Escribo este capítulo en un momento en el que su principal protagonista, Luis Eduardo Aute, está recuperándose poquito a poco del infarto que sufrió hace unos meses. Es por esto que, antes de nada, quiero que vuele desde estas páginas un enorme y tierno abrazo para él. Y, prendido a este abrazo, mi agradecimiento por lo mucho y muy hermoso que, desde hace años, me vienen regalando sus canciones y su amistad.
La última vez que nos encontramos, relajados y con tiempo para charlar, fue con motivo de la grabación del quinto capítulo de la serie de televisión Y la palabra se hizo música que realicé para RTV/UNED. El capítulo titulado «Arte y canción». Lo grabamos en su estudio de pintura y al verle charlar con los técnicos, al escuchar la entrevista, observando el movimiento y la expresividad de sus manos en su rinconcito de trabajo, me reafirmé una vez más en que lo más bello que en este momento atesora Eduardo es la madurez; una madurez humana que se proyecta en toda su obra.
Me refiero a una madurez consciente y crítica; a la madurez entendida como sabiduría adquirida en el día a día del vivir cotidiano, con sus luces y sus sombras; a la madurez para percibir la realidad con serenidad y, a la vez, en profundidad; a la madurez que rearma y da vuelos de altura a su libertad; a la madurez que embellece, que depura y va dejando el rastro de la esencia y lo esencial; a la madurez que intensifica la urgencia de vivir apasionadamente lo que aún quede de camino; a la madurez, manifiesta en particular en su último disco El niño que miraba el mar, que le permite volver a las raíces de su identidad, encararse y pedirle cuentas al mismísimo Dios y, desde ahí, seguir creyendo y buscando luz en nuevos horizontes, seguir luchando por aquello que siempre ha creído… A fin de cuentas, la elocuente madurez que surge de su humildad y su sencillez.
A mí, la vida me ha hecho el regalo de poder sentirme cerca de Eduardo en todo su vuelo hacia esa noble y ejemplificadora madurez de la que muchos creadores actuales deberían aprender.
Nos conocimos a mediados de los setenta y desde entonces hemos compartido momentos y situaciones que han sido muy importantes en «mi vida entre canciones»; por ejemplo, poder haber escrito su biografía en 1987. Biografía que fue publicada, junto a dos LP's, por el Círculo de Lectores dentro de una serie de libro-discos titulados genéricamente Testimonios musicales.
La idea de esta biografía nació en la madrugada del 10 de octubre de 1986. Aute acababa de presentar su doble disco 20 canciones de amor y un poema desesperado en Madrid y, al terminar el concierto, a la salida, me presentó a uno de los directivos del Círculo de Lectores y me preguntó a bocajarro si estaba dispuesto y me apetecía escribir un libro sobre su trabajo. Un libro biográfico que publicaría el Círculo junto a una antología de sus mejores canciones.
Mi reacción inmediata ante aquella solicitud de Eduardo fue un sí rotundo. Recuerdo que me hizo tan feliz la propuesta que aquella misma madrugada la anuncié por la radio. Al día siguiente me puse a trabajar en el proyecto.
Me apeteció empezar seleccionando las canciones que podrían ir en los dos discos que acompañarían al libro a modo de antología básica. Nunca resulta fácil hacer una selección de una obra tan amplia como la suya en la que además casi todo te entusiasma. Aute en aquel momento ya había publicado trece LP's. Al final, después de pensarlo mucho, me quedé con 22 canciones (11+11).
Una vez realizada la selección, llamé a Eduardo y quedamos en su casa para revisarla. Le pareció correcta y aquella misma tarde tuvimos una larga primera sesión de trabajo para poder comenzar a redactar su biografía. Para mí iba a ser una experiencia inolvidable y hermosa porque supondría descubrir y sentir de primera mano la infancia, la adolescencia, la juventud y, en fin, la vida entera de un ser humano (compositor, poeta, pintor, cineasta y ¡qué se yo!) al que admiraba profundamente.
Fueron bastantes días de vernos, charlar, buscar y seleccionar fotografías, descubrir apuntes y dibujos casi olvidados en viejas carpetas; días de paseos y relajadas comidas en la Quinta de la Fuente del Berro; días de evocaciones compartidas; de escribir y conocernos un poquito más, de ir estrechando renovados lazos de amistad.
