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domingo, 3 de junio de 2018

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 30.



A mediados de 1997, trabajando en Anaya en el proyecto Aprender a vivir, viajé varios días a Buenos Aires para coordinar su lanzamiento en Argentina con el Grupo Editorial Aique; equipo de grandes profesionales con los que entablé una muy linda amistad.

Uno de aquellos días, paseando por la Avenida de Santa Fe, me encontré en el escaparate de una librería con un llamativo libro de tapa dura con una atractiva cubierta repleta de reproducciones de carátulas de vinilos. El libro lo había publicado Alianza Editorial ese mismo año y yo no lo conocía. Se titulaba ¡Solo para fans! La música ye-yé y pop española de los sesenta y estaba escrito por Gerardo Irles. Me llamó tanto la atención que entré en la librería y, por supuesto, me lo compré.

Durante los días que permanecí en Buenos Aires aquel libro se convirtió en mi libro de cabecera. Recuerdo que terminé de leerlo en el avión volviendo para Madrid.

El encuentro y la lectura de aquel libro, como seguidamente contaré, fue para mí una total e inesperada provocación. Yo, como consecuencia de mi trabajo en el ámbito de la educación, llevaba una temporada bastante retirado del mundillo de la «canción de autor», aunque en nada había disminuido mi amor por ella (me encanta reconocer que la amo) y mi admiración hacia la mayor parte de sus creadores. 

En principio pensé que aquella lectura me resultaría relajada y divertida, sobre todo porque parecía que iba a centrarse en lo ye-yé y lo pop en la España en los años sesenta, realidad musical que había conocido y vivido en directo, aunque nunca me interesó demasiado. Lo malo fue cuando me di cuenta de que en medio de aquella trama argumental, casi llegando al final del libro, aparecía un capítulo titulado «La canción protesta y el folk». Para empezar, lo de «canción protesta» nunca me ha gustado, lo considero un reduccionismo utilizado frecuentemente con intenciones no demasiado claras. Pero lo peor vino cuando empecé a leer el capítulo y me di cuenta de que no me sentía de acuerdo e identificado con casi nada de lo que en él se contaba.

Deseo dejar claro que con mi apreciación anterior en ningún momento quiero decir que el autor del libro ¡Solo para fans! estuviera equivocado. Aquel era su punto de vista y si pensaba así estaba en todo su derecho de expresarlo. Soy consciente de que sobre los cantautores hay bastantes personas que piensan igual y, por mi parte, hago todo lo posible por respetarlas. Pero eso no impide que al mismo tiempo manifieste con toda libertad mi desacuerdo con algunos de los comentarios que leí en aquellos atardeceres de Buenos Aires:


«El cantautor reunía una serie de variables idiosincrásicas como construir la canción a partir del "yo" en vez del corazón. Pero cuando este "yo" se arraigaba en una tierra, en una cultura o en una lengua, entonces surgía un espécimen distinto». Lo del «corazón» no está nada claro y lo de «espécimen» no me gusta. Y sigue escribiendo: «Entonces se decía que eran canciones con "mensaje", como significando que, al igual que un telegrama, no podían hablar más claro ni con más detalle. Porque hasta entonces los mensajes únicamente se enviaban por Correos». 

O refiriéndose al folk: «A la canción urbana identificada con el pop comercial, la canción folk oponía la supremacía moral de la vida campestre. Era una especie de inmanentismo, por el cual la sombra de un pino, por ser un pino y no el toldo de una terraza de cafetería, serenaba el alma y dotaba al durmiente de una belleza celestial. Pero en el agro existen también fronteras, entre lindes de proletarios y entre aduanas provinciales. Cuando el "yo" bucólico del cantor empezaba a distinguir entre los árboles y los pájaros de su comarca y los de la vecina, entonces brotaba el cantor regionalista. El campo era también geografía política».

Insisto, como ya he afirmado en capítulos anteriores, en que no soy un crítico. Soy un comentarista apasionado y, como tal, comento que el capítulo sobre la «Canción protesta y el folk» de aquel libro no me gustó. Lo encontré superficial e incompleto y, sinceramente, creo que no venía a cuento.

