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miércoles, 18 de enero de 2012

GATO PÉREZ I - SU LLEGADA Y SU PASIÓN POR BARCELONA

En el maravillo barrio de Gràcia, de Barcelona, hay una plaza dedicada a un grandísimo "cantautor" al que esta semana voy a dedicarle varios "cuelgues" aquí donde CANTAMOS COMO QUIEN RESPIRA.


Su nombre artístico es GATO PÉREZ. En su carnet de identidad figuraba como Javier-Patrocinio Pérez Álvarez, nació en Buenos Airesa, en 1951, y falleció en Barcelona, en 1990. Gato se nos fue hace más de veinte años, pero como afirma Jaume Sisa: «ahora nos sigue cantando, cada vez mejor, desde algún rincón de la galaxia».

Gato Pérez.
Hijo de españoles emigrantes, vivió su infancia y el inicio de su adolescencia en Buenos Aires, hasta que 1966, recién cumplidos los quince años, se trasladó junto a su familia, a vivir a Barcelona.

Su desembarco en la Barcelona de los años sesenta y el descubrimiento de la que iba a convertirse en su nueva ciudad de acogida fueron para él unas experiencias muy impactantes; tanto que llegaron a marcarle no sólo en la creación de su obra musical y poética, sino también, y sobre todo, en su forma de entender la vida y de vivirla.

Experiencia que él mismo nos narró en la canción "La gran ciudad", integrada en su último disco "Academia rumbera", grabado en 1990, pocos meses antes de su muerte.

«Un día de primavera del que hará un decenio o más
arribaba a la ciudad por las puertas de ultramar
en un barco transatlántico desde un continente austral
un chaval viajero armado de una gran curiosidad [...].

El trajín cosmopolita y una gran actividad
sorprendieron gratamente al chico al desembarcar,
treinta años prisionera y no podían doblegar
a la enérgica ciudad que comenzaba a despertar.

Inundaban las aceras emigrantes y extranjeros
en un coctel demencial de turistas con obreros
abierto y cálido el corazón del lugareño
tantos potajes distintos en un único puchero.


Gato Pérez. "Academia rumbera" (1990)
Cubierta ilustrada por Mariscal

Hay gitanos y judíos, 
valencianos, portugueses, 
andaluces, africanos, 
isleños y aragoneses 
y una Rambla rebosante 
de fecunda humanidad,
un oasis de tolerancia
imposible de ocultar.

Charla y copa descubrían los secretos del lugar
en larguísimos paseos a las horas de estudiar,
conversaciones eternas, escalas de bar en bar
desde el Tibidabo al mar, del Besós al Llobregat».

Efectivamente, Gato Pérez supo integrarse desde el primer momento en la entraña de la gran ciudad catalana, empapándose de lo que sus barrios, sus calles, sus bares y sus gentes le ofrecían, y aprendiendo las lecciones de apertura, de tolerancia y de humanidad que le brindaban sobre todo los grupos sociales más marginados; un aprendizaje popular, sin intelectualismos, que, poco a poco, le fue seduciendo hasta el punto de convertirse en un catalán apasionado que, como afirma Marina Rossell, supo devolverle a la cultura catalana algo que en aquel momento corría el riesgo de olvidarse: el sabor de barrio y la música de la calle.

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