PRÓLOGO
"SEDUCCIONES Y EMOCIONES AL DESNUDO
«LA VOZ DE LOS LATIDOS»
Las canciones nacen de las vivencias, de los sentimientos y de los latidos de sus autores. Salen por sus labios acompasadas, la mayoría de las veces, por una guitarra, y se echan a volar en libertad al encuentro de oídos y de presencias dispuestas a escucharlas, a dejarse atrapar por sus seducciones, a disfrutarlas y, en el mejor de los casos, a emocionarse con ellas y a hacerles un hueco en el íntimo y personal universo sonoro.
Mágico nacimiento el de la canción; espléndido su viaje –a través de conciertos y de grabaciones–; y silenciosa acogida tras la que, si logra emocionarnos, puede permanecer viva en nuestra memoria. Permanencia que siempre es retornable; a veces porque salimos voluntariamente a su encuentro; o a veces, también, porque, cuando menos lo esperamos, reaparece como “guiñándonos el ojo” y volviendo a seducirnos.
A través de todo este entramado comunicativo y emocional en el que se desenvuelve la canción se produce un encuentro –corazón a corazón– de dos realidades humanas diferentes: La realidad del creador –con su vida, vivida y soñada– que se expresa y decide comunicarse a través de la palabra hecha música. Y la realidad del receptor con su propia vida –también vivida y soñada– que decide escuchar una canción dejándose seducir por sus latidos y dispuesto emocionalmente a integrarla en su universo sonoro.
Entramado a la vez de experiencias, sentimientos y latidos en el que resulta imprescindible el revolotear de la libertad. Libertad del creador en la génesis, en el contenido y en el desarrollo de sus canciones; y libertad en el receptor, no solamente para poder elegir la canción que desea escuchar en un momento determinado, sino, sobre todo, para poder hacer de ella su propia lectura emocional. Libre lectura que puede coincidir, o no, con la del creador. A fin de cuentas, hablando de canciones, eso es lo menos importante.
Valga toda esta introducción anterior para poder descender y desentrañar, lo más claramente posible, y ya de forma concreta, el valor y la “hermosa utilidad” de la aventura emprendida por el compositor y cantautor Fernando Maés al plantearse en este libro “desnudar”, una por una, sus cincuenta y seis canciones.
Escuché por primera vez a Fernando Maés en 2012. Fue en uno de mis programas de radio entrevistando a Manolo Tena. Él, que conocía bien mi particular pasión por Antonio Vega –que, por cierto, nunca ha dejado de seducirme y de emocionarme– me comentó: «Tienes que escuchar, si todavía no lo has hecho, a un tipo, creo que es de Salamanca. Es uno de esos cantautores que tanto te gustan. Ha grabado una canción titulada “Maldito 12 de mayo” dedicada a Antonio que está muy bien».
No sé ni dónde, ni cómo, ni cuándo Manolo Tena se había encontrado con aquella canción de Fernando Maés. Después de aquel día nunca llegué a preguntárselo. El caso es que a los pocos días me la mandó grabada a la radio… Fue así como esta canción emprendió y realizó su vuelo hasta mi. Llegó, la escuché, me sedujo y me emocionó; ¡recuerdo que me produjo una gran emoción!… Y desde aquel día empecé la persecución y el encuentro con la obra de Fernando.
Efectivamente, como me había comentado Tena, Fernando Maés era un cantautor “de pura cepa”, de los que “llevan guitarras en el alma”, o sea, efectivamente, de los que logran emocionarme –que para mi es el mejor y principal criterio de “calidad”– y de los que me gustan.
Tardé un tiempo en acudir a un concierto de Fernando y en conocerle personalmente. Cuando lo hice, sus canciones ya formaban parte de mi universo sonoro; canciones hechas mías, sin que él lo supiera, que forman parte de mi universo sonoro y a las que retomo de vez en cuando dejándome arropar y sublevar libremente por los cientos de referencias, evocaciones y latidos que, audición tras audición, me van suscitando.
Creo recordar que, tras habernos conocido personalmente, nunca la pregunte el origen, o el por qué, de sus canciones. Nunca sentí la necesidad de hacerlo. Sin embargo ahora, que Fernando ha decido desnudar su obra, canción a canción, y darle voz a sus latidos, estoy disfrutando como un “loco”. Os cuento cómo estoy leyendo este libro:
He convertido su lectura en una especie de juego emocional que me ha resultado tremendamente lúdico, hermoso y gratificante; y que, por supuesto os recomiendo.
Miro el índice, elijo una canción, leo el comentario que sobre ella me hace Fernando en su libro y luego la escucho. O al contrario escucho una de sus canciones, que bien conozco, y después leo sus comentarios.
Dos caminos que me llevan a una misma conclusión. Las percepciones, las evocaciones, las presencias, los hechos o las circunstancias que las canciones de Fernando Maés me han evocado en un momento concreto, no siempre coinciden con las suyas; sin embargo si que existe una plena sintonía de latidos, de sentimientos, de sueños, de indignaciones, de reivindicaciones y de esperanzas. ¡Y eso es lo importante, lo imprescindible¡ Ahí es precisamente donde radica la grandeza. el valor y, también la belleza y el misterio, de la auténtica “canción popular”… Grandeza, valor, belleza y misterio que efectivamente se hace presente en las canciones de Fernando Maés, en esta ocasión, particularmente, a través de la voz de sus latidos.
FERNANDO GONZÁLEZ LUCINI
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