Finalmente, el libro se incluyó en una preciosa caja junto a los dos discos y se publicó en 1987. Lástima que al tratarse de una edición exclusiva para socios del Círculo de Lectores se agotó nada más anunciar su salida. Nunca se reeditó.
Aquella experiencia fue muy hermosa. Me permitió conocer y admirar muy a fondo la obra de Luis Eduardo Aute y dedicarle diez años después un «retrato íntimo» que en este momento me apetece compartir:
«Me encontré con él y con sus canciones en el tiempo en el que buscábamos, desesperadamente, "rosas en el mar" (“los pies desnudos, la voz al viento; las manos limpias, la sangre ardiendo”) y clamábamos al firmamento: "La verdad, ¿dónde estará la verdad?"...
»Lo recuerdo muy bien, fue para mí como "una llama que apartó tinieblas en los claroscuros de mis pensamientos"; incendió "la vida que fluye en las ramas del árbol que llevo en el cuerpo" y "resucitó mis músculos dormidos" (sed de sentimientos); me enseñó a escuchar "la débil voz y el inexorable latido que brota del hombre que nunca quiso ser máscara del hombre", y entré en su "templo encomendando mis espíritu al vientre consumado de mi bien amada".
»Enganchado a sus canciones, descubrí que la vida es "rito", "sarcófago" y "espuma"; que es "alma", "fuga" y "nudo"; ternura, deseo y desamor (“enamorarse o morir”); pasión y laberinto de tinieblas (“cuerpo a cuerpo”); "esfera del azar, fe de armonía"; "milagro de la luz en las pupilas”; querencia, alevosía y arrebato; "¡A vivir, que la vida no es medida ni porvenir!, que queda todo, todo, todo por sentir".
»Él se negó a "ser tiempo en el espacio" apuntalando un mar (promesa de libertad) que es como "un niño que canta sobre cuarenta prisiones" (“un niño que se despierta como una ola gigante; lleva en el puño una perla y un coral rojo en la sangre”); él aprendió del niño-Pablo los secretos de "Albanta", donde "el amor es la flor más perfecta que crece en el jardín"; y convencido radical de que "el fuego es el orden", emprendió su inexorable batalla "al alba, en pie de guerra y con un beso por fusil" (“habrá que hacer acopio de fusiles que disparen girasoles"; Van Gogh, desde su nube, está dispuesto a descargar "bombas de flores”).
»Alguien le dijo: "Mira, Eduardo, no te esfuerces, déjalo estar; ayer amores, hoy ni flores”; estuvo unos instantes con la vida arriada, perdido en laberintos de "quién soy yo y a dónde voy", pero pronto (irreversible militante de la belleza) recordó: "Que no, que no, que el pensamiento no puede tomar asiento”, y así, con su coherencia personal (esa coherencia solidaria, sensible y apasionada que nunca le abandona), aquí sigue: manteniendo su empeño de "combatir molinos" (“creyendo que la razón, sin el ensueño, produce desatinos”); huyendo de las prisas (“yo quiero amarte paso a paso, con pausas insumisas”); descaradamente sacrílego frente a la hipocresía y el poder (“sé bien que no es la mano del Rey Midas la que vendrá a salvar mi naufragado corazón”); y hermosamente inmoral contra la moral de los que persisten en el empeño de "acribillar latidos para que suenen relojes" (“aunque me expulsen de sus paraísos, no pienso doblegarme a sus avisos... ¡no quemarán mis alas!”).
»Alas trazadas en palabras que no cesan de danzar "siguiendo la singladura que un albatros le marcó"; alas en la desnudez y en la pasión de sus pinceles; alas en cada una de sus secuencias cuando penetra, enamorado y atrevido, en el lenguaje cinematográfico (últimamente en el lenguaje de la animación); alas de amigo entrañable al que es imposible dejar de querer.
»Necesito confesaros
antes de decir adiós
que mi voz quiere ser vuestra
como es mía vuestra voz
compartiendo sentimientos
de alegría y de dolor
todas las contradicciones
que padece la razón.
("Entre amigos”)».
No hay comentarios:
Publicar un comentario