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lunes, 4 de agosto de 2014

SALA "TOLDERIA", 1974: «TEMPLO DE LA MÚSICA SUDAMERICANA». (PRIMERA PARTE).

Entrada de la Sala Toldería. Al fondo el Viaducto, de Madrid

La influencia que tuvo la canción latinoamericana en el nacimiento de una "nueva canción de autor" por toda España, y, desde ahí, en el desarrollo de un pensamiento y de un compromiso democrático contra la dictadura en sectores importantes de nuestra ciudadanía, no sólo fue posible gracias grandes autores e intérpretes como Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui Víctor Jara, sino también, y de forma muy importante, a todo un conjunto de jóvenes creadores –procedentes la mayoría de ellos de Chile, Argentina y Uruguay– que, durante los años sesenta y setenta, se establecieron en nuestro país como consecuencia del exilio o de la emigración.

Algunos de aquellos creadores consiguieron tener éxito y alcanzaron gran popularidad; otros, a pesar de que no dejaban de trabajar y de que tenían sus fieles seguidores, al final quedaron prácticamente en el anonimato; y otros, como en el caso de Manuel PicónIndio Juan y Quintín, los perdimos irremediablemente, víctimas de una muerte injusta y traicionera.

Lo cierto fue que aquella presencia de la nueva canción latinoamericana en España –y particularmente en Madrid– durante los últimos años del franquismo y a lo largo de la transición democrática fue muy numerosa, intensa y significativa.

Se multiplicaron los locales y las peñas que le daban cabida a la realización de actuaciones en directo, y los artistas –cantantes y músicos–, con sus guitarras, sus charangos, sus arpas o sus quenas, se trasladaban cada noche de un local a otro –algunos actuaban hasta en tres locales diferentes en una noche– para hacernos la generosa entrega de su arte a cambio del reconocimiento moral, profesional y, por supuesto, económico de su trabajo.

Entre aquellos numerosos locales y peñas cabe destacar, en Madrid, los siguientes: Candombe, Maraca, El Rincón del Arte Nuevo, Donalberto, La Peña Tres, La Peña Cuatro, La Barranquilla, Ravel, Sakuskiya, Vihuela o Toldería, sala a la que le vamos a dedicar varios cuelgues.


La SALA TOLDERÍA, situada en la calle Caños Viejos –junto al Viaducto–, en el Madrid de los Austrias, se inauguró el 24 de marzo de 1974, como Centro Folklórico Iberoamericano; sala calificada por Mercedes Sosa como “templo de la música sudamericana”, en la que, como dijo Cándido, en el diario El Mundo (9-IV-1994), “se vivió la clandestinidad de Madrid y la esperanza al revés de la nostalgia”.

Concretamente, sus creadores y propietarios –Gonzalo Reig y Shary Mendoza–, con motivo de la celebración del décimo aniversario de su inauguración, escribieron el siguiente texto conmemorativo:

“...Con el piso sin terminar de pulir, algunas tuberías al aire y fresca la pintura de las paredes, hace ya diez años Toldería abrió sus puertas. Antes que el público llegaron los agentes del orden, serios y funcionales bajo sus abrigos de paño oscuro y sus barbas civiles, tratando de averiguar qué era aquello.

“Sin embargo, no inaugurábamos un antro de conspiración, ni un templo cultural, ni un escondrijo para amantes sin techo. Nada temible: un negocio.

“Nunca se sabe. Al poco tiempo, en aquel diminuto escenario empezaban a cantarse poemas estremecedores, utopías rimadas, panfletos, esperanzas, realidades. A veces, en la intimidad de la alta noche y a puertas cerradas, subía a escena la desopilante irreverencia de Ortuño, que con el único escude de un vaso de vino y una guitarra, derribaba mitos y enmarañaba el pelo de las más ilustres barbas de la época.

Escenario de la Sala Toldería.

