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lunes, 8 de enero de 2018

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 14.



Antes de proseguir con «mi vida entre canciones» a partir de la década de los ochenta, voy a realizar un paréntesis, creo que necesario, para aclarar desde mi experiencia personal la situación por la que tuvo que atravesar la «canción de autor» y, en particular, sus creadores, a partir de 1975, año en que muere el dictador Francisco Franco y se inicia la transición democrática.

De paso, en este paréntesis también me propongo desenmascarar a todos los «enterradores» (de entonces y de ahora) que, por diferentes motivos, se sacaron y se siguen sacando de la manga una crisis de la «canción de autor» que, personalmente, como vengo diciendo y escribiendo desde hace mucho tiempo, considero inexistente. 

Es curioso, y resulta bastante surrealista, que muchos de esos «enterradores» actuales (que los hay a puñados y muy radicales) ni siquiera habían nacido cuando Aute compuso «Las cuatro y diez», Llach «La gallineta», Cecilia «Dama dama» o Pablo Guerrero «A cántaros». Cuando les escucho o leo sus escritos por las redes sociales y les percibo tan seguros y prepotentes, no puedo dejar de preguntarme: ¿y estos «súperespecialistas» saben realmente de lo que hablan? ¿Cuál es en realidad su memoria y su experiencia histórica? ¿De dónde les viene la información? ¿Se la habrán contado o se la estarán inventando?

Vayamos por partes. Para empezar hay un hecho evidente y difícilmente discutible. Durante los últimos años de la dictadura franquista, sobre todo a partir de 1969, la «canción de autor» y los cantaturores, reafirmando su identidad rebelde, democrática y contestataria, fueron quienes mejor y más clara y directamente supieron expresar, cantando, el hecho cotidiano y real de la represión, el dolor y la barbarie originada por Francisco Franco y sus acólitos, que eran muchos, cerriles y muy peligrosos.

Por otra parte, también fueron ellos, los cantautores, quienes manifestaron y nos contagiaron la esperanza en que, con y desde la unidad y la solidaridad, era posible que «terminara la larga noche y clareara la mañana», como cantaba José Menese con versos de Francisco Moreno Galván. Posicionamiento y actitud valiente, arriesgada y necesaria que, en realidad, no contó con más apoyo que el del sector de la ciudadanía que, identificándose con ellos y con sus canciones, reafirmaba y coreaba, también valientemente, sus denuncias, sus sueños de libertad y su clara voluntad democrática.

Hay que decir y recordar que en aquellos años, bien por la imposibilidad establecida por la censura o por el miedo y el riesgo ante cualquier tipo de represalia arbitraria e impune que pudiera producirse, la «canción de autor» no pudo contar con un apoyo real de los medios de comunicación, ni con la apuesta, por supuesto arriesgada, de la gran industria discográfica. No obstante, es justo reconocer  que en los últimos años de la dictadura surgieron algunas iniciativas de claro carácter local y alternativo que llegaron a ser realmente esenciales para el nacimiento y la difusión de la «canción de autor». Es el caso, por ejemplo, de los sellos discográficos Edigsa, en Cataluña; Xistral, en Galicia; Edumsa, en Madrid; Artezi, Elkar o Herri Gogoa, en el País Vasco; Sonoplay, Nóvola o Acción

Aquella falta de apoyo o de respaldo a la «canción de autor» fue cambiando conforme la dictadura empezó a dar sus últimos coletazos y la ciudadanía, en particular el sector juvenil, empezó a tomar conciencia de que, por fin, «estaba despuntando el alba». 

Fue en esas circunstancias cuando, a finales de 1974 y en 1975, apareció, por ejemplo, la revista Ozono, «Revista de música y otras muchas cosas», dirigida inicialmente por Álvaro Feito; o los sellos discográficos Gong (Movieplay) y Pauta (Ariola), que acogieron y promocionaron gran parte de la obra de nuestros cantautores. Iniciativas posibles gracias a que empezó a suavizarse el efecto de la censura y, sobre todo, porque la «canción de autor» pasó a convertirse en un producto cultural socialmente demandado y, en consecuencia, comercialmente interesante y sostenible.


