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domingo, 28 de enero de 2018

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 18.



Otro de los acontecimientos importantes de «mi vida entre canciones» fue la creación, a finales de 1983, de la Asociación de la Música Popular. Un gran proyecto en el que un grupo de «creyentes» (y amantes) de la «canción de autor» depositamos muchas ilusiones y muchas horas de trabajo. Entre todos conseguimos que iniciara su vuelo, pero la realidad fue que, en menos de un año, se convirtió en una aventura imposible al no poder contar con los medios imprescindibles para que ese vuelo inicial fuese sostenible.


El origen de esta asociación tuvo lugar pocos meses después de que Felipe González llegara a ser Presidente del Gobierno con mayoría absoluta tras las elecciones generales celebradas el 28 de octubre de 1982. Ante esta nueva situación política, Elisa Serna (cantautora a la que le gusta autodenominarse «trovadora castellana») publicó un artículo en la sección Tribuna abierta del diario El País titulado «Los trovadores, parientes pobres de la cultura» en el que, entre otras opiniones y valoraciones, escribía lo siguiente:

«Ser trovador podría ser el oficio más divertido del mundo si no fuera porque subsistimos sometidos a los bandazos de la industria discográfica, los secretos convenios del "marketing", unos circuitos paralelos difícilmente mantenibles, unos representantes exhaustos –antes, por la burocracia de la censura, y ahora, por la incomprensión del hecho cultural–, una política de subvenciones que nunca nos ha favorecido, unos alquileres de teatros donde al final hay que poner dinero, interminables letras de furgones y equipos de sonorización millonario... En fin, todo un panorama que hace de un trabajo tan noble la hija pobre de las artes [...]

»Seguimos hablando de una sociedad capitalista, pero existe un camino intermedio para conseguir que la música y el arte, en general, no sigan siendo un valor de cambio –que se compra y se vende– y se vaya convirtiendo en lo que es: un valor de uso –disfrute e intercambio– de toda la población. Existe una tercera vía entre el silencio y el someterse a la ley de la oferta y la demanda.

Elisa Serna.
»Me decido a proponer la fundación del Instituto de Canción Popular, cuya gestión debería encomendarse a filólogos, pedagogos, musicólogos y enseñantes que hayan trabajado en torno a la canción popular, con la siguiente estructura: auditorios profesionales estables y escuelas talleres por todas las ciudades; una coordinadora de recitales que programe en estos auditorios y en todos los que dispone el Ministerio de Cultura, ayuntamientos y diputaciones; una colección de "canción popular" en la Editora Nacional; una ley del disco que desgrave el impuesto de lujo a discos culturales; la desgravación del impuesto de lujo en equipos de sonorización, furgones e instrumentos musicales; impulsar la creación de programas de "canción popular" en los medios de comunicación; la supresión del play-back en los medios, auditorios o locales; y la creación de un premio».

A los pocos días de la publicación de aquel artículo, Elisa, a la que ya entonces me unía una buena amistad, me llamó por teléfono para organizar una reunión urgente. Quedamos en vernos al día siguiente en la cafetería del Ateneo de Madrid. Me contó su proyecto de crear un Instituto de Canción Popular y me pidió que la ayudara a ponerlo en marcha. Por supuesto, acepté. Elisa, cuando se lo propone, es irresistible.

Lo primero que hicimos fue constituir un grupo de trabajo para pensar y elaborar una propuesta concreta. Grupo de trabajo inicialmente formado por Elisa Serna, Julia León, Claudina, Raúl Ruiz, Víctor Claudín, Jorge Morgan y yo. (Por cierto, un recuerdo muy especial y lleno de cariño para Raúl Ruiz, abogado, poeta y amigo que se nos fue. Nunca olvidaré nuestros paseos poéticos a orillas del Guadalquivir).

En la primera reunión del grupo decidimos darle un giro a la idea del Instituto y optar mejor por una Asociación de la Música Popular. A partir de ahí redactamos unos estatutos, elaboramos un presupuesto y, con todo ello, nos dirigimos al Ministerio de Cultura; en concreto a la Dirección General de la Música, dirigida en aquel momento por José Manuel Garrido.

