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miércoles, 23 de julio de 2014

RETRATO ÍNTIMO DE «MIKEL LABOA»

MIKEL LABOA

Este "retrato íntimos" los escribí en el mes de diciembre de 1997, 
o sea, once años antes de que nos dejara; 
concretamente Mikel murió el 1 de diciembre del 2008.

Tal vez una de las experiencias más mágicas y más extraordinarias que se pueden vivir es la del encuentro libre y sensorial con la expresión artística, en cualquiera de sus manifestaciones; la experiencia que supone sumergirse en ese espacio de comunicación libre, íntimo y sereno en el que, abandonado al eco de tus sensaciones y de tus sentimientos –y sin más mediación que la obra de arte en sí misma–, descubres como sutilmente te va penetrando y te prende.

En ese momento es cuando más estalla la magia –la magia o el encantamiento–; y cuando el objeto artístico se hace un poco tú mismo, y sientes como se integra en el más reservado rincón de tu intimidad; rincón en el que estallan la sensibilidad y el sentimiento, en el que fluyen la imaginación y la fantasía y donde uno va atesorando las realidades que más ama y a las que acude, de vez en cuando, para salir de los túneles, y para realimentar los deseos de vivir.

Esta experiencia fue la que yo pude vivir, hace ya bastantes años, cuando escuché cantar por primera vez a MIKEL LABOA. Aquel hombre manaba música por todos sus poros y tenía una voz que, desde el primer momento, me resultó misteriosa e irresistiblemente atractiva.

De Mikel siempre me llamó la atención la forma en que interiorizaba y recreaba la música y la canción tradicional de euzkadi, y el tono justo y medido que sabía darles a los textos de los poetas cuando se decidía a ponerles música –poetas vascos, como Xavier Lete "amigo del alma", Bernardo  Atxaga o Joseba Sarrionandia; o Bertolt Brecht, a quien tan brillantemente ha recuperado–; pero, realmente, lo que, desde siempre, más me impresionó de este creador  fueron esas composiciones a las que él llama "lequeitios" y que, para mí, no son otra cosa que una experimentación del arte en libertad –en este caso, a partir de la palabra, del sonido y de la música–; una especie de juego creativo extremadamente sensorial, capaz de crear climas y ámbitos de gran belleza, de honda sensibilidad y, sobre todo, de libertad, –los "lequeitios" de Mikel Laboa nacen de la libertad y a ella nos conducen o nos invitan irresistiblemente–.

Discos de Mikel Laboa ilustrados por José Luis Zumeta.
Años 1974, 1989, 1990 y 2007

En estas composiciones, que podríamos calificar de expresionistas, Mikel deja entrever esa libertad a la que acabo de hacer referencia, pero, a la vez, no puede prescindir de transmitir o transpirar en su música los colores, los paisajes, los sonidos, los sentimientos, la historia y, yo diría, que hasta los olores del pueblo y de la realidad vasca a la que él tanto ama. (Concretamente su "Lequeitio 9: Mugak" es, desde mi punto de vista, una de las obras más hermosas que se han creado entre nosotros en estos últimos años).

Recuerdo que en la época en la que profesionalmente me dediqué a la enseñanza hice numerosas experiencias con esas composiciones de Mikel Laboa; entre ellas, una consistente en poner aquella música a mis alumnos de diez y doce años, invitarles a relajarse y, tras la audición, pedirles que expresaran plásticamente lo que aquella audición les había sugerido. Los resultados siempre fueron sorprendentes; mis alumnos y alumnas no entendían el euzkera y, por tanto, sus claves perceptivas no podían centrarse más que en la música y en el tono de aquella voz que se les confidenciaba en una lengua distinta de la propia; claves que les resultaban suficiente –dada su expresividad y su elocuencia– para llegar a una expresión libre verdaderamente impresionante. (De aquellas experiencias, lo que más recuerdo es el clima de silencio y de interiorización que siempre provocaban los "lequeitios" de Mikel Laboa).

En este "retrato íntimo" sólo he querido dar las pinceladas que perfilan la personalidad de Mikel Laboa como uno de nuestros más importantes músicos contemporáneos. Él ha sido, y sigue siendo, uno de los personajes que supo romper con cualquier tipo de estereotipo que se pudiera aplicar a la llamada "canción de autor"; y él ha sido, también, uno de los maravillosos culpables de esta historia en la que el arte y la libertad un buen día decidieron tomarse de la mano para apuntalar la esperanza y para alentarnos, día a día, en el presente, y siempre hacia adelante, mirando hacia el futuro. "Gure baitan datza eguzkia,/ illuna eta izotza / urratu dezakeen argia / urtuko duen bihotza"... "En nosotros está el sol –nos canta–, el corazón que puede fundir y la luz que puede desterrar el hielo y la oscuridad"».

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