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jueves, 27 de junio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (9): "VEINTE AÑOS DE CANCIÓN EN ESPAÑA". SEGUNDO VOLUMEN: "LIBERTAD, IDENTIDAD Y AMOR" (1985)

El segundo volumen de Veinte años de canción en España (1963-1983), editado en abril de 1985, se centra fundamentalmente en la libertad, la identidad y el amor, temas a los que añadí otros dos complementarios: el profundo valor del sentimiento y la amistad. La ilustración de la cubierta la creó Rafael Alberti, el prólogo lo escribió Gabriel Celaya y el epílogo, titulado «De la crisis y la renovación», corresponde al periodista Antonio Gómez.

Cuando terminé el original de este segundo volumen pensé que me encantaría que lo prologase Rafael Alberti, uno de los poetas que más se había musicalizado y cantado en aquel momento. Lo pensé y decidí intentarlo. 


Conocía muy poco a Rafael, solo de encontrarnos en algunos actos organizados en el Instituto Cultural Andaluz. 


Sabía que por entonces el poeta vivía en un piso de la Plaza de los Cubos, en la zona madrileña de Princesa, y que por las tardes solía bajar a merendar o a cenar a la cafetería del VIPS que había debajo de su casa. En la librería de aquel VIPS vendían algunas de sus obras y el poeta, con gran amabilidad, solía dedicárselas a las personas que las compraban.


Una tarde decidí presentarme en aquella cafetería con el original del libro, acercarme a Rafael, hablarle del proyecto que estábamos poniendo en marcha y decirle que me encantaría que me prologase el segundo volumen que estaba a punto de editarse.



Cuando Alberti vio que me acercaba, no me reconoció, pensó que era alguien que iba a solicitarle un autógrafo, lo que le hizo mostrarse sonriente y amable; pero cuando le expliqué quién era y lo que en realidad quería, no os podéis hacer ni idea del cabreo que se pilló. Reacción que justificó diciéndome a gritos que lo estábamos explotando, que no le dejábamos en paz y que no iba a escribirle prólogos a nadie más, sobre todo si encima se lo pedíamos gratis. La verdad es que en aquel momento la situación económica de los poetas comprometidos con los derechos humanos y la democracia era insostenible.


El enfado fue tan estruendoso que yo me sentí absolutamente avergonzado y no supe qué hacer ni dónde meterme. Entonces, para intentar calmarle, ingenuamente, se me ocurrió decirle: «Rafael, no te enfades y perdona. Olvídate de lo que te he dicho y no te preocupes. Le pediré el prólogo a Celaya que como es buen amigo seguro que me lo escribe». En aquel momento ya conocía a Gabriel Celaya, teníamos una gran amistad.



Cuando Rafael escuchó aquello se enfadó aún más: «¡Celaya, Celaya! ¡Claro que te lo escribirá! ¡Y a lo mejor sin leerse el libro!». Y entonces yo, sin saber cómo salir de aquella situación, intenté despedirme y largarme; pero entonces, cambiando totalmente de tono, me dijo el poeta: «¡Espera! ¡Déjame el libro y pásate mañana por mi casa».


Al día siguiente, fui a su casa, me recibió él mismo y, nada más saludarme, me entregó un sobre y me dijo: «Toma, esto para ti, para que lo pongas en tu libro. Pero no lo abras ahora, ábrelo si quieres en el ascensor. Y que el prólogo te lo haga Celaya o quien sea». Nos despedimos y nada más salir de su casa leí lo que me había escrito en el sobre: 


Abrí el sobre y descubrí que lo que él había llamado «eso» era el hermoso dibujo de una paloma rodeado de un pequeño poema que recogía maravillosamente el contenido global de aquel segundo volumen:



De la casa de Rafael, inmensamente feliz, me fui directo a la de Gabriel y Amparo. ¡No salíamos del asombro! Después de reírnos y charlar un buen rato, Celaya me dijo: «Aprovecha y pon el dibujo de Rafael en la portada, y el prólogo que yo te iba a escribir para el volumen dedicado a los problemas sociales te lo hago para este». Y dicho y hecho. A los pocos días, Gabriel me mandó su prólogo acompañado de una tarjeta en la que ponía: «Querido amigo. Te envío el prólogo que te prometí. Ya me dirás si te sirve. Perdona mi pésima mecanografía. Llevo sesenta años dándole a la máquina y todavía no he aprendido. ¡Abrazos!»


