ella del pueblo".
Aquello fue tremendo, y sus consecuencias parecían prácticamente irreparables...; tanto que la poeta Gloria Fuertes lo dejó claramente dicho y denunciado en uno de sus poemas al que –no por casualidad– han puesto música e interpretan Moncho Otero y Rafa Mora:
Cuando vi este dibujo –fue en casa de Paco Ibáñez–, me pareció tan genial, y tan expresivo, que decidí –con permiso de Josep y de Paco– utilizarlo como ilustración de cubierta de mis libros «...Y la palabra se hizo música», y así lo hice.
Pués sí, ayer estuve en el concierto de Moncho y de Rafa –que empezó a las 7:30 de la tarde–. No os podéis hacer ni idea de cómo disfruté; fue uno de esos conciertos que se te hacen tan cortos, que cuando te anuncian que ha terminado es cuando te acuerdas de mirar el reloj y piensas: «¡Pero si ya son las 9 pasadas...; y yo sin enterarme!».
Moncho Otero y Rafa Mora. |
El concierto me pareció tan genial y tan interesante que voy a dedicarle dos "cuelgues"; estoy completamente seguro de que si le dedicara solamente uno, o se haría demasiado largo, o me dejaría totalmente insatisfecho...; y ¡no!... ¡ya no está uno para insatisfacciones!
El "cuelgue" de hoy, dedicado a Rafa Mora y a Moncho Otero va a ser como un "cuento", o mejor, lo voy a redactar como si fuera un "cuento", aunque en realidad -¡de cuento nada!– trata de una grandísima y lamentable realidad relacionada con nuestra literatura y, en concreto, con nuestra poesía.
Empiezo pues el cuento que de cuento no tiene nada:
«Érase una vez –antes de que aparecieran los libros– en la que ya existían los poetas, y en la que la poesía era "declamada" y cantada por juglares y trovadores acompañados de sus vihuelas:..; fueron tiempos en los que la poesía se escuchaba y se disfrutada en la calle, en las plazas o en las corralas...; y en los que "eso" a lo que suele llamarse "el pueblo", o sea, la gente sencilla –y con "alma"– apreciaba a sus poetas.
De repente, un buen día, apareció un orfebre alemán llamado Johannes Gutenberg –que, por cierto, debió ser un tipo genial– y se inventó la "imprenta"; y con la imprenta, aparecieron los libros –inicialmente engendrados en los "conventos"–; y con los libros "los almacenes de palabras engarzadas y alineadas" –estuvieran rimadas, o no–; e, imprevisiblemente, ocurrió algo triste y lamentable. Nos lo narra precisamente un poeta llamado Jesús Lopez Pacheco:
"Ha sido detenida la poesía. Sus jueces la han condenado a imprenta perpetua. Tal habría podido ser la noticia difundida por los últimos trovadores al ver los primeros libros de versos. Allí estaba la poesía encerrada, atada, descolorida y muda, tras los barrotes de las líneas; desde entonces, tendría que esperar al lector, en lugar de ir de boca en boca buscando al pueblo, de quien nacía por manantiales llamados poetas. Los trovadores, entonces, arrojaron sus vihuelas.
Pero esta cárcel de la imprenta podía tener ventanas casi infinitas –los libros– por los que la poesía se asomaría a la calle, a la gente. Pronto, sin embargo, sus enemigos lograron controlar su número y tamaño, de modo que, ni aún pálida y muda, ni aún seca y retorcida de sufrir, pudo llegar sino a muy pocos lectores. Y así la vemos hoy, asomada tímidamente a esos escasos y pobres ventanales de las ediciones de poesía, viendo al pueblo alejado y alejada ella del pueblo".
Aquello fue tremendo, y sus consecuencias parecían prácticamente irreparables...; tanto que la poeta Gloria Fuertes lo dejó claramente dicho y denunciado en uno de sus poemas al que –no por casualidad– han puesto música e interpretan Moncho Otero y Rafa Mora:
Gloria Fuertes. |
«Los hombres no supieron
que hubo hombres que escribieron para ellos.
—Y esto es feo—.
Ni siquiera el Alcalde de Berceo
ha leído de Berceo.
No engañaros.