A partir de ahí, entre 1976 y junio de 1977, fecha en que se celebraron las primeras elecciones democráticas, la «canción de autor» se convirtió en una expresión cultural esencial para la gran mayoría de la ciudadanía que reclamaba, cada vez más esperanzada, la democracia y la libertad. 

Es importante recordar en este contexto el Recital de los Pueblos Ibéricos, celebrado el 9 de mayo de 1976 en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid. Recital histórico que duró más de ocho horas y al que asistimos más de cincuenta mil personas de todas las edades. Actuaron más de veinte cantautores procedentes de todo el país: Quico Pi de la Serra, Raimon, José Antonio Labordeta, La Bullonera, Bibiano, Benedicto, Miro Casabella, Luis Pastor, Daniel Vega, Julia León, Elisa Serna, Adolfo Celdrán, Pablo Guerrero, La Fanega, Fernando Unsain, Carmen Jesús e Iñaki, Gerena, Mikel Laboa, Víctor Manuel, Gabriel González, los portugueses Fausto y Vitorino, e Isabel y Ángel Parra, de Chile.


De la misma forma, en aquel momento la «canción de autor» se convirtió en un centro de especial interés para la clase política y, en particular, para los partidos políticos de izquierdas que decidieron apoyar a los cantautores solicitando que participasen en sus campañas y sus mítines con el fin de movilizar los sentimientos y los latidos democráticos del electorado.

Recuerdo, en ese sentido, canciones como «Por un poder andaluz», compuesta en 1977 por Carlos Cano para la campaña electoral del Partido Socialista Andaluz; o la canción «Vota bien y mira a quién» creada por Adolfo Celdrán ese mismo año. Canciones evidentemente circunstanciales que se alejan mucho de la calidad real, poética y musical, de la obra global tanto de Carlos como de Adolfo.

«Aquí están los socialistas, / los de la manita abierta, / los que defienden su tierra / del paro y la emigración, / los del olivito verde / y el corazón por bandera, / verde y blanca de la tela / del pueblo trabajador. / [...] ¡Viva Andalucía libre / que es hora de despertar! / ¡Y que vivan los que luchan / por darle la libertad! / Andaluz, que tu voto no migre / pa que así no migres tú. / ¡Por un poder andaluz!». (Carlos Cano)

«Habla pueblo habla / vota pueblo vota / pero no votes / a quien te explota./ [...] Ellos son los supermanes / y nosotros los idiotas. / Los cuentos para los tontos, / esquiroles y pelotas. / Nos piden que les votemos / que callemos y a otra cosa. / Mi voto es para los míos, / los que cambiarán la historia». (Adolfo Celdrán)

Aquella situación, felizmente, varió a partir de 1978, año en que se aprobó la Constitución y en que la reivindicación de los valores y los derechos humanos, así como la denuncia de las situaciones injustas, pasaron a convertirse en dos de las responsabilidades centrales y específicas, tanto en el Congreso como en el Senado, de los parlamentarios y los grupos políticos elegidos democráticamente. La «canción de autor» necesitaba desligarse de las posibles utilizaciones políticas y tenía que recuperar su libertad y su independencia crítica e ideológica.

A partir de aquel momento, los cantautores tuvieron que replantearse su identidad como colectivo y, a la vez, como individualidad, tanto en lo referente al contenido poético de sus canciones como a la calidad de sus composiciones y de su interpretación oral e instrumental. Replanteamiento que, desde mi punto de vista, no supuso ni originó en ningún momento una crisis global del género reconocido como «canción de autor». Fue en esencia un necesario y obligado momento de paréntesis y búsqueda personal del que muchos (una gran mayoría) salieron fortalecidos poética y musicalmente. Bien es verdad que hubo también quienes dejaron de cantar. Y no menos cierto que, de forma imparable, con el paso de los años, no han dejado de surgir nuevas generaciones de cantautores de calidad que, con gran esfuerzo y mucha ilusión, siguen cantando «como quien respira», que diría Celaya.

