Vuelvo a 1965 y hago un pequeño paréntesis para evocar un acontecimiento personal importante que no quiero dejar de reflejar porque, sin duda, ha sido uno de los que más ha marcado y sigue marcando mi vida. Me refiero a mi primer encuentro con la mujer que durante más de cincuenta años ha sido mi compañera de camino, de sueños, de proyectos, de luchas, de problemas y de ternuras. Mi fortaleza ante las dificultades, mi esperanza, mis muletas cuando fueron necesarias y mis alas siempre. Mujer a la que amo con el alma y con el cuerpo, y con la que comparto cuatro hijos que siempre están ahí empujándonos, queriéndonos y apuntalando nuestro futuro en el tiempo que nos quede por vivir.
Como comenté en el capítulo anterior, siendo ya responsable del Movimiento Junior masculino, me planteé como objetivo prioritario romper la absurda separación implantada entre lo que fueron los «aspirantes» y las «menores» de Acción Católica; objetivo que empezó a hacerse realidad a mediados de 1965, cuando empezamos a caminar juntos los chicos y las chicas, elaborando y compartiendo proyectos, sueños y compromisos. Objetivo que no fue nada fácil, aunque, hoy por hoy, pueda parecer increíble.
En aquel momento había que hacer frente, por una parte, a la prepotencia machista de la época, que anulaba de forma radical el valor de la igualdad; y, por otra, era imprescindible liberarse de todo un conjunto de enfermizos y represivos principios morales centrados, de forma obsesiva, en torno al desprecio del valor de la sexualidad, el cuerpo y el placer; valores que durante muchos años fueron víctimas de la permanente amenaza de la inmoralidad y el pecado; monstruo realmente endemoniado frente al que ya éramos muchos los que por entonces empezábamos a revelarnos.
Pues bien, en ese contexto, en el verano del 75, se celebraron en Madrid unas nuevas Jornadas Nacionales de las responsables diocesanas de «menores» para plantear el proceso definitivo de creación de un Movimiento Junior unificado.
El día que se inauguraron aquellas Jornadas, Merche Lavía, que en aquel momento era la responsable nacional, me invitó a que participara en el encuentro, y así lo hice. Recuerdo que me sentaron en la mesa presidencial y que incluso tuve que decir algunas palabras. Pero, en realidad, lo más importante que ocurrió aquel día tuvo poco que ver con el tema de las Jornadas y con lo que yo pude decir, que ya ni me acuerdo.
Sentado en la presidencia tenía frente a mí a las más de sesenta chicas que habían viajado desde toda España para participar en el encuentro. Hubo un momento en que toda mi atención se centró en una de ellas. Era una mujer muy linda. Sinceramente, me pareció la más bella de todas o, al menos, fue la que más me llamó la atención. No pude dejar de observarla ni un momento. ¡Cómo me gustaba aquella mujer! Pregunté a Merche de dónde venía aquella morena y me dijo que se llamaba Tonona, que estudiaba aparejadores y que era la responsable diocesana de Tenerife.
Finalizada la reunión de aquel día, me acerqué a Tonona y le propuse salir a cenar juntos aquella misma noche. Me dijo que sí, lo que me puso más contento que unas Pascuas, pero me fastidió un montón cuando se presentó a la cita con dos compañeras sevillanas. ¡En fin! ¿Qué se le iba a hacer? Paseamos, cenamos, hablamos y cada minuto que pasaba me gustaba más la canaria. Yo, por lo que luego me contó, también le había caído bastante bien.
Cuando acabaron aquellas Jornadas Nacionales quedamos en volver a vernos y, aunque ella vivía en Tenerife y yo en Madrid, el nuevo encuentro se hizo realidad de inmediato. Enseguida organicé una reunión urgente para evaluar la marcha del Junior canario, y para allá que me fui.
«Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.» Con Tonona. |
Estuvimos tres días juntos, pudimos hablar solos y allí empezó todo. Seis años escribiéndonos casi a diario, deseándonos en la distancia, viéndonos menos de lo que nos gustaría, luchando y trabajando juntos por los derechos y los valores en los que creíamos, y amándonos mucho, temporadas en Tenerife y temporadas en Madrid. Y así hasta el 6 de abril de 1971, cuando tomamos la decisión de casarnos. Lo hicimos en Tenerife y aquel mismo día, inmediatamente después de la boda, nos vinimos a vivir definitivamente a Madrid.
De aquellos primeros años tengo un recuerdo muy entrañable relacionado con la «canción de autor». Un buen día, al poco tiempo de conocerlos, Tonona (no sé si intencionadamente o no) me regaló el cuarto single editado por Raimon en Edigsa, Cançons d'amor (1965), con cuatro canciones. Una de ellas se llamaba «Treballaré el teu cos» y me decía:
«Traballaré el teu cos
com treballa la terra
el llaurador del meu poble:
am amor i força».