Pero es que, además, la lectura me suscitó unas ganas tremendas de volver a España y hablar con el director de Alianza Editorial, que en aquel momento era Víctor Freixanes, para sugerirle, o mejor, pedirle, que me publicara un libro que sentía la urgencia de escribir para recuperar, desde mi punto de vista y mi experiencia, la historia y la gran aportación que supuso aquella canción llamada «protesta» (odio este término) y el folk. 

A Víctor Freixanes le encantó el proyecto y tuve todo el apoyo de Alianza para publicar mi Crónica cantada de los silencios rotos. Voces y canciones de autor 1963-1997. Por cierto, me alegró mucho que, aproximadamente al año y medio de publicarlo, el director de cine Moncho Armendáriz hiciera una película a la que tituló, precisamente, Silencio roto.


Volver a escribir sobre la «canción de autor» fue un trabajo apasionante y el resultado fue una crónica de la que hoy sigo sintiéndome muy satisfecho. El libro incluyó un pliego con una colección de portadas de discos clasificadas en tres grupos: «Canción del exilio», «Canción y dictadura» y «Nueva canción y arte contemporáneo», así como un apartado al que titulé «Retratos íntimos», ilustrado con caricaturas de Alfredo González, retratos literarios dedicados a Luis Eduardo Aute, Rogelio Botanz, Carlos Cano, Pedro Manuel Guerra, Pablo Guerrero, Paco Ibáñez, Imanol, Mikel Laboa, José Antonio Labordeta, Lluís Llach, José Menese, Luis Pastor, Manuel Picón y Olga Manzano, Amancio Prada, María Dolores Pradera, Raimon, Xavier Ribalta, Silvio Rodríguez, Marina Rossell, Joaquín Sabina, Chicho Sánchez Ferlosio, Elisa Serna, Joan Manuel Serrat, Jaume Sisa, Suburbano y Víctor Manuel. Por supuesto, aunque sin tapa dura, en la cubierta y en la contra, diseñadas por mi buen amigo Vicente Serrano, aparecen dos fotografías de un montón de carátulas de vinilos tomadas por José Saborit.


De este libro guardo en concreto el recuerdo de una experiencia que fue muy importante y muy esperanzadora. Hacía tiempo, prácticamente durante los diez últimos años, que, aunque seguía escuchando a algunos cantautores de siempre y de la nueva generación, no había hecho un seguimiento sistemático de su evolución y renovación. Hecho que, de alguna forma, me limitaba a la hora de extender mi crónica cantada hasta 1997. Por eso, una vez terminado el libro, cuando pensé que ya estaba listo para ser publicado, sentí la necesidad de hacer un parón y retrasar unas semanas su entrega. 

Durante aquel parón me compré muchos discos, entre ellos los dos CD's Cantautores. La nueva generación, editados por Fonomusic en 1997 y 1998, escuché cientos de canciones nuevas que no conocía y, a raíz de eso, nació un epílogo cuyo título le robé a Silvio Rodríguez: «Te convido a creerme cuando digo futuro». Lo escribí pensando en todos aquellos jóvenes cantautores que acababa de descubrir. Entre ellos, y seguro que me olvido de algunos, Ismael Serrano, Alfonso del Valle, Carlos Chaouen, Joaquín Calderón, Antonio de Pinto, Tontxu, Andrés Sudón, Inma Serrano, Paco Bello, Javier Álvarez, Agustín Ramos, Antonio Rei, César Rodríguez, Lola Sandoval, Luis Felipe Barrio, Matías Ávalos, Máximo García Benítez (que editaba un magnífico boletín informativo titulado Músicas para el fin del mundo), Quique González, Rafa Mora, Juan Trova, Merche Corisco, Moncho Otero, Rosana, Jorge Drexler, Carlos Colino Segio Sleiman, Rubén Buren, Fede Comín, Elena Bugedo, Carlos de Abuin, Pedro Herrero, Paco Sanz, Niña Pastori, Fania, Ana Benegas, Manolo Tena, Miguel Dantart, Pedro Guerra, Andrés Molina y Rogelio Botanz (tras disolverse el grupo Taller Canario). Y muchos más que iría descubriendo años después y que venían a demostrar, una vez más, que la «canción de autor» estaba viva y era un «espécimen» (como diría aquel) lleno de vitalidad y esperanza.


