1996 publiqué un libro titulado Sueño, luego existo. Reflexiones para una educación en la esperanza que nació una mañana en la habitación de un hotel de Barcelona. En principio tenía pensado llamarlo Técnicas y recursos para la educación en los valores, pero una pequeña e inesperada experiencia, vivida en un centro comercial, me hizo cambiar de idea. Fue una experiencia tan inesperada y sorprendente para mí que, cuando me puse a escribirlo con nuevo título y contenido, decidí dedicar el primer capítulo a contar lo que ocurrió y viví aquella mañana.
Cubiertas de la primera y segunda edición del libro "SUEÑO LUEGO EXISTO" |
Hoy, pasados más de veinte años, ya con el libro definitivamente agotado, me apetece compartir un resumen de aquel primer capítulo. Fue una experiencia que difícilmente olvidaré y en la que, una vez más, intervino una canción como protagonista:
«Son las once de la noche. Me encuentro en la habitación de un hotel. Mañana no tengo ningún compromiso hasta la tarde y decido que, nada más levantarme, me quedaré en la habitación para iniciar el manuscrito de mi nuevo libro.
»[…] Suena el despertador, me ducho, desayuno y me dispongo a ordenar la mesa de la habitación del hotel sobre la que enseguida me pondré a escribir. Saco mi lápiz y me doy cuenta de que no tengo libreta. Uno tiene sus costumbres o sus manías particulares, y a mí me gusta estrenar libreta cada vez que me dispongo a escribir un nuevo libro; soy de esas personas a las que una libreta nueva y un lápiz, con mina del 0'5, les resultan imprescindibles para empezar a crear.
»Decido salir a la rambla para comprarme una libreta. Entro en una tienda, de esas en las que se vende de casi todo, y busco lo que necesito; una vez que lo encuentro, me dirijo a la caja, pago su importe y el dependiente, muy amable, introduce mi pequeña adquisición en una gran bolsa de un atractivo e intenso color rojo. Pienso que es mucha bolsa para tan poca libreta, pero no le doy mayor importancia.
»Ya en la calle, me llama la atención un gran texto que viene impreso en la bolsa que llevo en la mano: un texto que hasta ese momento me había pasado inadvertido. Me paro y lo leo lleno de curiosidad. "COMPRO, LUEGO EXISTO".
»¡Es alucinante! Mira por dónde, resulta que, como consecuencia de la necesidad que he sentido esta mañana de comprarme una libreta, acabo de tener la oportunidad de redescubrir y de tomar conciencia de que "existo"; un gran razonamiento y, por lo visto, una rotunda conclusión a la que he podido llegar, de forma inesperada y por sorpresa, gracias a eso a lo que hoy llamamos publicidad y sociedad de consumo.
»[…] Sigo caminando en dirección al hotel y, de vez en cuando, al pasar por un escaparate o por algún espejo, me miro y me contemplo con mi bolsa roja en la mano: "Compro, luego existo”. De repente, siento como si Descartes me acompañara en la imaginación y en el pensamiento; ¿quién le iba a decir a él que, prácticamente ya en el siglo XXI, su famosa frase iba a pasearse, airosa y manipulada, por una avenida? "Ya ves, amigo Descartes, parece que en la actualidad lo del pensar para existir no está de moda ni interesa demasiado; hoy por hoy "comprar" es lo más importante".
»Ya en el hotel, antes de sentarme a escribir, hojeo el periódico. Mi mirada se detiene ante un gran titular de una noticia tomada de un informe de la Fundación Foessa: "El 20% de los españoles vive en la pobreza".
»Siento que la noticia me despierta un sentimiento de preocupación y de desgarro; un sentimiento diferente del que habitualmente me provocan informaciones como esta, y sin poder evitarlo dirijo de nuevo mi mirada hacia la bolsa roja que descansa en un rincón de la habitación: "Compro, luego existo".
»De repente, al volver a contemplarla, surge precipitada en mi sensibilidad la necesidad de coger un lápiz y de escribir algo en la primera página de mi nueva libreta:
»"Si el veinte por ciento de los españoles se encuentra bajo el umbral de la pobreza, esto quiere decir que prácticamente no pueden comprar; si no pueden comprar es que no existen; luego la cosa está clara: a pesar de lo que dice hoy el periódico, los pobres no existen. Conclusión: ¡Tranquilo Fernando!, ¡pasa la página!, ¡no hay por qué preocuparse! Déjate de silogismos y de tonterías y aprovecha el tiempo: ponte a escribir el nuevo libro".