A los pocos días el proyecto fue aceptado por el Ministerio y se nos concedió una subvención para ponerlo en marcha, cosa que hicimos de inmediato. 

Por decisión de los primeros asociados, que enseguida se unieron a la iniciativa, Elisa ocupó la presidencia de la Asociación y yo asumí la vicepresidencia. Alquilamos unos locales en la calle Navas de Tolosa; diseñamos un logotipo, nos distribuimos las tareas para que el proyecto pudiera arrancar y empezamos a trabajar.

Elisa Serna "al frente". Detrás Fernando G. Lucini, Raúl Marcos y Víctor Claudí.
Fotografía tomada el día de la inauguración de la Asociación.
Cástor conversa con Fernando y Elisa con Luis Pastor.
Al fondo, en el centro, Jorge Morgan.

En menos de un año, el tiempo que pudimos mantener viva la asociación, pusimos en marcha prácticamente todas las grandes acciones que consideramos que debían promoverse para la conservación, promoción y desarrollo de la «canción de autor» y, en general, de la música popular.

Intentaré enumerarlas de la forma más breve posible; tarea que no será fácil porque lo vivido aquel año en la Asociación fue realmente intenso y apasionante.

Creamos y lanzamos la revista Música Popular, dirigida por Álvaro Feito y diseñada por Jorge Morgan; publicación bimensual, a todo color, de 64 páginas. 

Fue una revista fundamentalmente informativa y de difusión musical, centrada sobre todo en los universos de la «canción de autor» y del folk, aunque, por supuesto, abierta a todo tipo de tendencias y géneros musicales. Aún hoy sigo pensando que fue una extraordinaria publicación alternativa que vino a ocupar de manera muy oportuna el vacío cultural e informativo que dejó la revista Ozono cuando suspendió su publicación en 1979.

De Música Popular, lamentablemente, solo pudimos publicar tres números. El primero (febrero y marzo de 1984) fue un monográfico dedicado a Pablo Guerrero, complementado con artículos y reseñas sobre Gato Pérez, Natxo de Felipe, Aute y Sisa. El segundo número (abril y mayo del mismo año), lo protagonizó el dúo Vainica Doble junto a artículos centrados en el grupo Milladoiro, Ruper Ordorika, Los Jaivas, La Mode, Marina Rossell, Benito Moreno y una magnífica reflexión titulada «Música de fusión. Diálogos oriente y occidente». Por último, el tercer número tuvo que retrasarse un mes a causa de la crisis que ya empezaba a anunciarse en la asociación. Salió en julio y estuvo dedicado a Lluís Llach, acompañado de artículos sobre el grupo Al Tall, Violeta y Ángel Parra, Nicomedes Santa Cruz y Daniel Viglietti.


He de decir que desde el día en que tuvo que suspenderse la edición de la revista Música Popular vengo sintiendo la necesidad y la ausencia de una publicación periódica similar con una clara apuesta por la «canción de autor». Espero que algún día (¡ojalá sea pronto!) podamos disfrutarla.

En la Asociación de la Música Popular también nos propusimos lanzar una colección de libros testimoniales sobre la realidad, pasada, presente y futura, de la «canción de autor» en nuestro país. Solo llegaría a publicarse un título: Pueblo que canta, en colaboración con el Grupo Cultural Zero Zyx, coordinado por Víctor Claudín, y con unas magníficas ilustraciones y diseño de cubierta de Jorge Morgan.


Aquel primer libro fue realmente una plataforma de opinión sobre la identidad de lo que llamamos «canción de autor» o, más «canción popular». Aparte de mí, colaboraron Francisco Almazán, Elfideo Alonso, Moncho Alpuente, Luis Eduardo Aute, Benedicto, Carlos Cano, Adolfo Celdrán, Víctor Claudín, Joaquín Díaz, Álvaro Feito, Manuel Gerena, Antonio Gómez, Pablo Guerrero, José Antonio Labordeta, Julia León, Luis Pastor, Raimon, Marina Rossell, Joaquín Sabina y Elisa Serna. Creadores que en aquel momento ya formaban parte de la Asociación.

