MARINA ROSSELL |
«Rocé tu corazón por un instante, sentí su calma, lo tuve entre mis manos...; fuiste una luz que lo inundaba todo...»; esta experiencia que nos transmite MARINA ROSSELL en una de sus canciones –experiencia que normalmente estalla ante el deslumbramiento o el escalofrío que nos produce el encuentro con la belleza–, es la que yo siento y percibo cada vez que la escucho cantar, tanto si lo hace en catalán –su lengua materna– como si lo hace en castellano; y es que si hay alguna pincelada que defina o que perfile el retrato y la personalidad de esta mujer, es la de la belleza; una belleza que va mucho más allá de la apariencia; una belleza que trasciende los límites de lo tangible; una belleza que viene a ser, en su caso, un rasgo total de su identidad y que, desde su identidad se transforma en un hecho real de su persona, de su música y de sus canciones.
Pero, ¿de dónde le viene a Marina tanta belleza? ¿en qué secreto fuego la alimenta? Yo creo –o mejor, estoy convencido que su secreto y su fortaleza radican en primer lugar en su la pasión por la libertad, no en etéreo, sino en su vida real y cotidiana; en el amor y en la forma que tiene de entender su existencia y su trabajo; una libertad que a veces duele –que a veces «niebla la luz del alba»–, pero que ella ha sabido siempre resguardar con una especie de "conjuro" o de fórmula mágica que esconde una bellísima alternativa:
«Sal de la cordura y entra en calma
hasta la locura sana y salva
y ven conmigo a mecer la luna.
Dale una vueltita al sentimiento,
sal de esta maldita fe en el miedo
y vem, descúbrete en el desierto».
En esa alternativa está también, para mí, su segunda fortaleza y el segundo nutriente de su encarnación de la belleza: Marina Rossell, cuando crea, cuando canta, o cuando tienes la oportunidad o la suerte de compartir con ella la amistad, no reprime sus sentimientos; sus sentimientos manan en sus palabras y en sus canciones al descubierto, y son unos sentimientos nobles, cálidos y sinceros engendrados, tal vez, allá en Gornal –«en aquellos atardeceres azules de verano»– y en sus silencios, cuando se calla el ruido y ella alimenta su sensibilidad de las realidades más cotidianas: «del sonido de una lámpara al fundirse», o «del gran rumor del mar».
Hay una tercera fortaleza que Marina posee, y que es un don que la naturaleza le ha regalado; un don que cultiva y trabaja, de forma constante, y siempre apuntando al mismo horizonte: el encuentro con la belleza; me estoy refiriendo a su voz. Marina tiene una voz rotunda, hermosa, limpia y penetrante; en su voz la palabra se hace música, y resplandece..., y confidencia..., y acaricia..., y excita...; en su voz la palabra y la música se transforman en un "latido inmenso".
Por todo esto, cuando rozo su corazón, siento y percibo una luz que me lo inunda todo...; «una revolución de soles en el alma» –como diría Gil de Biedma–; cosa que me pasa con bastante frecuencia, porque Marina Rossell no deja de cantar, y cuando canta, como ella misma confiesa –tomando unas palabras de Fito Páez– «viene a ofrecernos, y a ofrecernos a todos, su corazón.»
Hay una tercera fortaleza que Marina posee, y que es un don que la naturaleza le ha regalado; un don que cultiva y trabaja, de forma constante, y siempre apuntando al mismo horizonte: el encuentro con la belleza; me estoy refiriendo a su voz. Marina tiene una voz rotunda, hermosa, limpia y penetrante; en su voz la palabra se hace música, y resplandece..., y confidencia..., y acaricia..., y excita...; en su voz la palabra y la música se transforman en un "latido inmenso".
Por todo esto, cuando rozo su corazón, siento y percibo una luz que me lo inunda todo...; «una revolución de soles en el alma» –como diría Gil de Biedma–; cosa que me pasa con bastante frecuencia, porque Marina Rossell no deja de cantar, y cuando canta, como ella misma confiesa –tomando unas palabras de Fito Páez– «viene a ofrecernos, y a ofrecernos a todos, su corazón.»