“Un buen día nos dimos cuenta de que por nuestra angostas puertas estaba empezando a entrar el pueblo, y junto a él, hombres y mujeres que de un modo un otro, le representaban, le expresaban. Entre el apretado racimo de rostros reunidos en torno a la música pudíamos descubrir, una noche cualquiera, los rasgos patriarcales de Atahualpa Yupanqui. Más allá, y tal vez sin saber uno quién era el otro, podíamos encontrar a Pablo Guerrero, Alfonso Marsillach, Mercedes Sosa, María Dolores Pradera, Chicho Sánchez Ferlosio, Ocaña, Balbín, Cortázar, Oneto, y así una interminable lista de amigos. También, confundidos con aquella pequeña y abigarrada multitud, compartieron nuestras noches unas fisonomías que apenas conocíamos, y que hoy, muchos de ellos, son nuestros gobernantes.
Atahualpa Yupanqui y María Dolores Pradera en Toldería.
Claudín y Chicho Sánchez Ferlosio, en Toldería.

“No digamos que allí se hizo historia de una época, pero sí podemos decir que allí, muchas noches, se rubricaron pequeños capítulos de esa historia. Cuántas veces al pie de las canciones, con la emoción subida a los ojos, se brindó... ¡por tu primer disco!..., ¡por tu regreso a tu tierra!..., ¡por tu futuro político!..., ¡por tu primer libro!..., ¡por los pueblos de América!..., ¡por España!... Y España comenzaba a cambiar. Y América está cambiando. Y en Toldería nos seguíamos reuniendo porque, aunque allí no se hace camino, allí se cuenta y se canta cómo vamos andando”.

Diez años más tarde, con motivo del vigésimo aniversario de la sala Toldería, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos escribió una carta encabezada con estas palabras: “Saludo a Toldería en sus veinte primaverales años”.

“Toldería, en Paraguay –decía Roa Bastos–, es el lugar donde las etnias tienen emplazados sus toldos, sus chozas, sus hogares de estaqueo y paja, sus aldeas nómadas o estables, mientras no sean arrasadas e incendiadas por los enemigos blancos. Por lo general, las tolderías rodean el sitio sagrado de la Casa de las Plegarias donde se desarrollan las ceremonias rituales; donde cobran vida las representaciones propiciatorias de su cosmogonía.

“Dos eran y continúan siendo los mitos centrales de los guaraníes, que fueron llamados durante la Conquista Espiritual los teólogos de la selva: El primero, la búsqueda inmemorial de Yvy-Marane’y (la Tierra sin Mal, la tierra intocada y virginal). El segundo mito de salvación eran las danzas y el canto. Sólo por la danza incesante –para la que el tiempo latía en las matracas y en los tambores–, era posible que en la exaltación mística final, en el éxtasis de la muerte como el orgasmo redentor de las divinidades ancestrales, el alma de los danzantes se desprendiera del cuerpo y alcanzara la vida verdadera junto al Padre-Último-Primero.

“Necesito la advocación de este mito de origen, que se celebra en las tolderías indígenas de Paraguay. Bajo ese nombre, semejante a la magia de un exorcismo, quiero poner este saludo, en cierto modo también ritual, a la Toldería madrileña que hace veinte años, tomando el nombre de selva y viento, de canto y danza, se engarzó como una joya oscura en el espacio inmemorial de los bajos fondos del Viaducto.
A la entrada de la Sala Todería: Rafael Amor. Tita Parra, Isabel Parra
–nieta e hija de Violeta–, Gonzalo Reig, y Quintín Cabrera.

“Hace veinte años que esta casa pequeña pero mayor, adolescente o centenaria, según se quiera ver, oficiaba de taberna de almas, pero también de tabernáculo del espíritu iberoamericano. Es limbo sonoro también donde perduran la imagen y el recuerdo, la voz y el genio creativo de los grandes que ya se fueron, sin irse, que nos dejaron sin abandonarnos.

“Abierta a la música, al canto, el capital cultural de todas las tierras, de todos los pueblos de la comunidad iberoamericana, Toldería evoca y recuerda, conjura y convoca lo mejor de la música popular de nuestra constelación de países. Se forma allí una congregación de razas, de culturas, de voces plurales, sin eclipse posible.

“A su pequeño espacio –inmenso porque posee la cuarta dimensión del sueño desvelado de los que aman la música y el canto– tiendo este saludo, esta emoción, este llamado. A los pies de Toldería, en las manos de Shary Mendoza, de Gonzalo Reig, sus fundadores y animadores, junto a sus colaboradores y amigos de siempre, dejo este homenaje, este pequeño ramo de plácemes y augurios. Augusto Roa Bastos. Toulouse, Francia. Marzo 24, 1994.”

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