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sábado, 13 de enero de 2018

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 16.



Carlos Cano ha sido, sin la menor duda, uno de los cantautores y amigos a los que más he admirado y querido a lo largo de mi vida. Sus composiciones y los años en que compartimos una intensa amistad (junto a Alicia, Tonona y los hijos) han sido parte muy importante de «mi vida entre canciones». Lo fueron y aún lo siguen siendo, porque es imposible olvidar lo mucho que compartimos, reímos, trabajamos y soñamos juntos.

La primera vez que supe de la existencia de Carlos y que le escuché cantar fue a través de su primer LP, A duras penas; disco de referencia que me dejó tremendamente impactado. Una obra (por cierto, hoy perfectamente recuperable) en la que se funden una calidad humana de una sensibilidad extraordinaria (hasta en el quejido y la amargura); una conciencia social desgarrada (que Enrique Morente reforzó) y un sentido del humor muy fino que, cuando Carlos se lo proponía (porque era necesario) podía llegar a ser mordazmente hiriente. Todo ello sobre la base de unas composiciones musicales y una forma de cantar de raíz sureña que ya, desde aquel primer momento, transpiraba un sabor y unos aires verdaderamente populares. Al escuchar a Carlos nunca pude dejar de pensar en Antonio Machado en la voz de Juan de Mairena. Él de verdad canta como «el pueblo lo siente y lo piensa, y así como lo expresa y plasma en la lengua que él más que nadie ha contribuido a formar».


Fue tanto lo que me prendió aquel primer disco de Carlos que, cuando tuve la oportunidad de empezar a redactar mis crónicas en el periódico escolar Saeta Azul, le dediqué una de ellas. Se publicó en la segunda quincena de marzo de 1977, Carlos Cano y la Nueva Canción Andaluza. El alcance que llegó a tener aquel artículo fue sorprendente, en particular por tratarse de un periódico tan bien distribuido en Andalucía. Recuerdo muy bien que aquel número de la revista (el 56) tuvo que reeditarse.

En el momento en que publiqué aquella crónica, Carlos estaba grabando su segundo LP, A la luz de los cantares. Un buen día, cuando ya lo tuvo terminado y a punto de publicar, me llamó por teléfono Antonio Muñoz, que en aquel momento era su manager y su mano derecha.

Antonio, consciente de la trascendencia que había tenido el artículo publicado en Saeta Azul sobre A duras penas, me preguntó si era posible hacer algo similar con el nuevo disco. Yo estaba a punto de dejar el periódico por sobrecarga de trabajo pero, por supuesto, le dije que sí. Tenía curiosidad, estaba convencido de que aquel segundo disco de Carlos Cano sería tan bueno como el primero y de que merecería la pena escribir sobre él y recomendarlo.

Por su parte, Antonio me informó de que Carlos y él iban a estar próximamente en Madrid de promoción (ellos vivían en Granada) y que si me parecía bien y me apetecía podríamos concertar una entrevista para conocernos y charlar.


Recibido el nuevo disco, escribí y publiqué la crónica correspondiente y, una vez que el periódico estuvo distribuido, llamé a Antonio y a Carlos, que estaban en Madrid. Decidimos citarnos los tres en el hotel Abeba, donde se hospedaban. El encuentro fue inolvidable. Carlos me habló de su nuevo proyecto, Crónicas granadinas, prolongamos la entrevista con una cena y aquel día marcó el inicio de nuestra amistad.

A partir de entonces, entre 1978 y 1983, fue rara la semana en que no nos llamáramos por teléfono o el mes en que Carlos y yo no nos encontráramos en Granada, en Madrid, en Sevilla (en casa de Diego de los Santos) o en Barcelona, donde teníamos amigos comunes como Carlos Herrera, Antonio Guerrero o Nuria Ribó.

En aquellos años Carlos grabó y pudimos disfrutar sus Crónicas granadinas (1978), De la luna y el sol (1980) y El gallo de Morón (1981). Tres hermosísimos discos que, lamentablemente, no llegaron a tener, al menos fuera de Andalucía, la valoración que en justicia merecían.


