Esta tarde, a las 17:00 horas iniciamos el curso organizado por la UNED, en Madrid, con el título genérico de "LA PALABRA SE HIZO MÚSICA. LA CANCIÓN DE AUTOR".
Con ese motivo, he seleccionado varios textos que utilizaré como pórtico de mi primera intervención en la que situaré el origen y la identidad del género musical y poético conocido como "canción de autor".
Quiero compartir esos textos –aquí "DONDE CANTAMOS COMO QUIEN RESPIRA"– con todos las amigas y amigos que a diario visitáis este blog; son cuatro textos de referencia de cuatro grandes poetas BLAS DE OTERO, GABRIEL CELAYA, JESÚS LÓPEZ PACHECO y JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO.
«Bien sabemos lo difícil que es hacerse oir de la mayoría. También aquí son muchos los llamados y pocos los elegidos. Pero comenzad por llamarlos, que seguramente la causa de tal desatención está más en la voz que en el oído». (“Versos y prosa. Ed. Cátedra, Madrid).
«La palabra necesita respiro, y la imprenta se torna de pronto en aguacil que emprisiona las palabras entre rejas de líneas. Porque el poeta es un juglar o no es nada.
El disco, la cinta magnetofónica, la guitarra o la radio y la televisión pueden – podrían: y más la propia voz directa– rescatar al verso de la galera del libro y hacer que las palabras suenen libres, vivas, con dispuesta espontaneidad. Mientras haya en el mundo una palabra cualquiera, habrá poesía. Que los temas son cada día más ricos y acuciantes». (“Versos y prosa. Ed. Cátedra, Madrid).
GABRIEL CELAYA
«Nuestros hermanos mayores escribían para "la inmensa minoría". Pero hoy estamos ante un nuevo tipo de receptores expectantes. y nada me parece tan importante en la lírica reciente como ese desentenderse de las minorías y, siempre de espaldas a la pequeña burguesía semi-culta, ese buscar contacto con unas desatendidas capas sociales que golpean urgentemente nuestra conciencia llamando a vida. Los poetas deben prestar voz a esa sorda demanda. En la medida en que lo hagan "crearán" su público, y algo más que un público». (“Itinerario poético”. Ed. Cátedra, Madrid).
«El acceso a esa inmensa mayoría, sin la cual nuestra poesía no será nada, salvo bizantinismo –añade Celaya– no puede lograrse con una revolución literaria. Los recursos técnicos, y en especial la posibilidad de hacer audibles y no solo legibles nuestros versos son sumamente importantes y están llamados a revolucionar un literatura que venimos concibiendo desde el Renacimiento bajo el signo de la imprenta, que es como decir de la lectura a solas. Pero hay algo aún más importante. Se trata del acceso a la cultura de capas sociales que hasta hace poco han vivido en estado de pura naturaleza, pero que ya empiezan a llamar sordamente pidiendo otra vida. Sólo en la medida en que el poeta sepa responder a esta demanda, logrará crear un público, y algo más que un público. Pero sería ilusorio confiar sólo en los recursos literarios. Para salvar la Poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que trasformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro». (“Itinerario poético”. Ed. Cátedra, Madrid).
«Creo que mi condición de vasco y el hecho de que la poesía de mi país, precisamente por su carácter originario eminentemente oral –poesía más cantada y salmodiada que leída o escrita– contribuyó a que con esa agresividad típica de la juventud me dirigiera contra el pobre Gutemberg y contra la imprenta. Algún fondo de razón tenía. La poesía, tanto en la Grecia Clásica como en la España Medieval y en mil otros lugares siempre nació unida a la música y al canto. Pero también sería una simplicidad que junto a ese "mester de juglaría", a cuyo renacimiento asistimos hoy en día, se desconociera el "mester de clerecía", es decir, una poesía escrita y quizá un poco marisabidilla que surgió poco más tarde. A mi modo de ver lo importante no es optar entre una y otra forma de expresión, sino recordar, como toda la historia de la poesía no los demuestra en nuestro país y en cualquier otro, que siempre hubo una mutua y recíproca influencia de ambas formas de expresión y que si la canción popular revitalizó mil veces la poesía sabia, ésta, además de aprovecharla, la llevó a altos resultados de los que, en último término, la canción utilizó también mucho. [...]
Creo que el trabajo que está realizando Fernando González Lucini [...] nos muestra el camino de un nuevo género literario, que yo presentía, allí en mi juventud y que hoy día es una realidad. Yo pensaba, y creo que tenía razón, en que la poesía cantada estaba llamada a renacer, porque si la imprenta había estado a punto de enterrarla, los nuevos medios de comunicación –radio, televisión, tocadiscos, micros, altavoces, etcétera– estaban llamados a resucitar esa forma de expresión que tan antigua parecía en cierto momento, y que tan actual y llena de porvenir ha llegado a ser en nuestro tiempo. [...]». (Gabriel Celaya. Prólogo del Vol 2 de “Veinte años de canción en España (1963-1983)”, de Fernando Gonzalez Lucini, 1985).