Dibujo de FEDERICO DELICADO |
»¡De tranquilo, nada!, me digo a mí mismo; y mi preocupación, transformada cada vez más en indignación, se acrecienta.
»¡No! Yo no estoy dispuesto a que se produzca en mi interior aquello que Vicente Molina Foix comentaba en uno de sus artículos: "La capacidad de condolencia del ser humano es limitada, como todos nuestros resortes ante el gran dolor, y llegados a un punto de costumbre en las desgracias, cedemos a la tentación de pasar la página".
»A mí me resulta cada vez más difícil acostumbrarme o refugiarme en la indiferencia ante el sufrimiento y el dolor.
»[…] Llegado a este punto de mis reflexiones, se me acrecientan las ganas y la necesidad de ponerme a escribir, pero me doy cuenta de que lo inesperadamente vivido en esta mañana me está llevando a replantearme el contenido de lo que en principio había pensado que podría ser este libro. No puedo, ni debo, desarrollar un libro sobre "técnicas y recursos para la educación en los valores" descontextualizado de la realidad en que esos valores tienen que ser descubiertos, vividos e interiorizados.
»[…] El tiempo pasa demasiado deprisa. Miro el reloj y me doy cuenta de que pronto serán las doce. Parece evidente que poco es lo que voy a escribir esta mañana. Decido relajarme. Me levanto, cojo el pequeño aparato de música que siempre me acompaña cuando salgo de viaje […] y busco una de las canciones que suelen acompañarme cuando me encuentro lejos de casa. Es una bella y apasionada canción de Lluís Llach que con frecuencia me sirve de antídoto en los momentos en que me tienta la oscuridad o me acorralan el desaliento y la impotencia. ¡Necesito volver a escucharla!
»Suena contundente la voz de Lluís. Cierro los ojos y escucho:
"Somniem.
Sí inevitablement, el somni d'avui com possibilitat del demà [...]
Per això, que ningú no s'avergonyeixi de dir,
que ningú no s'avergonyeixi de cridar:
somniem, si, constantment, somniem sense límits en els somnis,
somniem fins l'inimaginable.
Somniem sempre,
i ho esperem tot, hem après l'art d'esperar, aquest art d'esperar
en nits interminables d'impotència; sabem esperar i ho esperem tot, tot…"
(«Somniem». Lluís Llach.)
»Miro el reloj: ya son casi las dos. Mi nueva libreta permanece sobre la mesa, casi intacta. Decido salir a comer y dejar para mañana, si no pasa nada, el momento de empezar a escribir, definitivamente, el libro que con tantas ganas pretendía empezar hoy.
»Me dispongo a salir de la habitación y, mientras me dirijo a la puerta, no puedo evitar volver a encontrarme con la bolsa provocadora; la miro y, por un momento, parece como si me sonriera con una especie de gesto agradecido, tal vez porque en algún momento temiese que, dada mi indignación, pudiera golpearla o destruirla; a veces, las cosas, cuando convives con ellas y llegan a formar parte de tu espacio más íntimo, parece que tienen alma.
»Entonces, un poco conmovido por su imaginado gesto, vuelvo a mi mesa, arranco una hoja de la libreta y, con un rotulador, imitando el tipo y el tamaño de letra del "Compro, luego existo", escribo una frase; una frase que en este momento sintetiza y expresa mis verdaderas e irrenunciables convicciones y mis sentimientos más profundos. Tomo una barra de pegamento y, rescatando la bolsa de su rincón, pego mi frase sobre ella: "SUEÑO, LUEGO EXISTO".
»Intuyo que la bolsa vuelve a sonreírme, ahora contenta y agradecida; se nota que le gusta su traje nuevo, y yo, al mirarla, esta vez feliz y satisfecho, tomo la decisión de retrasar mi almuerzo para hacer algo que me apetece mucho y que, aunque soy consciente de que tan solo es un pequeño gesto, en este momento, para mí es muy importante.
»Cojo cuidadosamente la bolsa y salgo con ella a la calle; mis pasos me llevan directamente hacia la puerta de la tienda en la que, a primera hora de la mañana, compré la libreta; durante un buen rato me dedico a pasear por la acera para suscitar la atención sobre todo de los transeúntes que, como yo, llevan una bolsa de aquella tienda en la mano; las reacciones de la gente son extraordinarias; hay quien me mira con cara de extrañeza, hay quien me sonríe, quien pasa de largo creyendo que estoy "chalao" y quienes, al comparar su bolsa con la mía, me regalan un sencillo gesto de complicidad. ¡Ha merecido la pena la experiencia!
Bonita historia, Fernando. Y enhorabuena por el blog!
ResponderEliminarJuan