Ante esta situación, cuando Carlos empezó a pensar en su siguiente disco, que se titularía Si estuvieran abiertas todas las puertas, decidimos pasar unos días en una casa que había alquilado yo en la sierra de Madrid para charlar con calma y pensar qué podríamos hacer para promocionar el nuevo disco por todo el país con mejores resultados.

Una de las posibles acciones que se me ocurrieron y que le propuse a Carlos fue escribir un libro con su biografía que podríamos publicar haciéndolo coincidir con la salida al mercado del nuevo disco, prevista para finales de 1983. A Carlos le pareció bien. El problema que se nos planteaba no era escribirlo, ya le conocía bien y además tenía suficiente tiempo para hacerlo, el problema era quién podría editarlo.

Enseguida pensé en la magnífica colección Los Juglares de la Editorial Júcar. En aquel momento ya habían aparecido en ella, entre otras, las biografías de Dylan, Jacques Brel, Brassens, Serrat, Pi de la Serra, Víctor Manuel, Labordeta, Vainica Doble, Raimon y Aute.

Nada más regresar de la sierra solicité una entrevista a María de Calonje y a Silverio Cañada, que en aquel momento dirigían lo colección, y les conté el proyecto.

En un principio parecía que aquello no iba a prosperar. Carlos aún no era lo bastante conocido como para que su biografía despertara demasiado interés y pudiera venderse, me dijeron que era una inversión arriesgada. Entonces se me ocurrió plantear la posibilidad, para reducir los gastos, de que yo mismo, además de escribir el libro, podría hacerme cargo de su maquetación y su diseño sin cobrarles nada. Por otra parte, también les propuse (por supuesto, después de consultárselo a Carlos) que estábamos dispuestos a percibir los derechos de autor no en dinero, sino en libros. A María y a Silverio aquellos planteamientos les parecieron aceptables (¿cómo no?) y el libro se pudo hacer realidad. Lo publicamos en los primeros días de octubre de 1983, coincidiendo, tal y como habíamos previsto, con la salida del disco Si estuvieran abiertas todas las puertas, obra en la que Carlos incluyó canciones referenciales de su repertorio como «Tango de las madres locas», «La metamorfosis», «Elisa», «Hijos de la calle» y «La estrella perdida».


Recuerdo, a modo de anécdota, que cuando firmamos el contrato pensamos que solo utilizaríamos una parte de los libros que nos tenían que entregar (llegaron a ser más de trescientos) para la promoción del disco, cosa que no tuvimos más remedio que hacer con todos, puesto que la editorial, al entregárnoslos, ya se encargó de estampar en todos y cada uno de ellos un sello bien visible que ponía: «Ejemplar NO VENAL».

La redacción de aquel libro fue una aventura apasionante. Me planteé como objetivo penetrar en lo que llamé «el umbral del silencio» de Carlos, con el fin de ir mucho más allá de sus datos biográficos y llegar, en lo posible, al descubrimiento de su humanidad y su mundo interior, de donde, sin duda, nacían sus canciones.

Compartimos y hablamos relajadamente muchas horas, lo que me permitió conocer bien su intimidad y su pensamiento, al mismo tiempo que fuimos afianzando entre nosotros una más sólida relación de amistad y de cariño.


A finales del verano de 1983 montamos una pequeña oficina en Madrid desde donde pusimos en marcha la estrategia de promoción que habíamos diseñado durante meses. Un plan que consistía básicamente en la presentación del libro y del disco. 

Fue un trabajo duro y pasamos bastantes nervios pero, en realidad, nos reímos mucho y compartimos no pocas satisfacciones. En aquellos días presenté a Carlos a una serie de amigos que, tras conocerle y escuchar sus canciones, decidieron ayudarnos. Entre ellos, Eduardo Úrculo, Amadeo Gabino, Fernando Bellver, Manuel Arcorlo, José Hernández, Isabel Villar, Eduardo Sanz, José Luis Verdes, Rafael Canogar, Amalia Avia, Basilio Martín Patino y Fernando Savater. 

La presentación del libro la hicimos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 18 de octubre y corrió a cargo de Fernando Savater, Maria de Calonge y un servidor. Fue todo un éxito. Carlos, con su acostumbrada timidez, en un momento determinado desapareció. Menos mal que al final pudimos rescatarle para que firmara algunos libros conmigo. 