«Cuando se derrumba la civilización griega y romana, en Europa comenzó un largo período de retroceso cultural. Desaparecieron los grandes poetas, desaparecieron los grandes teatros en donde se escenificaba para un gran público. La cultura se encerró en algunos conventos y estaba al alcance de sólo una minoría.
Fue en la Provenza, en el siglo XXII, en donde aparecieron los primeros trovadores [...]; eran gente muy culta, alegre y satírica que se expresaba en el idioma del ciudadano común. Componían la letra y la música de sus canciones, y este era su oficio. Sus obras eran interpretadas por los juglares, origen de los canta-autores de hoy, que además de saber cantar, componían también la letra y la música, como hacen los canta-autores de hoy.
El éxito de los trovadores y juglares y su enorme influencia sobre las gentes asustó muchas veces a los detentadores del poder: el IV Concilio de Letrán prohibió a clérigos y monjas tener trato con trovadores y juglares, a los que definió como gente disoluta y libertina. Pero también dentro del propio poder eclesiástico hubo gente que no pensaba lo mismo. Francisco de Asís y sus discípulos rompieron esta prohibición al llamarse ellos mismos “juglares del Señor”.
Los trovadores, juglares y canta-autores de hoy día han mantenido y enriquecido este oficio, pero también, como antes, han sido mal vistos en muchos países, han sido prohibidos, marginados y hasta encarcelados. Pero ahí están, trovadores y juglares de hoy, como antiguos y gastados luchadores en favor de la alegría y de la libertad». (Texto tomado de libro “La cançó d’avui i de sempre. Paco Ibáñez. Xavier Ribalta". Ayuntamiento de Barcelona, 1996).
(Fotografía de Inés Poveda). |
BLAS DE OTERO
«Bien sabemos lo difícil que es hacerse oir de la mayoría. También aquí son muchos los llamados y pocos los elegidos. Pero comenzad por llamarlos, que seguramente la causa de tal desatención está más en la voz que en el oído». (“Versos y prosa. Ed. Cátedra, Madrid).
«La palabra necesita respiro, y la imprenta se torna de pronto en aguacil que emprisiona las palabras entre rejas de líneas. Porque el poeta es un juglar o no es nada.
El disco, la cinta magnetofónica, la guitarra o la radio y la televisión pueden – podrían: y más la propia voz directa– rescatar al verso de la galera del libro y hacer que las palabras suenen libres, vivas, con dispuesta espontaneidad. Mientras haya en el mundo una palabra cualquiera, habrá poesía. Que los temas son cada día más ricos y acuciantes». (“Versos y prosa. Ed. Cátedra, Madrid).
(Fotografía de Inés Poveda). |
GABRIEL CELAYA
«Nuestros hermanos mayores escribían para "la inmensa minoría". Pero hoy estamos ante un nuevo tipo de receptores expectantes. y nada me parece tan importante en la lírica reciente como ese desentenderse de las minorías y, siempre de espaldas a la pequeña burguesía semi-culta, ese buscar contacto con unas desatendidas capas sociales que golpean urgentemente nuestra conciencia llamando a vida. Los poetas deben prestar voz a esa sorda demanda. En la medida en que lo hagan "crearán" su público, y algo más que un público». (“Itinerario poético”. Ed. Cátedra, Madrid).
«El acceso a esa inmensa mayoría, sin la cual nuestra poesía no será nada, salvo bizantinismo –añade Celaya– no puede lograrse con una revolución literaria. Los recursos técnicos, y en especial la posibilidad de hacer audibles y no solo legibles nuestros versos son sumamente importantes y están llamados a revolucionar un literatura que venimos concibiendo desde el Renacimiento bajo el signo de la imprenta, que es como decir de la lectura a solas. Pero hay algo aún más importante. Se trata del acceso a la cultura de capas sociales que hasta hace poco han vivido en estado de pura naturaleza, pero que ya empiezan a llamar sordamente pidiendo otra vida. Sólo en la medida en que el poeta sepa responder a esta demanda, logrará crear un público, y algo más que un público. Pero sería ilusorio confiar sólo en los recursos literarios. Para salvar la Poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que trasformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro». (“Itinerario poético”. Ed. Cátedra, Madrid).