En aquel libro fue donde publiqué el artículo «Nuestros más hermosos sueños a la luz de la palabra», al que añadí, como complemento, un cuadro estadístico del número de canciones grabadas en el estado español de 1961 a 1982 (más de 3.200) clasificadas por núcleos temáticos. Documento que, ya en aquel momento, me estaba sirviendo de base para la elaboración de los cuatro tomos de Veinte años de canción en España, que publicaría al poco tiempo.


En la Asociación creamos también un sello discográfico y lo pusimos en marcha con un homenaje a Agapito Marazuela Albornos, nacido en Valverde del Majano, Segovia, en 1891, y fallecido en 1983. Agapito fue un folclorista, musicólogo y destacado dulzainero que dedicó toda su vida a la recopilación de la tradición musical castellana, amenazada de extinción. Homenaje que se tradujo en la grabación de un entrañable y bellísimo LP interpretado por el grupo Mosaico (Eliseo Parra, Luis Gutiérrez y Juan de Dios Martínez) con colaboraciones de Pablo Guerrero, Elisa Serna, Luis Pastor, Julia León, Manuel Luna, Vainica Doble, Chicho Sánchez Ferlosio, Rosa Giménez, Claudina y Alberto Gambino, Jorge Pardo y Joaquín Sabina. ¡Un lujazo!

De igual forma, el día 27 de marzo de 1984, a las 20:30 de la tarde, en el Teatro Alcalá de Madrid, montamos un inolvidable concierto al que llamamos Cantar en Madrid.


En aquel concierto intervinieron (por orden de actuación): Chicho Sánchez Ferlosio, Raúl Alcover, Mosaico, Pepe Habichuela y Enrique Morente, Luis Paniagua, Claudina y Alberto Gambino, Julia León, Manuel Gerena, Elisa Serna, Joaquín Lera, Naxo y Bravo, Juan Velasco, Juan Antonio Muriel, Javier Bergia (con Luis Delgado, Juan Alberto Arteche y Begoña Olavide), Hilario Camacho, Luis Pastor y Pablo Guerrero (que estrenaron conjuntamente la canción «¡Evohé!»), la Orquesta de las Nubes (a la que acompañó Pablo Guerrero), Antonio Resines, Joaquín Sabina y Vainica DobLe. No pudieron participar por compromisos adquiridos ante de cerrar la fecha del recital, Aute, Amancio Prada y Suburbano. Todos miembros de la Asociación.

Al mismo tiempo (¿cómo iba faltar?), organizamos un seminario sobre «Música, canción popular y pedagogía liberadora» que tuve el placer de diseñar y dirigir. El objetivo era introducir la «canción de autor» en las escuelas y en el marco de los programas escolares de enseñanza y aprendizaje.

Lo celebramos los sábados por la mañana y los miércoles por la tarde del mes de mayo de 1984, en la escuela de magisterio ESCUNI. Recuerdo que una vez lanzada la convocatoria se agotaron las plazas en menos de una semana.


Los amigos que me acompañaron e intervinieron en las sesiones de trabajo del seminario fueron Enrique Brovia (profesor de EGB), Ángel de Benito (en aquel momento decano de la Facultad de Ciencias de la Información), Elisa Serna, Luis Eduardo Aute, Manuel Picón, Álvaro Feito, Antonio Gómez, Víctor Claudín, Carlos Cano, Carmen Santonja (del dúo Vainica Doble), Consuelo Maqueda (profesora de Historia y Arte en la escuela de magisterio), Pedro Martínez Montávez (catedrático de Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid) y José Antonio Labordeta.

