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Ismael Serrano. (Fotografía de Miguel Castañeda) |
Tras la publicación de su primer álbum, en 1997, y como consecuencia de la muy buena acogida con la que fue recibido tanto en España como en Latinoamérica,
ISMAEL SERRANO se enfrentaba a un reto importante; con sus primeras canciones había creado unas expectativas a las que no era nada fácil responder. Siempre he pensado que el segundo disco de un cantor es el más complejo y el más arriesgado en todos los sentidos, más cuando, como en el caso de
Ismael, su segundo disco era muy esperado, y en algunos casos, como fue el mío, bastante deseado por lo que podía suponer de reimpulso de la "canción de autor".
Ese segundo disco de Ismael apareció en 1998 con el título genérico de "La memoria de los peces", obra que el mismo explicó con estas palabras: «Una vez alguien me dijo que los peces no tienen memoria, que en apenas unos segundos olvidan lo que han vivido momentos antes. La memoria de hombres y mujeres me recuerda a menudo a la de los peces, hombres y mujeres que olvidan su historia, lo que han sentido; hombres y mujeres con amnesia abocados a repetir los mismos errores».
Ismael, en "La memoria de los peces", reafirmó su identidad musical y poética, y, sobre todo, dejó muy claro que no estaba dispuesto a desligarse de la llamada "canción social"; es decir, de la canción vocacionada a conectar con lo que Celaya y Otero calificaron como "la inmensa mayoría", y a asumir la realidad histórica –pasada, presente y soñada– como argumento de sus textos o contenidos poéticos.
En ese contexto, Ismael, a través de sus canciones –anticipándose sobradamente a la recuperación de la memoria histórica que años después reivindicarían los partidos, llamémoslos, de izquierdas– defendió la urgente necesidad de recuperar memoria contra el olvido; opción que, aunque se hacía latente –como telón de fondo– en todo el álbum, se concretaba en tres extraordinarias canciones: "Al bando de los perdedores", dedicada a los hombres y a las mujeres que, tras la Guerra Civil, se vieron obligados a sobrevivir con aquella inútil, absurda y siempre amenazadora derrota a sus espaldas; "Vine del norte", canción en la que alude de forma cariñosa y entrañable a voces tan vinculadas a su identidad y al corazón de América Latina como Víctor Jara, Violeta Parra, Fito Páez o Silvio Rodríguez; y "A las madres de Mayo".
«Madre, tu hijo no ha desaparecido.
Madre, que yo lo encontré andando contigo.
Lo veo en tus ojos, lo oígo en tu boca,
y en cada gesto tuyo me nombra.
Lo veo en mis luchas y me acompaña
entre las llamas de cada nueva batalla.
Guían mis manos sus manos fuertes,
hacia el futuro, hasta la victoria siempre.
Guían mis manos sus manos fuertes,
hacia el futuro, hasta la victoria siempre».
Canciones comprometidas y solidarias que en "La memoria de los peces" se funden –como siempre lo siguió siendo en toda la obra de Ismael– con canciones que relatan experiencias, búsquedas, necesidades y encuentros de la vida cotidiana, relacionadas, en gran medida, con de amor, con la amistad y con la reivindicación de la libertad; canciones de amor de gran sensibilidad como la titulada "Pequeña criatura"en la que su realismo, la cotidianidad y la sencillez le imprimen un carácter extraordinariamente popular, al tiempo que realzan su belleza.
«Voy a buscarte a la salida del trabajo,
a Madrid le faltan caricias y abrazos.
Se los daremos ahora.
"¿Cómo ha ido todo? ¿Me has echado de menos?
¿Sabes,? anoche apareciste en mis sueños,
"Hoy he encontrado en el Segunda Mano
un piso modesto, céntrico, barato,
en el paraíso apenas a unos minutos,
si vamos en Metro, del resto del mundo".
Sueño con ello mientras mi calor te espera.
Impaciente, inexperto, yo quemo la cena.
"¿Dónde te has metido? Te creía perdida".
Me besas y aguantas mis bellas mentiras.
Un día de estos te doy un susto y te pido,
seria y formalmente, que te cases conmigo.
Ay, mi vida, un día el susto te lo doy yo a ti,
y si me preguntas, te respondo que "sí".
Pequeña criatura, la esencia más pura
Amor mío, ya lo sé, el mismo recipiente también
Asumo el riesgo, te miro y planeo
una vida contigo cargada de sueños.
Y si no se cumplen cuando despertemos,
con la luz del día ya veremos lo que hacemos.
Pequeña criatura, la esencia más pura
Amor mío, ya lo sé, el mismo recipiente también
Asumo el riesgo, te miro y planeo.
Si te falta una almohada, yo te presto mi pecho.
Y si no te amoldas a sus recovecos,
con la luz del día ya veremos que hacemos».
Dos años más tarde, Ismael Serrano grabó su tercer disco, "Los paraísos desiertos" (2000), obra absolutamente coherente con las anteriores en la que su autor vuelca su mirada, su experiencia y, sobre todo, su sensibilidad, sobre la ciudad –en concreto sobre Madrid, "Km. 0", como escenario urbano universalizable–; un disco hiperrealista, noctámbulo, aliado con la marginalidad y, como siempre –porque esa es la clave de su poÉtica– exquisitamente solidario.
Tercer disco cuajado de
historias-personajes-sentimientos magistralmente fotografiados o descritos: Historias de hombres y mujeres que sueñan con una lluvia que limpie el cielo y sus cabezas...; amores imposibles...; anocheceres y madrugadas en bares en los que la calma, la cerveza y las miradas a una rubia platino salvan vidas...; mentiras por un trozo de calor...; hombres agotados y cansados de ser libres para nada...; vidas de prostitutas, flores nocturnas, putas proletarias que venden paz y curan heridas...; soledades, ausencias y huidas...; casas deshabitadas que reviven gracias a okupas que se aferran a las almas de los muros, que las llenas de risas y las transforman en islas de paz...; en fin toda una secuencia de realidades que ponen de manifiesto la hermosa visión de ese hombre, con las manos en los bolsillos, que denuncia la vida urbana cuando en ella hay víctimas, nacidas para la libertad y la esperanza, pero que irremediablemente se ven obligadas a "perder el paraíso"..., me refiero a éste, el de aquí..., si hubiera otro paraíso después de la vida –¡ojalá lo hubiera!– esas personas sí que lo gozarían, ¡pleanente!, en primera linea..., ¡estoy convencido!