Por cierto, relacionada con aquella presentación hay una anécdota que voy a referir porque me parece divertida y entrañable. Como andábamos muy mal de dinero, decidimos preparar nosotros mismos el aperitivo que íbamos a ofrecer después de las palabras de presentación. Lo hicimos en mi casa, entre Carlos, Alicia (el gran amor en la vida de Carlos), Tonona, mis hijos y yo. Preparamos las tortillas de patatas y los canapés, cortamos queso y jamón, compramos frutos secos y lo trasladamos todo en un taxi. Cuando llegamos al Círculo dispusimos las mesas con sus manteles y las viandas correspondientes y, a decir verdad, nos quedó mucho mejor que si se lo hubiéramos encargado al mejor bar de la zona. Así se hacían las cosas por entonces, y así era como los sueños se podían ir haciendo realidad.

A los cinco días de la presentación del libro, es decir, el 23 de octubre, presentamos el disco Si estuvieran abiertas todas las puertas con un concierto de Carlos celebrado en el teatro Salamanca de Madrid. Precioso concierto en el que felizmente tuvimos que colgar el ambiciado cartel de «Agotadas las localidades».

Con motivo de ambas presentaciones se me ocurrió crear un grabado o un aguafuerte de corta tirada que fuera un recuerdo testimonial de aquel momento en la vida profesional de Carlos, al tiempo que una invitación muy especial para la participación de las personas más amigas en los dos encuentros que habíamos organizado. Para ello hablé con el escultor Amadeo Gabino, con quien mantenía una muy buena amistad. Le encantó la idea y nos pusimos a trabajar en ella. Una vez creada la plancha por Amadeo, realizamos la estampación en el taller de otro gran pintor amigo, Fernando Bellver.

La imagen del aguafuerte representa una puerta que se abre a la posibilidad de la luz y la utopía, e iba acompañada de dos fragmentos poéticos manuscritos. El de la parte superior está tomado de un texto que le escribí a Carlos para la carpeta de su disco, y el de la parte inferior es un fragmento de la canción «La estrella perdida» de Carlos Cano.


«Por encima del tiempo y el espacio;
surge el SILENCIO.
y en el silencio hoy de nuevo, la ESPERANZA,
y el sueño, y la fe, y la UTOPÍA.
Y en el silencio la visión conmovedora
de una puerta,
una sólida y desafiante puerta, cerrada desde siglos,
que cobra ligereza en su apertura».
(Fernando González Lucini)

«La utopía
abrirá las fronteras
que al mundo separan
de la inmensidad».
(Carlos Cano)

A partir de 1983 se inició una nueva etapa en la carrera artística y discográfica de Carlos que se concretaría en 1985 con la aparición del álbum Cuaderno de coplas, publicado por Ariola.

Mientras acontecía todo lo que acabo de narrar, el 4 de marzo de 1983 Luis Eduardo Aute dio, también en el teatro Salamanca, su mítico concierto Entre amigos, acompañado de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat y Teddy Bautista. El 7 y el 8 de junio, se presentó en el mismo teatro el espectáculo Sudacas, creado por Manuel Picón, Olga Manzano, Rafael Amor y Claudina y Alberto Gambino. Y, por desgracia, el 14 de octubre, en Burgos, perdimos a Jesús de la Rosa, fundador y alma del grupo Triana, que falleció como consecuencia de un accidente de tráfico.

Finalmente, para concluir este capítulo, voy a reproducir un texto de Carlos Cano tomado de la biografía que publiqué en Júcar. Es un texto que retrata muy bien su personalidad y lo que fueron las raíces vinculantes de nuestra amistad. Recordemos que justo por aquel entonces yo estaba reivindicando el valor del silencio y de la interiorización en la «Sinfonía pedagógica en tres tiempos».


«Reivindico el silencio, reivindico la soledad, digo que no es mala, digo que el silencio es un tiempo que tenemos que recuperar, que hay que empezar a escuchar y a comprender la realidad desde el silencio para llegar a encontrarnos de verdad con nosotros mismos. Reivindico el derecho a decir: "Me encuentro tierno y sensible, sin que me dé la más mínima vergüenza. Reivindica la sensibilidad como fortaleza».

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