Ningún pobre de América del Norte,
ningún minero
ha leído a Walt Whitman.
Ningún compañero,
ningún campesino
ningún obrero,
ha leído a Blas de Otero.
¡Neruda! Los esclavos de Chile
no se saben tus versos.
Y los inditos peruanos hambrientos,
no saben quién fue Cesar Vallejo».
("Los hombres no supieron". Gloria Fuertes).
Ante esta lamentable situación, ¡algo había que hacer!... Y, ya en los años sesenta, hubo, varios poetas que lo tuvieron claro; entre ellos, Celaya, Otero y Federico: "¡A la calle; la poesía hay que echarla a la calle!... –escribieron y gritaron–. Hay que hacérsela llegar a la inmensa mayoría".
Federico, que tenía ese aire tan entrañablemente popular –"granaino pa'mas señas"–, lo expresó de una forma muy clara y muy hermosa: «La poesía nos puede esperar sentada en el quicio de la puerta, en las madrugadas frías, cuando se vuelve con los pies cansados y el cuello del abrigo subido. Puede estar esperándonos en el agua de una fuente, subida en la flor de un olivo, puesta a secar en la tela blanca de una azotea».
Y fue entonces cuando Paco Ibáñez, en París –con su amiga Mara–, y después todos los que les siguieron, tomaron sus guitarras y liberaron a la poesía de su "encarcelamiento"... A fuerza de música y de voces sacaron a los poetas a la calle; y los sacaron más vivos que nunca, como resucitados por el canto y las guitarras... Y fue así como volvió a renacer la "poesía cantada"; canción hermanada, yo diría que "consustancializada" –¡menuda palabreja!, ¡no sé si existe!– con el género de la llamada "canción de autor"».
Y colorín, colorado, el cuento no se ha acabado, ni se acabará nunca, porque surgen, y estoy convencido de que seguirán surgiendo siempre, músicos y cantores como RAFA MORA y MONCHO OTERO –de hecho, hoy por hoy, hay algunos "cantautores" más, que comparten su mismo reto– que musicalizarán poemas y los cantarán como en este vídeo, en el que Rafa y Moncho interpretan al poeta Manuel López Azorín:
Y mañana sigo pues, como me temía, me falta contaros lo que pasó realmente ayer tarde con Rafa, con Moncho y con Silvia Gallego en Libertad 8 dentro del ciclo «VERSOS SOBRE EL PENTAGRAMA»... ¡Mañana os lo cuento!
Federico, que tenía ese aire tan entrañablemente popular –"granaino pa'mas señas"–, lo expresó de una forma muy clara y muy hermosa: «La poesía nos puede esperar sentada en el quicio de la puerta, en las madrugadas frías, cuando se vuelve con los pies cansados y el cuello del abrigo subido. Puede estar esperándonos en el agua de una fuente, subida en la flor de un olivo, puesta a secar en la tela blanca de una azotea».
Y fue entonces cuando Paco Ibáñez, en París –con su amiga Mara–, y después todos los que les siguieron, tomaron sus guitarras y liberaron a la poesía de su "encarcelamiento"... A fuerza de música y de voces sacaron a los poetas a la calle; y los sacaron más vivos que nunca, como resucitados por el canto y las guitarras... Y fue así como volvió a renacer la "poesía cantada"; canción hermanada, yo diría que "consustancializada" –¡menuda palabreja!, ¡no sé si existe!– con el género de la llamada "canción de autor"».
Paco Ibáñez. |
Y colorín, colorado, el cuento no se ha acabado, ni se acabará nunca, porque surgen, y estoy convencido de que seguirán surgiendo siempre, músicos y cantores como RAFA MORA y MONCHO OTERO –de hecho, hoy por hoy, hay algunos "cantautores" más, que comparten su mismo reto– que musicalizarán poemas y los cantarán como en este vídeo, en el que Rafa y Moncho interpretan al poeta Manuel López Azorín:
Y mañana sigo pues, como me temía, me falta contaros lo que pasó realmente ayer tarde con Rafa, con Moncho y con Silvia Gallego en Libertad 8 dentro del ciclo «VERSOS SOBRE EL PENTAGRAMA»... ¡Mañana os lo cuento!