No sé a qué crisis de la «canción de autor» se refieren los «enterradores» cuando, por ejemplo, en 1979, se publicaron y pudimos disfrutar de grandes obras de la música popular como Canciones de amor y celda, de Amancio Prada; De par en par, de Aute; Los versos del capitán, de Manuel Picón y Olga Manzano; Somniem, de Lluís Llach; Un largo abrazo de agua, de Quintín Cabrera; Romesco, de Gato Pérez; Saba de terrer, de Maria del Mar Bonet; Quan l'aigua es queixa, de Raimon; La leyenda del tiempo, de Camarón, o Fins que el silenci ve, de Joan Baptista Humet, quizá uno de los mejores discos de Humet, que, además, tuve la suerte y el placer de poder disfrutar el día de su estreno en el Palau de la Música de Barcelona, momento que marcó el comienzo de una inolvidable amistad. 


Como no encuentro el menor rastro de la mencionada crisis cuando al año siguiente, ya en la década de los ochenta, se publicaron discos como Valle de lágrimas, de Javier Krahe; Malas compañías, de Joaquín Sabina; De la luna y el sol, de Carlos Cano; El eslabón perdido, de Vainica Doble; Barcelona. Ciutat gris, de Joan Isaac; Bruixes i manduixes, de Marina Rosell; Luna, de Víctor Manuel; Lau-Bost, de Mikel Laboa, o Marismas, del grupo Suburbano.

Tampoco se produjo una crisis de la «canción de autor» años después, en 1986, cuando, ante la incoherencia y la degradación democrática que ya empezaba a mostrarse en nuestro país, cantautores como Javier Krahe con su «Cuervo ingenuo» o Labordeta manifestando su «Desobediencia civil», se opusieron a Felipe González y al gobierno socialista ante su postura de integración en la OTAN.


Crisis ¡no! Hoy por hoy, yo mismo me sorprendo cada día de la enorme cantidad de amantes de la «canción de autor» que visitan mi blog Cantemos como quien respira, la web Canción con todos o el Buen día que, desde hace más de tres años, vengo compartiendo, cada mañana con una canción, en mi muro de Facebook. Sorprendente también la respuesta, tremendamente numerosa y positiva, de la audiencia del programa de Radio Nacional Esto me suena. Las tardes del ciudadano García en el que colaboro los viernes por la tarde con un espacio dedicado a los cantautores.

Con todo lo escrito anteriormente, siento contradecir y decepcionar a quienes afirman (no sé muy bien por qué) que el género musical y poético identificado como «canción de autor» está en crisis. No lo está, ni mucho menos. Lo que sí es cierto es que estamos hablando de una manifestación cultural que, en general, no recibe los reconocimientos que merece, quizá por su capacidad crítica. Manifestación cultural y artística que, por aquello de tomarse en serio el amor y la vida, hay quienes no la pueden soportar.

Cierro este paréntesis evocando dos manifestaciones más que respaldan, subrayan y amplían mis razonamientos. 

La primera, el programa de televisión que realizó Jose Luis Balbín en La clave, el 7 de mayo de 1993, al que tituló ¿Qué fue de los cantautores contestatarios? Un programa en el que participamos Chicho Sánchez Ferlosio, Marina Rossell, Labordeta, Carlos Cano, Gerónimo Grada, Javier Krahe y yo, donde quedó demostrado, una vez más, que de crisis nada. El programa está colgado en mi blog Cantemos como quien respira y recomiendo verlo.


La segunda manifestación es más reciente. Me refiero al poema que ha escrito Luis Pastor y que da título a uno de sus últimos discos: ¿Qué fue de los cantautores? (2012). Me encanta concluir este capítulo con algunos magníficos fragmentos de ese poema:

«[…] ¿Qué fue de los cantautores? / preguntan con aire extraño / cada cuatro o cinco años / despistados periodistas / que nos perdieron la pista / y enterraron nuestra voz. / [...] ¿Qué fue de los cantautores? / Aquí me tienen, señores / como en mis tiempos mejores / dando al cante que es lo mío. / Y aunque en invierno haga frío / me queda la primavera, / un abril para la espera / y un Grândola en el corazón. / ¿Qué fue de los cantautores? / Aquí me tienen señores / aún vivito y coleando / y en estos versos cantando / nuestras verdades de ayer / que salpican el presente / y la mierda pestilente / que trepa por nuestros pies. / [...] Siete vidas tiene el gato / aunque no cace ratones. / Hay cantautor para rato. / Cantautor a tus canciones. / Zapatero a tus zapatos».

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