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jueves, 7 de febrero de 2013

... Y LA PALABRA SE HIZO MÚSICA. "PUEBLO DE ESPAÑA, ¡PONTE A CANTAR!"" (1ª Parte)








Hoy inicio la copia de un nuevo apartado de mi libro
"Crónica cantada de los silencios rotos";
concretamente el titulado: 
«Pueblo de España, ¡ponte a cantar!» (1)


Tras el recorrido realizado en los anteriores "cuelgues" por la situación social y política vivida en España durante los años sesenta y, más concretamente, por el panorama musical característico de aquella época, voy a detenerme ahora en la narración de los hechos y de lo acontecimientos culturales que se desencadenaron en aquellos años, por todos los rincones del país, dando origen a lo que en ese momento fue la "nueva canción", y a lo que hoy es una forma  nueva, y a la vez tradicional, de concebir la canción como arte y como la expresión de la belleza, de la realidad de la vida y de lo latidos más profundamente humanos.

Esta historia singular y apasionada que voy a intentar reconstruir –y digo intentar porque fue compleja y se desarrolló veloz y simultáneamente en muchos frentes– es básicamente un historia de honestidades y de sentimientos; una historia de esperanzas y de sueños de libertad; una historia en la que podemos encontrar un referente inigualable de la potencialidad y de la fuerza que tiene la unidad dentro del respeto, y de la riqueza de la diversidad; una historia de maravillosos locos cantantes y locas cantoras que nos mantuvieron vivos y vociferantes en el tiempo de los silencios, y que, con sus canciones –yo así quiero reconocerlo– posibilitaron nuestro encuentro con el tiempo de la luz, aunque esta luz de ahora necesita todavía que sigamos alimentándola.


«Nesta noite escura e bretemosa
na que vai camiñando o noso esprito
vese un raio de sol, vese unha rosa
que abrirá, no mencer, novos camiños.
Compañeira nos dias de tristura,
compañeira nas noites de esperenza
paso a paso de alento de tenrura,
pedra a pedra no mundo a nosa casa.
Racharemos cadeas que nos prenden,
e faremos fuxi-la treboada
falaremos de amos coa nosa xente,
pra viviren con nosco a mañá crara».
("Compañeira". Fuxan os Ventos)

«En esta noche oscura y brumosa / en la que va caminando nuestro espíritu / se ve un rayo de sol, se ve una rosa / que abrirá, en el amanecer, nuevos caminos. / Compañera en los días de tristeza, / compañera en las noches de esperanza... / rasgaremos cadenas que nos prenden / y haremos huir la tormenta; hablaremos de amor con nuestra gente, / para vivir con nosotros la mañana clara». ("Compañera". Fuxan os Ventos).

En el pórtico de esta historia es imprescindible traer a la memoria colectiva –en la mía siempre estará presente– a Gabriel Celaya.

Gabriel Celaya.

Recuerdo que aquel 18 de abril de 1991, en el que la muerte nos robó la limpieza de su mirada azul, yo me encontraba fuera de Madrid, al conocer la noticia no pude contener mis lagrimas: era, y es mucho, lo que le amo; tomé mi lápiz y me puse a escribir, a corazón abierto, unas notas que Trini de León Sotelo, me pidió por teléfono para las páginas culturales del diario ABC, a las que titulé "Artesano del verso" y de las que reproduzco un fragmento:

«Acudí a nuestro primer encuentro buscándole como poeta, pero pronto, en seguida, descubrí y sentí junto a mí, al hombre sencillo, bueno y limpio: al artesano del verso que con su mirada y un vaso de vino fue capaz de decirnos que es posible vivir, que es posible salvar el mundo entero y que es grande la esperanza.

Al día siguiente Celaya me escribió una pequeña nota, era la respuesta pronta, desinteresada y tierna a un prólogo que yo le había pedido: "Querido amigo: Te envío el prólogo que te prometí. Ya me dirás si te sirve. Perdona mi pésima mecanografía. Llevo 60 años dándole a la máquina y todavía no he aprendido. ¡Abrazos!".


