El pasado miércoles 23 –Día del Libro– tuve el enorme placer de presentar, junto con Íñigo Coppel, el libro "EL CANTO DEL VIENTO" escrito por ATAHUALPA YUPANQUI.
Libro que el poeta, compositor y cantante argentino publicó en 1965 y del que se han realizado numerosas ediciones, entre ellas ésta –que presentamos en la Librería Machado, de Madrid–, publicada por "Tres de Trébol Editores" en el año 2009.
"El canto del viento" es, en realidad, un libro autobiográfico en el que Atahualpa evoca sus andanzas, descubrimientos, pensamientos y aventuras viajeras durante sus primeros 35 años, y en el que, en ese contexto, pone de manifiesto las circunstancias que le modelaron como artista, y de las que fluyeron los manantiales de su creación poética.
Es importante resaltar que el verdadero protagonista de este libro, que se compone de 39 relatos breves, es "el pueblo argentino" encarnado en ese "viento" que recorre hasta los últimos rincones del país. Experiencia y realidad que Yupanqui objetiviza y concreta diciendo: «Mis canciones son, en realidad, la modesta expresión de lo que aprendí surcando la Argentina. [...] En el fondo. lo único que me importa profundamente es ser un intérprete fiel a lo que he aprendido y vivido, a lo que amo y a lo que he elegido: a mi tierra, a mi mundo».
Por supuesto este es un hermosísimo libro que os recomiendo porque con él vais a disfrutar mucho, muy bien, y muy tiernamente.
Hoy en este "cuelgue" me apetece compartir con todos vosotros y vosotras el texto de Atahualpa que introduce el libro, y que se titula precisamente "El canto del viento". Es el siguiente:
Atahualpa Yupanqui. |
«Corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso.
En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento.
Pero a veces la carga es colosal, y termina por romper los costados de la alforja infinita.
Entonces, el Viento deja caer sobre la tierra, a través de la brecha abierta, la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero.
Y el viento pasa, y se va. Y quedan sobre los pastos las “yapitas” caídas en su viaje.
Esas “yapitas”, cuentas de un rosario lírico, soportan el tiempo, el olvido, las tempestades. Según su condición o calidad, se desmenuzan, se quiebran y se pierden. Otras, permanecen intactas. Otras, se enriquecen, como si el tiempo y el olvido –la alquimia cósmica– les hicieran alcanzar una condición de joya milagrosa.
Pero llega un momento en que son halladas estas “yapitas” del alma de los pueblos. Alguien las encuentra un día.
¿Quién las encuentra?
Pues los muchachos que andan por los campos por el valle soleado, por los senderos de la selva en la siesta, por los duros caminos de la sierra, o junto a los arroyos, a junto a los fogones. Las encuentran los hombres del oscuro destino, los brazos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que despedaza su grito en los abismos, el juglar desvelado y sin sosiego.
Las encuentran las guitarras después de vencido el dolor, meditación y silencio transformados en dignidad sonora. Las encuentran las flautas indias, las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes.
Y con el tiempo, changos, y hombres, y pájaros, y guitarras, elevan sus voces en la noche argentina, o en las claras mañanas, o en las tardes pensativas, devolviéndole al Viento las hilachitas del canto perdido.
Por eso hay que hacerse amigo, muy amigo del Viento. Hay que escucharlo. Hay que entenderlo. Hay que amarlo. Y seguirlo. Y soñarlo. Aquel que sea capaz de entender el lenguaje y el rumbo del Viento, de comprender su voz y su destino, hallará siempre el rumbo, alcanzará la copla, penetrará en el canto».
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