«Creo que mi condición de vasco y el hecho de que la poesía de mi país, precisamente por su carácter originario eminentemente oral –poesía más cantada y salmodiada que leída o escrita– contribuyó a que con esa agresividad típica de la juventud me dirigiera contra el pobre Gutemberg y contra la imprenta. Algún fondo de razón tenía. La poesía, tanto en la Grecia Clásica como en la España Medieval y en mil otros lugares siempre nació unida a la música y al canto. Pero también sería una simplicidad que junto a ese "mester de juglaría", a cuyo renacimiento asistimos hoy en día, se desconociera el "mester de clerecía", es decir, una poesía escrita y quizá un poco marisabidilla que surgió poco más tarde. A mi modo de ver lo importante no es optar entre una y otra forma de expresión, sino recordar, como toda la historia de la poesía no los demuestra en nuestro país y en cualquier otro, que siempre hubo una mutua y recíproca influencia de ambas formas de expresión y que si la canción popular revitalizó mil veces la poesía sabia, ésta, además de aprovecharla, la llevó a altos resultados de los que, en último término, la canción utilizó también mucho. [...]
Creo que el trabajo que está realizando Fernando González Lucini [...] nos muestra el camino de un nuevo género literario, que yo presentía, allí en mi juventud y que hoy día es una realidad. Yo pensaba, y creo que tenía razón, en que la poesía cantada estaba llamada a renacer, porque si la imprenta había estado a punto de enterrarla, los nuevos medios de comunicación –radio, televisión, tocadiscos, micros, altavoces, etcétera– estaban llamados a resucitar esa forma de expresión que tan antigua parecía en cierto momento, y que tan actual y llena de porvenir ha llegado a ser en nuestro tiempo. [...]». (Gabriel Celaya. Prólogo del Vol 2 de “Veinte años de canción en España (1963-1983)”, de Fernando Gonzalez Lucini, 1985).
(Fotografía de Inés Poveda). |
JESÚS LÓPEZ PACHECO
«Ha sido detenida la poesía. Sus jueces la han condenado a imprenta perpetua. Tal habría podido ser la noticia difundida por los últimos trovadores al ver los primeros libros de versos. Allí estaba la poesía encerrada, atada, descolorida y muda, tras los barrotes de las líneas; desde entonces, tendría que esperar al lector, en lugar de ir de boca en boca buscando al pueblo, de quien nacía por manantiales llamados poetas. Los trovadores, entonces, arrojaron sus vihuelas.
Pero esta cárcel de la imprenta podía tener ventanas casi infinitas –los libros– por los que la poesía se asomaría a la calle, a la gente. Pronto, sin embargo, sus enemigos lograron controlar su número y tamaño, de modo que, ni aún pálida y muda, ni aún seca y retorcida de sufrir, podo llegar sino a muy pocos lectores. Y así la vemos hoy, asomada tímidamente a esos escasos y pobres ventanales de las ediciones de poesía, viendo al pueblo alejado y alejada ella del pueblo.
Hoy los cantantes han recogido la vihuela de los trovadores y han venido a liberar la poesía. A fuerza de música y de voces –jóvenes y hermosas–, sacan a los poetas a la calle, y los sacan más vivos, como resucitados –algunos– por la guitarra». (Texto que acompañaba la edición del primer disco grabado por Hilario Camacho en 1968).
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO
«Cuando se derrumba la civilización griega y romana, en Europa comenzó un largo período de retroceso cultural. Desaparecieron los grandes poetas, desaparecieron los grandes teatros en donde se escenificaba para un gran público. La cultura se encerró en algunos conventos y estaba al alcance de sólo una minoría.
Fue en la Provenza, en el siglo XXII, en donde aparecieron los primeros trovadores [...]; eran gente muy culta, alegre y satírica que se expresaba en el idioma del ciudadano común. Componían la letra y la música de sus canciones, y este era su oficio. Sus obras eran interpretadas por los juglares, origen de los canta-autores de hoy, que además de saber cantar, componían también la letra y la música, como hacen los canta-autores de hoy.
El éxito de los trovadores y juglares y su enorme influencia sobre las gentes asustó muchas veces a los detentadores del poder: el IV Concilio de Letrán prohibió a clérigos y monjas tener trato con trovadores y juglares, a los que definió como gente disoluta y libertina. Pero también dentro del propio poder eclesiástico hubo gente que no pensaba lo mismo. Francisco de Asís y sus discípulos rompieron esta prohibición al llamarse ellos mismos “juglares del Señor”.
Los trovadores, juglares y canta-autores de hoy día han mantenido y enriquecido este oficio, pero también, como antes, han sido mal vistos en muchos países, han sido prohibidos, marginados y hasta encarcelados. Pero ahí están, trovadores y juglares de hoy, como antiguos y gastados luchadores en favor de la alegría y de la libertad». (Texto tomado de libro “La cançó d’avui i de sempre. Paco Ibáñez. Xavier Ribalta". Ayuntamiento de Barcelona, 1996).
(Una vez más aplaudo el trabajo fotográfico
de INÉS POVEDA y agradezco su generosa colaboración).
Vaya lujazo de grupo. Agradecido por el oxígeno en estos días de chimeneas, Fernando.
ResponderEliminar