En aquel prólogo nos regaló a todos unas palabras que, desde entonces, jamás he olvidado: "Cantemos como quien respira. Porque esa es la libertad, porque es decir quienes somos, porque eso es el amor. Respirar o cantar. Porque ambas cosas son la misma: Poesía".

A partir de aquel día me empezó a resultar casi imposible el dejar de verme frecuentemente, con el amigo poeta [...]».

«¡Cantemos como quien respira!», escribió el poeta; y es que Gabriel Celaya fue, indiscutiblemente, el necesario y necesitado provocador de nuestra "nueva canción". Él ya, en 1951, se atrevió a escribir en una antología de sus poemas, algo que conmocionó a mucha gente –entre la que se encontraban muchos poetas de la época–. Nos dijo:

«Nuestros hermanos mayores escribían para "la inmensa minoría". Pero hoy estamos ante un nuevo tipo de receptores expectantes. y nada me parece tan importante en la lírica reciente como ese desentenderse de las minorías y, siempre de espaldas a la pequeña burguesía semi-culta, ese buscar contacto con unas desatendidas capas sociales que golpean urgentemente nuestra conciencia llamando a vida. Los poetas deben prestar voz a esa sorda demanda. [...] La poesía no es un fin en sí, sino un instrumento, entre otros, para transformar el mundo».

Aquellas palabras se concretaron aun más, en 1960, en su obra "Poesía urgente":


«Los recursos técnicos, y en especial la posibilidad de hacer audibles y no sólo legibles nuestros versos, gracias a medios como el micro, el altavoz, lar radio etc. son sumamente importantes y están llamados a revolucionar una literatura que venimos concibiendo desde el Renacimiento bajo el signo de la imprenta, que es como decir, de la lectura a solas». 

Celaya, ya entonces, estaba anunciando y apoyando la necesidad de ponerles música a los textos de los poetas para buscar el contacto directo con el pueblo que, como él decía, «estaba desatendido y golpeando urgentemente nuestra conciencia». Celaya estaba profetizando el nacimiento de un nuevo tipo de "canción popular".

Cuando este tipo de canción, que el intuía y reclamaba, empezó a nacer, el poeta lo celebró con satisfacción y con alegría. Vamos a evocar las palabras que escribió con motivo de la edición del primer LP del grupo "Aguaviva" en 1970; un disco en el que aparecían canciones sobre textos de León Felipe,  Alberti y Federico García Lorca:


«Todavía hoy muchos poetas se sienten decimonónicamente geniales, solitarios, intocables. Es absurdo. Guste o no guste –a mí, desde luego, me gusta– nuestra época agudiza el sentido de los social, y los mismos medios técnicos que consecuentemente ha inventado, mueven a esa creación en equipo, de la que Aguaviva me parece un nuevo y prometido exponente. No se trata sólo de que la voz de los doce chorros de Aguaviva sea anónima, sino de cómo en este LP utilizan todos los recursos, sin traicionar a los grandes poetas en que se apoyan, desde luego, pero sabiendo también que son unos colaboradores de ellos, precisamente porque participan en su emoción, la hacen suya, y en ella encuentran nuevos ecos, nuevas resonancias y nuevos modos de apoyar un sentir colectivo.

Surge así un nuevo tipo de obra. No el poema apoyado por la música, sino algo que anticipa un nuevo género poético».

Un nuevo género poético o una nueva forma de hacer canciones a partir de los textos de nuestros poetas clásicos y contemporáneos, que Paco Ibáñez, por su parte, con su gran sensibilidad literaria y musical, también había intuido desde París, donde vivía,  y había empezado a hacer realidad a finales de los años cincuenta. Precisamente fue Paco el primero que le puso música a un poema de Gabriel Celaya y lo cantó, logrando hacer realidad lo que el poeta soñaba: que su poesía pudiera tener un profundo sentido social. Aquella canción fue "La poesía es un arma cargada de futuro", escrita por Gabriel en 1954; canción que pronto se convirtió en una especie de himno compartido de lucha y esperanza:


«Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, 
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, 
fieramente existiendo, ciegamente afirmado, 
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente 
los vertiginosos ojos claros de la muerte, 
se dicen las verdades: 
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas 
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, 
piden ser, piden ritmo, 
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto, 
con el rayo del prodigio, 
como mágica evidencia, lo real se nos convierte 
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria 
como el pan de cada día, 
como el aire que exigimos trece veces por minuto, 
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan 
decir que somos quien somos, 
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. 
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo 
cultural por los neutrales 
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. 
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren 
y canto respirando. 
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas 
personales, me ensancho, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, 
y calculo por eso con técnica qué puedo. 
Me siento un ingeniero del verso y un obrero 
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta 
a la vez que latido de lo unánime y ciego. 
Tal es, arma cargada de futuro expansivo 
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada. 
No es un bello producto. No es un fruto perfecto. 
Es algo como el aire que todos respiramos 
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo 
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. 
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. 
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos».
("La poesía es un arma cargada de futuro"
Gabriel Celaya - Paco Ibáñez).

(Quiero aprovechar esta primera referencia histórica a Paco Ibáñez para rendirle, desde aquí, un homenaje sencillo, pero auténtico y entrañable. Él con gran sobriedad, pero con rotunda contundencia, le abrió una nueva senda a nuestra cultura popular por la que posteriormente fueron muchos los que le siguieron; él supo rescatar para el pueblo desde el Arcipreste de Hita, Góngora, Manrique o Quevedo, hasta a Machado, Celaya, Goytisolo, Neruda, Alberti, Lorca o Blas de Otero. De él se ha dicho, como recoge Jean-Jacques Fleury en su libro "La nueva canción en España" (1978), que es «el músico con quien sueñan los poetas»).

Chicho Sánchez Ferlosio. (Foto Juan Miguel Morales).

Por aquellos años también, finales de los cincuenta, surge en Madrid otro de esos personajes claves e imborrables para la historia de la "nueva canción" –o "canción de autor"– y, en general, para la historia profunda de nuestro país –esa historia que no aparece en los grandes tratados y que con frecuencia se olvida, o pretende olvidarse–; su nombre es Chicho Sánchez Ferlosio –con el que puedes pasar horas y horas hablando, y te sientes incapaz de sacarle ni una fecha; eso sí, las horas con él, de apasionantes que resultan, se te convierten en segundos–.

Chicho componía e interpretaba sus canciones en la Facultad de Filosofía, y, como él mismo dice, las hacía sencillamente porque sí, porque le salían y porque aquello, además de parecer bastante serio, resultaba también sumamente divertido. Cuenta que estando en la "mili", como se aburría mucho, un día le dio por componer una canción, y resulta que le salió nada más y nada menos que aquella a la que le puso el nombre de "La huelga de Asturias" –me imagino que nunca se la cantaría a su sargento–. De sus canciones de aquella época, además de "Hoy no me levanto yo" o "La paloma de la paz", hay una, en especial, que tuvo una repercusión política y social importantísima: fue "Gallo rojo, gallo negro", canción que fotografía, con elocuencia, la situación política del país en aquellos años. (Yo la oí por primera vez en un disco editado en Suecia que casualmente encontré en una de mis escapadas a Biarritz. Recuerdo que aquel día pude pasarlo metido debajo del asiento de la persona que conducía –que era muy de derechas– y que en aquella ocasión se nos había ofrecido para atravesar la frontera).


«Cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día.
Si cantara el gallo rojo
otro gallo cantaría.
Ay, si es que yo miento,
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Ay, qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.
Se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era grande
pero el rojo era valiente.
Se miraron cara a cara
y atacó el negro primero.
El gallo rojo es valiente
pero el negro es traicionero.
Gallo negro, gallo negro,
gallo negro, te lo advierto:
no se rinde un gallo rojo
mas que cuando está ya muerto».
("Gallo rojo, gallo negro". 
Chicho Sánchez Ferlosio).


