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martes, 26 de febrero de 2013

"ESTHER ZECCO". RELATO Y SECUENCIA DE UNA SEDUCCIÓN.

Hoy voy a dedicar este "cuelgue" a una joven cantautora que me tiene totalmente seducido, se llama ESTHER ZECCO. Nació en Segovia –y reside en Madrid–; lleva más de diez años en esto de la composición y la interpretación, pero he de confesar que la he descubierto muy recientemente –cosa que lamento porque es mucho y muy bueno lo que me he perdido–; ese descubrimiento feliz tuvo lugar en el concierto que nos ofreció el pasado domingo día 17 de febrero en la sala del National Geografic, de Madrid.

Esther Zecco.

Efectivamente, nunca había escuchado cantar en directo a Esther Zecco, y la verdad es que cuando el pasado día 17 empezó a hacerlo me quedé sorprendido.

Esther con una tremenda sencillez y simplicidad navegó por sentimientos, sensaciones, percepciones, latidos..., y consiguió con palabras y acordes –como si fueran pinceladas suaves– dibujar en el aire esa especie de complicidad misteriosa, que con frecuencia se establece, entre la realidad que está fuera de nosotros –a veces oculta, "detrás de una pared"–, y esa otra realidad que nos habita en el umbral de nuestros silencios.

En un momento del concierto, ya con el proceso de seducción irremediablemente asumido, me vinieron a la memoria unos versos de mi buen Gabriel Celaya, en los que habla de la canción. Dice Gabriel:


«Cantar es más que hablar. 
Cantar es alabar y abrir con un ¡oh¡ el mundo. 
Cantar es admirar ; no explicar, no decir. 
Cantar es saludar lo que no es explicable. 
mostrar la maravilla de la realidad [...]
Cantar es percibir y quedar fulmidado, 
y dar con las palabras que, al decir, son lo que es 
sin charlatanerías, ni adornos de oropel.
Cantar es descubir el misterio del hecho 
que aunque está ante nosotros no sabemos ver».
(GABRIEL CELAYA)

«Mira los semáforos que cambian de colores –canta Esther: percibe, descubre y muestra–; un muñeco parpadea / y la gente se acelera y todos corren... / Mira, se están cayendo las hojas de aquel árbol / están muertas aunque parece bailando / pero puede recogerlas del camino hacia el trabajo... Pero puedes recogerlas» ("Mira").

Esta aproximación a la realidad –o a lo que Celaya llama al "misterio del hecho"– en las canciones de Esther Zecco adquiere tres dimensiones precisas y mágicas –"sin charlatanería ni adornos de oropel"–..., a saber: "sencillez", "intimismo" y "cotidianidad"; tres formas de contemplar y de contar la realidad –la de dentro y la de fuera– que se traducen en palabras "reinnovadas" de sentido, en bocanadas de vida y en destellos de sensibilidad... ¡Fíjense ustedes en el siguiente texto!:


«Ya no sé de dónde soy,
ya no extraño mi colchón,
ya no sé si voy o vuelvo.
Descuelgo el teléfono
me habla un teleoperador:
“Por su seguridad esta conversación quedará grabada”
¿Dónde está mi libertad?
¿Dónde está?
Que con máquinas nunca he sabido hablar

Son días caninos, de choque de trenes
Buscando disparos de muchos colores que limpien mis sienes
Son días de lluvia, de luces de freno
Botellas que calman, pronóstico de asma en un cenicero…

Ya no sé de dónde soy,
ya no extraño mi colchón,
ya no sé si estoy de paso o no
Piso el acelerador,
palabras en un panel
“Advertencia, radar en la zona, modere su velocidad”
¿Dónde está mi soledad?
¿Dónde está?
Que con cámaras grabando no sé andar».
("Disparos de colores").

El concierto proseguía, y con él, el "increscendo" de la seducción, sobre todo cuando Esther decidió adentrarse en el terreno del amor –donde la seducción y la irracionalidad se hacen inseparables–. Y le cantó al amor sin renunciar, para nada, a su "sencillez", a su "intimismo" y a su "cotidianidad"... ¡Muy bellas canciones de amor "sin charlatanería ni adornos de oropel"!... ¡Como debe ser!...

«A veces quiero que te enfades conmigo,
lo sé, no tiene ningún sentido.
Una y mil veces yo sigo poniéndote a prueba;
pienso: A ver hasta donde llega.
A veces quiero que te vayas de aquí,
no creas que lo digo por decir,
una y mil veces yo sigo obligándote a hacer las maletas,
pienso: A ver hasta cuando se queda».
("Quiero que te enfades conmigo")


«Todos tan mayores y al final
resulta que somos tan niños.
Por qué de repente me cuesta
no hacer en el aire castillos. [...]

Qué me pasa que ando como los niños,
que ando por los bordillos,
que pierdo el equilibrio,
que todo me sabe a azúcar y miel,
que sólo hago aviones de papel. [...]

Ya sabes que me iría corriendo
detrás del autobús que te lleva a tu casa.
Y sé que los niños nunca tienen prisa
y será por eso que no llegan tarde.
Dibujo en el suelo tu nombre con tizas,
pero los columpios del parque ya no son como antes.

Qué me pasa que ando como los niños,
que ando por los bordillos,
que pierdo el equilibrio,
que al sentarme no me cuelgan los pies,
sigo haciendo aviones de papel
("Aviones de papel").

Y al final –cuando el concierto "cantaba a su fin", y la seducción "alea jacta es"Esther Zecco me anticipó mi salida –ahora un poco más consciente y esperanzada– a una impersonal Gran Vía, de un Madrid sin mar, que me lleva a casa:


«Cuando salgo de casa  
me cruzo con un perro. 
No sé cómo se llama,
no sé si tiene dueño.
También veo a unos niños 
que llegan al colegio, 
no pueden con los libros,
tienen cara de sueño.
Algún desconocido 
me deja conectarme 
a su red de alto alcance
y ya soy navegante.

El hombre del kiosco
no tiene buena cara, 
se lo noto en los ojos,
a saber qué le pasa…
Y ahí está la señora,
esa que come sola, 
con mirada perdida 
ya vuelve a la oficina.
Algún desconocido 
me deja conectarme 
a su red de alto alcance 
y ya soy navegante.

Me asomo a la ventana, 
pero no veo nada, 
tan sólo un patio viejo 
y el mar está tan lejos…
El mar está tan lejos…
Algún desconocido 
me deja conectarme 
a su red y en mi casa 
sin mar soy navegante»
("Desconocidos")

En fin, el caso es que Esther, la otra noche, en su concierto, me permitió conectarme a su red de canciones –o sea, de sensibilidades– y, sin tener cerca el mar, me hizo sentirme navegante por ese mundo tan suyo, y tan fascinante, de "sencillez", de "intimismo" y de "cotidianidad"; y quedé "fulminado" –como dice Celaya–, y además, de la forma que a mi verdaderamente me gusta: "sin charlatanerías, ni adornos de oropel".

Desde aquel día, me persigue una de las maquetas de Esther con once canciones..., y la seducción es ya definitivamente irreversible.

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