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martes, 24 de junio de 2014

RETRATO ÍNTIMO DE «JOSÉ ANTONIO LABORDETA»

JOSÉ ANTONIO LABORDETA

Este "retrato íntimo" lo escribí en el mes de diciembre de 1997;
en aquel momento José Antonio estaba con nosotros
y acababa de publicar su disco titulado "Paisajes".
Hoy el gran cantautor "maño", el "abuelo entrañable" no está
físicamente con nosotros, pero sigue "hermosamente vivo"
en cada una de las palabras que seguidamente voy a escribir.

Cuando pienso en José Antonio Labordeta, o escucho cualquiera de sus canciones, siempre me viene a la memoria la imagen de "la sabina" –árbol al que él le canta–; él es altivo como ella; pasa el tiempo por sus ramas-cuerpo y nada trunca su pensamiento; soporta la ira del cierzo, y bajo la densa niebla –la de entonces y la de ahora– es como un ángel guardián...

Ahí lo tenemos, con su brazo sólido y potente dominando el paisaje –faro luminoso, con añoranza de mar, en tierras de secano–; brazo que nunca dejó de tendernos con gesto acogedor y solidario.

Ahí podemos encontrarlo, en cualquier camino y siempre con su mochila repleta de esperanzas y de canciones.

Ahí está, envuelto en un revolotear de palomas, que festejan, en torno a él, los senderos que ha sabido abrirle a la libertad.

José Antonio Labordeta –aragonés de alma universal– pasará a la historia profunda de nuestros pueblo como el poeta que supo escuchar los latidos del paisaje y que pegó constantemente su oído y su sensibilidad al gesto y al decir de las gentes que lo habitan. Poeta que siempre supo dar cobijo y sombra –especialmente en los tiempos del gran desamparo– al dolor de los más desposeídos: "leñeros" y "masoveros" con hambre y con soledad; viejos y viejas, eternamente pacientes, quemando largos atardeceres de espera, e interminables noches de impotencia; "lucianos" y "severinos" entrañables, o emigrantes hartos de promesas, con la casa a cuestas, y con la rabia y el desgarro que produce abandonar lo poco que se tiene y lo que tanto se ama.

José Antonio Labordeta –aragonés de alma robusta– estará siempre presente en nuestra memoria colectiva como un hombre bondadoso y sencillo –el posee la bondad y la sencillez de la gente sabia–; un hombre que ha dedicado toda su vida a escudriñar los secretos y los senderos de la libertad; primero, aquella libertad resplandeciente que aparecía cercana en el horizonte final de la dictadura; y después –cuando los focos luminosos se encendieron para recibirla a "bombo" y "platillo", o tal vez para deslumbrarla– la pequeña y dulce liberta que se aproxima y entra a nuestra casa-corazón, que se sienta junto a nosotros en la "cadiera" y que nos ofrece su cálida e insustituible compañía.

Permitidme compatir este dibujo, dedicado por
Jose Antonio, que guardo entre el mejor
 de mis pequeño-grandes tesoros.

José Antonio Labordeta –aragonés preñado en la dureza del cierzo–, dada su esencia y su identidad consustancialmente utópica, es un hombre que vive, y sufre en vena, la degradación y las sombras a la que, con demasiada frecuencia, se ve sometida aquella utopía democrática por la que tanto luchamos; José Antonio siente cómo se le rompe el corazón cada vez que se encuentra con el destrozo y el desgarro operado sobre aquellas banderas de la justicia y de la libertad, que tan felizmente aupábamos tiempo atrás, convencidos de que "crecerían como un vuelo de gaviotas sobre el mar"... Ante esta realidad, es cierto que José Antonio a veces sufre la tentación del desaliento –"nunca vendrá Mayo a esta hecatombe de tierra atormentada"–; pero también lo es –así es la esencia de la condición utópica– que Jose Antonio posee la fuerza necesaria para remontar el vuelo: "Hay que seguir al lado de la tierra... Tenemos ante nosotros la vida como un vergel, como un hermosa esperanza que no se puede perder". (Es curiosa y sorprendente la fina ironía que Labordeta suele proyectar en sus canciones más críticas; una ironía punzante que estoy convencido de que surge en él como recurso profundamente terapéutico y liberador).

A Jose Antonio Labordeta –aragonés de gran corazón– le corre también de los pies a la cabeza, un gran deseo de amor: "El amor es silencio, la palabra guardada en el pecho; es el mar batiendo contra el mar; son las islas halladas entre la soledad; son palomas al viento, huracanes de luz...". Este hombre de alma robusta y duro como el cierzo, ha sido capaz de crear y de ofrecernos, para el camino, bellísimas canciones de amor; este hombre, sabio y bueno, engendra y comparte siempre espacios y tiempos para la ternura: "Amor, qué ternura, amor, queda junto a ti al anochecer".

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