La primera presentación de Crónica cantada de los silencios rotos la hicimos en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, el 26 de febrero de 1998. Una gran fiesta-concierto en la que intervinieron más de 35 cantautores e intérpretes entre los que en este momento deseo recordar especialmente a Chicho Sánchez Ferlosio, Hilario Camacho, Carlos Montero, Indio Juan, Quintín Cabrera, Imanol y José Menese que hoy, lamentablemente, están ausentes.

Con motivo de la presentación del libro inauguramos el mismo día la exposición Arte y canción en la Sala Juana Mordó del Círculo, que pudo visitarse del 26 de febrero al 15 de abril. Fue la primera exposición que monté, le sucederían muchas más. Aquella ofrecía un testimonio vivo de la estrecha relación que la «canción de autor» tuvo desde sus inicios con el arte contemporáneo. Se expusieron obras originales de Dalí, Antonio Saura, Genovés, Guinovart, Manuel Monpó, Manolo Millares, Mariscal, Modest Cuixart, Joan Miró, Tapies, Joan Vila-Grau, El Cubri, Iván Zulueta, Francisco Moreno Galbán, Zumeta, Eduardo Úrculo, Luis Eduardo Aute, Benito Moreno, Octavio Colis, Manuel Boix, Hernández Pijuán, Enrique Ortiz Alonso, Rafael Alberti y Ortega; obras que fueron creadas y utilizadas para ilustrar carátulas de LP's publicados en los años sesenta, setenta y ochenta.


Tras la presentación en Madrid de Crónica cantada de los silencios rotos, hicimos otras cuatro de las que guardo un muy entrañable recuerdo.

Presentamos el libro en Granada, organizado por la Consejería de Cultura, el 22 de abril de 1998, en la Cuadra Dorada de la Casa de los Tiros, con la intervención de Juan de Loxa, José Antonio Pérez Tapia y Enrique Moratalla que, en aquel momento, era el Delegado Provincial de Cultura. Aquella presentación fue para mí de enorme importancia porque, como se verá en el capítulo siguiente, supuso el origen de una vuelta al Sur urgente e imprescindible.

Recuerdo también la presentación del libro en la Ermita de San Miguel de La Laguna, el 6 de mayo, con la participación de Elfidio Alonso, Luis Morera (del grupo Taburiente), Rogelio Botanz, Cali Fernández, Alberto Cañete, Inés Gutiérrez, Marisa y Pepe Paco; o la que hicimos en el Café Levante de Cádiz, el 28 de mayo, apadrinada por Juan Luis Pineda y Nacho Campillo.

Tampoco olvidaré nunca el día que me llamó el cantautor Paco Enlaluna desde Cataluña para decirme que había comprado el libro, que estaba entusiasmado y que le gustaría hacer una presentación en La Vaquería de Tarragona. Por supuesto, le dije que sí y para allá que nos fuimos. La presentación estuvo a cargo de Joan Isaac y el periodista Miquel Roso. Después actuaron Paco Enlaluna, Rubén Aguilar, Albert Jordà, Olga (La Jungla) y José Ángel Hernández, miembro de Mediodía 15. Fue una noche maravillosa.

De Crónica Cantada de los Silencios Rotos se publicaron numerosas críticas, comentarios y reseñas, De todas ellas me voy a permitir recordar y reproducir una que fue quizá la que más me emocionó, sobre todo viniendo de Trini de León Sotelo, periodista y alma de la, en aquel momento, extraordinaria sección de cultura del periódico ABC:

«He aquí un libro hecho con amor, aunque el sentimiento merece llamarse pasión. Nadie crea que nace del pasado con el fin de que impere la melancolía. No. Lucini mira el ayer para retomar emociones válidas para quienes las sientan y para quienes deseen saber de ellas. El tiempo se explica más y mejor a través de sus canciones porque en aquellos versos estaba la vida. [...] El lenguaje de este libro es el del alma que vibraba al mismo compás en muchos españoles. Es hermoso escucharlo».

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