Las conferencias, mesas redondas, coloquios y sesiones prácticas del seminario giraron en torno a los siguientes temas:

• La pedagogía liberadora y la canción. ¿En qué pueden influirse y relacionarse?
• Situación actual (en aquel momento) de la enseñanza y utilización de la música y la canción popular en la escuela y en los centros culturales.
• Contenido social y antropológico de la música y la canción popular
• La música y la canción popular y sus aplicaciones didácticas en el marco de la pedagogía liberadora.
• Presentación, audición y análisis de las posibilidades didácticas de la obra Crónicas granadinas de Carlos Cano.
• Música, expresión plástica y montajes audio-visuales.
• Realización de montajes audio-visuales sobre las obras de los grupos Suburbano, La Banda y Babia.
• La técnica del disco-fórum.
• Disco-fórum en torno a la obra de José Antonio Labordeta.
• Presentación de la canción social desde la perspectiva del valor de la esperanza.
• Elaboración en equipos de un disco-fórum sobre los temas de la emigración, el cuidado de la naturaleza y las experiencias de la vida y la muerte.

Finalmente, es importante hacer una breve referencia a otras dos acciones emprendidas en la sede de la Asociación. Creamos una biblioteca sobre temas relacionados con la música y el canto popular; y una fonoteca en la que empezamos a recoger y a clasificar todas las grabaciones realizadas por los cantautores entre 1970 y 1983.

Fernando G. Lucini, Álvaro Feiro y Luis Eduardo Aute
en la sede de la Asociación de la Música Popular.

Como ya dije antes, tuvimos que interrumpir y poner fin a este gran proyecto al año de su inicio, pasado el verano de 1984. El motivo fue sencillamente la falta de medios económicos para poder mantenerla. Con la ayuda que nos dio inicialmente el Ministerio de Cultura hicimos frente a los gastos mínimos de la puesta en marcha, los gastos imprescindibles de infraestructura y la inversión que hubo que realizar para el arranque de los proyectos, pero, pasado un año, era necesario volver a contar con un nuevo impulso económico que nunca llegó a materializarse. El Ministerio de Cultura nos comunicó que no contáramos con la renovación de su ayuda económica.

La verdad es que nunca llegué a entender muy bien aquella posición del Ministerio, sobre todo teniendo en cuenta que siempre se habló de que se trataría de un ayuda anual y renovable, y que alguno de los proyectos que tan ilusionadamente iniciamos (como la revista, los libros o el sello discográfico) estaban empezando a ofrecernos expectativas favorables de autofinanciación, e incluso de una pronta y posible rentabilidad, justo cuando tuvimos que cerrar. No lo entendí y traté de encontrarle una justificación lógica y coherente. Hoy por hoy, pasado el tiempo y tras haber vivido experiencias similares, creo que lo tengo mucho más claro.

La «canción de autor», entendida como «canto libre», tanto para los políticos de derechas como para los de la izquierda acomodada y mediocre, es un riesgo (es, podríamos decir, hablando mal y pronto, bastante tocapelotas). Pudimos comprobarlo en 1986, cuando un sector de cantautores se echó a la calle a cantar en contra del ingreso de España en la OTAN o, lo que es lo mismo, a cantar contra las armas y contra los incumplimientos electorales del Partido Socialista. Era evidente: los mismos creadores que habían favorecido con sus canciones la llegada al poder de ciertos políticos, podían, si se lo proponían, devaluar del mismo modo su prestigio e incluso la seguridad de sus cargos y mayorías absolutas.

Teniendo en cuenta esa realidad y evocando todo el trabajo y la ilusión que pusimos en la Asociación de la Música Popular, pienso que aquella subvención inicial no fue otra cosa más que un agradecimiento a Elisa Serna, luchadora incansable, por los servicios prestados y, a partir de ahí, si te he visto no me acuerdo. 


La verdad es que, hasta la fecha, al menos en lo que a mí y a mis proyectos relacionados con la «canción e autor» se refiere, nadie se ha acordado. Situación que, por supuesto, muchas veces me ha causado gran indignación, pero nunca ha logrado quebrantar mis sueños porque creo, con León Felipe en la voz de Adolfo Celdrán, que «soñar es decir 4.444 veces, por ejemplo, yo no quiero verme en el tiempo, ni en la tierra, ni en el agua sujeto. Quiero verme en el viento». «El cor al vent buscant la llum».

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