Aquel prólogo decía así:


«Creo que mi condición de vasco y el hecho de que la poesía de mi país, precisamente por su carácter originario eminentemente oral –poesía más cantada y salmodiada que leída o escrita– contribuyó a que con esa agresividad típica de la juventud me dirigiera contra el pobre Gutenberg y contra la imprenta. Algún fondo de razón tenía. La poesía, tanto en la Grecia Clásica como en la España Medieval y en mil otros lugares, siempre nació unida a la música y al canto. Pero también sería una simplicidad que junto a ese "mester de juglaría", a cuyo renacimiento asistimos hoy en día, se desconociera el "mester de clerecía", es decir, una poesía escrita y quizá un poco marisabidilla que surgió poco más tarde. A mi modo de ver, lo importante no es optar entre una y otra forma de expresión, sino recordar, como toda la historia de la poesía no los demuestra en nuestro país y en cualquier otro, que siempre hubo una mutua y recíproca influencia de ambas formas de expresión y que si la canción popular revitalizó mil veces la poesía sabia, esta, además de aprovecharla, la llevó a altos resultados de los que, en último término, la canción utilizó también mucho.


»La gran ventaja de la poesía oral o cantada sobre la poesía leída radica en que el oído es el más primario, directo y total de nuestros sentidos. El primero que experimentan los niños y el último que pierden los agonizantes. Pero también es cierto que leer, precisamente porque nos es tan fácil y tan inmediato como oír, exige un esfuerzo de atención que nos lleva a profundizar en los textos más de lo que percibimos en una primera lectura. En este sentido, quiero decir que al releer los textos que creía conocer y que Fernando González Lucini ha recopilado, me he dado cuenta de que hay muchos mejores de lo que me parecieron cuando los oí de pasada. Y esto, a fin de cuentas, confirma que, como antes decía, los creadores de la canción popular no ignoraban la poesía culta de su época, sino que la cantaban a su aire y con su modo propio, revitalizándonos a los escritores. Aunque creo que nosotros también les ayudábamos a ellos.


»Creo que el trabajo que está realizando Fernando González Lucini tiene un valor inmenso, no solo porque es un documento esencial para comprender nuestra época, sino porque además de que tiene un valor poético en sí, nos muestra el camino de un nuevo género literario que yo presentía allí en mi juventud y que hoy día es una realidad. Yo pensaba, y creo que tenía razón, que la poesía cantada estaba llamada a renacer, porque si la imprenta había estado a punto de enterrarla, los nuevos medios de comunicación –radio, televisión, tocadiscos, micros, altavoces, etcétera– estaban llamados a resucitar esa forma de expresión que tan antigua parecía en cierto momento, y que tan actual y llena de porvenir ha llegado a ser en nuestro tiempo.


»En el libro que ahora prologo se habla de la libertad, de la identidad y del amor. Se habla de temas que el hombre lleva, ha llevado y llevará siempre dentro mientras viva. Responde así a algo que hace treinta o más años yo pedía: "Cantemos como quien respira". Porque eso es la libertad, porque eso es el decir quiénes somos, porque eso es el amor: Respirar o cantar. Porque ambas cosas son la misma: Poesía».



La presentación de este segundo volumen la hicimos en Alcalá de Guadaira (Sevilla), el 13 de junio de 1985, a las nueve de la noche. Estuvo organizada por la Consejería de Cultura de Andalucía y el Ayuntamiento de Alcalá. Fue un encuentro inolvidable en el que participaron Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina, Luis Pastor, Carlos Cano, Gualberto, Antonio Gómez y Lole y Manuel. Recuerdo a Alba Molina muy pequeñita y preciosa (aún no había cumplido los siete años) correteando por allí. Hoy Alba es una magnífica cantora. Me tiene completamente enamorado con el disco que grabó en 2016 dedicado a sus padres: Alba Molina canta a Lole y Manuel. ¿Y cómo no recordar también en este momento a Manuel, que nos dejó en mayo de 2015? 


Aquel día, después de la presentación, me consta que se organizó un fiestón en la plaza de Alcalá. Carlos Cano y yo nos la perdimos porque aquella misma noche nos tuvimos que ir en coche a Sevilla para hacer con Jesús Quintero su inolvidable y mágico programa El loco de la colina.

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