(«Trabajaré tu cuerpo
como trabaja la tierra
el labrador de mi pueblo:
con amor y fuerza»).
Tres años más tarde, en 1968, fue también ella la que me regaló el primer single del cantautor gallego Benedicto, un disco con cuatro temas: «Eu son a voz do pobo», «No Vietnam», «Un home» y «O arte de amar». Benedicto, como más adelante comentaré, fue uno de los fundadores del colectivo «Voces Ceibes» de canción gallega (1968).
Tonona, por entonces, lo tenía claro. Ya sabía que el mejor regalo que se me podía hacer era un disco de aquellos cantautores a los que tanto empezábamos a admirar.
Siempre que pienso en el día que conocí a mi compañera y en los años que llevamos compartidos, no puedo dejar de evocar el poema «Te quiero» que Mario Benedetti escribió y publicó en su libro Poemas de otros (1973-1974). Es un poema con el que tanto Tonona como yo siempre nos hemos sentido total y felizmente identificados.
«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle coco a codo
somas mucho más que dos».
Bellísimo poema que en 1976, estando Benedetti exiliado, fue musicalizado y cantado por los argentinos Alberto Favero y Nacha Guevara, y del que posteriormente se han realizado numerosas versiones interpretadas por El Cuarteto Zupay (Argentina), Eduardo Peralta (Uruguay), Isabel Parra (Chile), Susana Baca (Perú), Tania Libertad (México), Amparo Ochoa (México), Lilia Sánchez (Chile) Jenny Cárdenas (Bolivia), Sandra Mihanovich (Argentina), María Jiménez (España), Quintín Cabrera (Uruguay/España), Los Sabandeños (España), Ángel Corpa (España), Miguel Caldito (España) o Jesús Garriga (España).
He de decir que a mí, de todas esas versiones, una de las que más me emociona es la musicalizada e interpretada por Jesús Garriga, cantautor canario; versión que grabó en su disco Hijo del sol (2006).
Por cierto, dando un salto en el tiempo y realizando un giro temático, Jesús Garriga, autor de los que yo califico de «tercera generación», ocupa un lugar muy especial en «mi vida entre canciones». Aparte de porque considero que su obra es de una gran calidad, también por un pequeño pero muy importante gesto que hace años tuvo conmigo.
Fue en diciembre de 2008. Jesús, a quien no conocía aún en persona, me mandó inesperadamente un correo que me produjo una tremenda e inolvidable emoción. Había cantado el 1 de octubre de 2008 en la Casa Góngora de Panamá, en el marco del Festival Tocando Madera, y me contaba lo siguiente:
Jesús Garriga en Panamá. |
«El motivo de escribirte es para contarte una experiencia que tuve recientemente en el "Festival Internacional de la Canción de Autor de Panamá 2008". Fui invitado por la Embajada de España para participar en dicho festival y tu nombre estaba en boca de todos porque también llevaron la exposición Y la palabra se hizo música, ¡maravillosa! Por otra parte, me regalaron allí mismo un ejemplar de tu libro El canto emigrado de América Latina, que devoré por completo y sigo usándolo para saciar mi curiosidad y descubrir a mucha gente.
»Después de leer tu libro y conocer un poco más el movimiento social y de lucha que despertó el género, me pareció imprescindible contarte lo que está ocurriendo en Panamá con la canción de autor. Los panameños acaban de salir de una ocupación de los USA y existe un movimiento para deshacerse de lastres culturales gringos y hacer de Panamá un país con una identidad cultural propia. Existe un movimiento desde la canción de autor panameña que ellos llaman "Tocando Madera" en el que pelean para dar a conocer la cultura de su país. Estuve allí con ellos y me pareció hermoso que un puñado de cantautores, guitarra al hombro, con pocos recursos, intenten llevar su cultura y sus reivindicaciones, en forma de canción, a todas las provincias del país. No sé como explicar bien mi sensación, me pareció que estaba formando parte de algo histórico, me recordaba a bonitas historias del pasado en el que el trovador era un auténtico cronista de su tiempo y sobre todo me pareció un movimiento a tener en cuenta dentro de la canción de autor, no solo por la calidad musical de los cantautores con los que compartí, también por la filosofía de lucha que tienen, me pareció hermoso».
Yigo Sugasti, Jesús Garriga y Alcides Fuentes en la exposición "...Y la palabra se hizo música", Panamá, 2008. |
Pocos días después de recibir este correo, localicé y me puse en contacto con Yigo Sugasti, impulsor desde el año 2004 del movimiento de cantautores panameños «Tocando Madera». ¡Magnífica y entusiasmante iniciativa que me reafirmó en el carácter internacional y sin fronteras que realmente tiene este género al que identificamos como «canción de autor»! Por otra parte, a partir de aquel día, Yigo y yo mantenemos una muy buena amistad y complicidad.