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domingo, 23 de enero de 2011

ALFREDO GONZÁLEZ II - Dudas, precipicios y emociones.

Para no irme "por los cerros de Úbeda" en este segundo "cuelgue" sobre Alfredo González, lo iniciaré como debe ser, o sea, al modo tradicional: 

Alfredo González nació en Turón (Asturias), en 1981, y es, según se define a sí mismo, «pianista de título, guitarrista de adopción y escritor de servilletas por cuestiones de azar». 

En el año 2004 editó su primer disco titulado "La vida de alquiler" –con títulos tan sugerentes como "La sombra de la libertad", "Perdido en tu equipaje", o "Fumarse la realidad"–; ha colaborado con el grupo Llangres –extraordinario grupo de folk asturiano–, y en 2008 grabó dos nuevos discos: "Dudas y precipicios" y "La nada y tú", obra cantada en lengua asturiana, sobre textos de poetas como Antón García, Nacho Fonseca, Ana Vanessa Gutiérrez, Xandru Fernández, Sergio Gutiérrez Cambror, Pablo Texón o Berta Piñán.

Hechas las presentaciones –y cumplidas, en consecuencia, las formalidades al uso–, voy a intentar desentrañar los motivos del impacto –inesperado y muy positivo– que me han producido las canciones de Alfredo.

En primer lugar Alfredo, al igual que otros compositores y "escritores de servilletas" de su generación, ha conseguido, con sus creaciones, romper cualquier tipo de estereotipo aplicable a la canción; su obra es imposible de encasillar porque en ella lo que vive es la música en su plenitud, sin corsés, sin límites, sin fronteras. 

En Alfredo, y en sus creaciones, conviven las "formas" y los "fondos" de la "canción de autor", el universo sonoro y de ruptura del rock, y hasta las tonalidades clásicas que le tatuaron en su sensibilidad sus infantiles y adolescentes estudios de piano; y todo ello entrecruzado y fusionado, de forma que en cualquiera de sus canciones se ponen de manifiesto, y son perceptibles, esos tres "ramalazos" musicales.

Para Alfredo en una canción la palabra y la música son dos lenguajes que necesariamente tienen que entenderse y complementarse –como si estuvieran dialogando o incluso, para ser más claro, como si estuvieran "bien-haciendo" el amor entre ellos–; hecho que se evidencia en sus discos y, en especial, cuando se le escucha cantar en directo acompañándose con el piano. Realidad perceptible –hasta la emoción– en temas de su disco "Dudas y precipidios" como "A borbotones", "El último taxi", "Piernas de marioneta" o la canción que da título al disco y que Alfredo incorpora como una sorpresa final que, como tal, resulta inesperada.



En el contexto de la relación letra/música que acabo de describir, los textos que Alfredo escribe para sus canciones en "Dudas y precipicios" –escritos en servilletas, o en lo que pille, cuando el corazón y la mano se lo reclaman– tienen una importancia radical y, al menos, a mi –porque esto es muy subjetivo y a cualquier otra persona puede que no le pase– han logrado prenderme y emocionarme por varios motivos que voy a intentar explicar.

Decía Manuel Vázquez Montalbán que "las canciones son a la vez paisaje de un tiempo, huella de quienes las cantan y fotografías de los suspiros tolerados o prohibidos de una sociedad".

Siguiendo esa misma línea de pensamiento yo diría, en primer lugar, que las canciones de Alfredo González lo que fotografían más que "suspiros", son "latidos": los sístoles y los diástoles acelerados, o mimosamente pausados, dependiendo de las circunstancias que nos tocan vivir. "Latidos a borbotones", como estos:

"Yo que limpio con alcohol las despedidas,
que alquilo comprensión en las esquinas,
que pago a plazos la felicidad.
Yo que robo de tu piel las coordenadas,
que pongo el pecho cuando me disparan,
que canto porque no sé respirar".

En segundo lugar, las canciones de Alfredo son paisajes interiores –paisajes del alma– en un tiempo y en unas circunstancias muy concretas; este tiempo tan lleno de dudas y de precipicios frente al que, con demasiada frecuencia, nos invaden, a traición, la soledad, la desesperanza, la rutina, la tristeza, o el desamor... 

Tiempo en que parece que no nos quedan otros caminos mas que "jugarse a la ruleta rusa las llaves de la libertad", "renunciar a ganar las batallas perdidas", "aparcar el corazón junto a la camisa porque no lo vamos a utilizar", "jugar a perder con la sangre fría de un suicida", "palpitar como un colibrí con la piel de las alas gastada", "tirar por tirar", "hablar por hablar" "jugar por jugar"... y cuando podemos, cuando tenemos la posibilidad, engancharnos a la esperanza "como un pendiente atrapado a su nariz"... Paisaje interior teñido de tonalidades dolientes, pero que en la voz y con la música de Alfredo González ha logrado emocionarme.... ¡Alfredo no te puedes hacer idea hasta que punto!

Y en tercer lugar, y concluyo, en las canciones de Alfredo, como dice Vázquez Montalbán, están sus propias huellas..., no las huellas del día a día –o de la noche a noche–, sino también las de sus sístoles y diástoles esperanzados...

Vuelvo a mirar la cubierta de su disco "Dudas y precipicios" y al fondo me deslumbra un punto de luz que me hace recordar el final de una de sus canciones: "Sigue buscando, sigue buscando, sigue buscando, sigue buscando, sigue buscando, sigue...".

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En este momento me percibo francamente bien; creo que he logrado expresar lo que ya hace unos días me hizo sentir Alfredo González cuando le escuché cantar en Libertad 8. y lo que me han sugerido sus canciones, que he escuchado un montón de veces antes de escribir la primera palabra de este "cuelgue"...

Después, en la tercera parte, hablaremos de "La nada y tú"; creo que es un disco que merece un tratamiento aparte.

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