Con canciones como ésta, o como las que, también en aquellos años, componía e interpretaba Jesús Munárriz, se estaban empezando a perfilar los dos tipos o estilos de canciones que, a partir de entonces, se harían por todo el Estado: canciones como las de Paco Ibáñez musicando textos de nuestros poetas clásicos o contemporáneos, y canciones como las que Chicho y Munárriz crearon, en las que el cantor, recuperando formas que conectaban con nuestra tradición popular, y dejándose guiar más de su intuición y de su sensibilidad que de sus conocimientos "académicos-musicales", creaba música y texto, incidiendo, casi siempre, como prioridad, sobre la necesidad de que la letra quedase clara y pudiera resaltar, sin romper la armonía, sobre la música. (Más tarde, y en casos tan elocuentes como el de Lluís Llach –para mí uno de nuestros grandes músicos contemporáneos–, el concepto de "nueva canción" evolucionó hacia composiciones en las que el lenguaje musical y el lenguaje poético conformarían un todo inseparable de calidades y de fuerzas igualmente importantes y expresivas. En cualquier caso, como diría Jacques Brel, este trabajo de creación siempre ha tenido mucho de artesanal: «yo soy –solía comentar– un modesto artesano de la canción».)

Jesús Munárriz.

Respecto a Jesús Munárriz –al que nombraba en el párrafo anterior y que en la actualidad es una de las personas que, a través de la Editorial Hiperión,  más está luchado por la conservación y la difusión del lenguaje poético y la obra de nuestros poetas contemporáneos– hay que decir que sus canciones tenían tal fuerza y tal capacidad comunicativa, que cuando actuaba en un recital conseguía que la audiencia estallara en un entusiasmo absolutamente desbordante. Valga como muestra este fragmento de su canción "Los cuernos", de la que Ana María Drack hizo una versión particular, pero interesante:



«Cuando se menta la cornamenta
hay quien se echa a temblar.
Es tema ingrato del que el recato
siempre ha de protestar,
pero yo pienso que el campo inmenso
de la cornupetez ha de estudiarse
y clasificarse con toda sensatez.

Enumeraciones,
clasificaciones
y otros instrumentos lógicos
podrán ayudarnos
para situarnos
en un mundo tan mitológico.
Pues enumeremos
y clasifiquemos
de manera coherente
las fundamentales
armas capitales
que ostentan los semovientes.

Hay cuernos derechos
otros muy mal hechos,
con mil ramificaciones,
hay cuernos curvados,
cuernos afeitados
que dan a ganar millones.
Cuernos como bisonte,
de rinoceronte,
de burócrata honorífico,
cuernos agresivos,
cuernos comedidos,
de carácter metafísico.

Hay cuentos discretos
que ocultan secretos
de alcobas muy principales
y cuernos vistosos
de muchos famosos
por sus funciones sociales.
Aun sin matrimonio,
el mismo demonio
ostenta buenas defensas,
y hasta la gacela,
que es hembra recela
si en sus cuernos habrá defensa.

Los cuernos del buey
son de buena ley,
se los tiene merecidos; 
los del arribista
son de doble arista:
los da por bien conseguidos.
Los cuernos de cabra,
"natura" los labra,
su inocencia es evidente;
los de su marido,
de nombre sabido,
son de uso muy frecuente.

Los cuernos del viejo
que es puro pellejo
y, más que marido, es amo,
son tan naturales,
tan fundamentales
como los que ostenta en gamo.
La jirafa oculta
sus cuernos, resulta
animal de gran prudencia;
en cambio al banquero
que, pese al dinero,
los lleva con insolencia.

Los cuernos de ciervo
son todo un acervo
de sabias subdivisiones,
pero entre nosotros
se sabe de otros
de tamañas proporciones.
Los de corzo son
cuernos sin razón
moral que los fundamente;
en esto es igual 
al pobre animal
todo cornudo inocente.

Los cuernos de toro
son como un tesoro
para los profesionales;
aun sin mala saña
diré que en España
son los cuernos nacionales.
El rico cornudo
opina a menudo
que cuernos con pan son menos;
para el pobre son
como el colofón
de sus males sempiternos.

Dijo Salomón
que ante el corazón
las razones poco cuentan
esto explica que
entre hombres de fe
abunden las cornamentas.

Si hay quien opina
que es poco fina
mi forma de cantar
o que no es tema
para un poema
asunto tan procaz,
yo le aconsejo
que en el espejo
se mire con cuidado;
lo digo en serio,
pues su criterio
huele a cuerno quemado».
("Los cuernos". Jesús Munárriz - Ana María Drack).

... Y en el próximo "cuelgue", hablamos de Cataluña y del nacimiento de la "nova cançó".

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