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Junto al pretendido silenciamiento represivo, del que hablábamos en el "cuelgue" de ayer, sufrido por la poesía durante la dictadura franquista –y, en consecuencia, por poetas como Miguel Hernández–, hay que mencionar otro tipo de silenciamiento muy anterior, ejercido sobre la creación poética, que, sin ser estrictamente represivo, tuvo, de forma más sutil, graves e importantes consecuencias que aún hoy se ponen de manifiesto.
Me refiero, en concreto, a la intervención de la imprenta y a la publicación, en 1449, por Johannes Gutemberg, del llamado "Misal de Constanza", considerado el primer libro topográfico del mundo.
Sería un atrevimiento osado e injusto que yo negara o pusiera en duda, en este momento, el incuestionable valor de un gran personaje como Gutenberg, el de la imprenta y, en general, todo lo positivo que supuso aquel histórico descubrimiento. No es esa mi intención, ni mucho menos. Sin embargo, sí que me siento profundamente identificado –y, por tanto, de acuerdo– con las reflexiones de los poetas Jesús López Pacheco y Blas de Otero acerca de las consecuencias que se desencadenaron con la invención de la imprenta y con la publicación de los libros respecto a la poesía oral y, en particular, respecto al importante oficio cultural desempeñado desde siglos atrás por los juglares y los trovadores.
En 1968, Jesús López Pacheco escribía:
«Ha sido detenida la poesía. Sus jueces la han condenado a imprenta perpetua. Tal habría podido ser la noticia difundida por los últimos trovadores al ver los primeros libros de versos.
Allí estaba la poesía encerrada, atada, descolorida y muda, tras los barrotes de las líneas; desde entonces, tendría que esperar al lector, en lugar de ir de boca en boca buscando al pueblo, de quien nacía por manantiales llamados poetas. Los trovadores, entonces, arrojaron sus vihuelas.
Pero esta cárcel de la imprenta podía tener ventanas casi infinitas –los libros– por los que la poesía se asomaría a la calle, a la gente.
Pronto, sin embargo, sus enemigos lograron controlar su número y tamaño, de modo que, ni aún pálida y muda, ni aún seca y retorcida de sufrir, podo llegar sino a muy pocos lectores. Y así la vemos hoy, asomada tímidamente a esos escasos y pobres ventanales de las ediciones de poesía, viendo al pueblo alejado y alejada ella del pueblo». (Fragmento de un texto que acompañaba la edición del primer disco grabado por Hilario Camacho en 1968).
En esa misma línea de pensamiento, y coincidiendo plenamente con López Pacheco, Blas de Otero, al referirse a la poesía y a la palabra decía:
«La palabra necesita respiro, y la imprenta se torna de pronto el alguacil que emprisiona las palabras entre rejas de líneas. Porque el poeta es un juglar o no es nada. [...]. El disco, la cinta magnetofónica, la guitarra o la radio y la televisión pueden –podrían: y más la propia voz directa– rescatar al verso de la galera del libro y hacer que las palabras suenen libres, vivas, con dispuesta espontaneidad». (Blas de Otero. "Poesías y palabra").
Esta es la segunda perspectiva a la que me refería en el "cuelgue" de ayer al hablar del silenciamiento del lenguaje poético: nuestra poesía en los años sesenta y setenta, se encontraba encerrada, atada, descolorida y muda entre rejas de líneas, y necesitaba un respiro.
Frente a los dos tipos de silenciamiento poético que he mencionado –el represivo y el libresco–, se imponía un reto urgente: romper con aquellos silencios y buscar los cauces para que la poesía, recuperando su libertad, su vida y su espontaneidad, pudiera acercarse a la "inmensa mayoría" de los ciudadanos y ser escuchada y sentida por ellos. Tarea a la que contribuyeron muy eficazmente los nuevos juglares y trovadores identificados ahora con el término de "cantauores"; hombres y mujeres que surgieron –y siguen surgiendo– para liberar la poesía a fuerza de música y de voz.
Ese fue el reto que asumieron, y siguen asumiendo, respecto a la poesía de Miguel Hernández, creadores como Paco Ibáñez, Elisa Serna, Luis Pastor, Joan Manuel Serrat, Adolfo Celdrán Francisco Curto, Amancio Prada, Alberto Cortez, Los Juglares, Bernardo Fuster, Camarón de la Isla y un largo etcétera entre el que figura como referente para mí esencial ENRIQUE MORENTE, del que os sugiero escuchar seguidamente dos temas: "El niño yuntero" y "Nanas de la cebolla", cantes grabados inicialmente en 1971 en el mítico LP titulado "Homenaje flamenco a Miguel Hernández".
En 1968, Jesús López Pacheco escribía:
«Ha sido detenida la poesía. Sus jueces la han condenado a imprenta perpetua. Tal habría podido ser la noticia difundida por los últimos trovadores al ver los primeros libros de versos.
Allí estaba la poesía encerrada, atada, descolorida y muda, tras los barrotes de las líneas; desde entonces, tendría que esperar al lector, en lugar de ir de boca en boca buscando al pueblo, de quien nacía por manantiales llamados poetas. Los trovadores, entonces, arrojaron sus vihuelas.
Pero esta cárcel de la imprenta podía tener ventanas casi infinitas –los libros– por los que la poesía se asomaría a la calle, a la gente.
Jesús López Pacheco. |
En esa misma línea de pensamiento, y coincidiendo plenamente con López Pacheco, Blas de Otero, al referirse a la poesía y a la palabra decía:
«La palabra necesita respiro, y la imprenta se torna de pronto el alguacil que emprisiona las palabras entre rejas de líneas. Porque el poeta es un juglar o no es nada. [...]. El disco, la cinta magnetofónica, la guitarra o la radio y la televisión pueden –podrían: y más la propia voz directa– rescatar al verso de la galera del libro y hacer que las palabras suenen libres, vivas, con dispuesta espontaneidad». (Blas de Otero. "Poesías y palabra").
Esta es la segunda perspectiva a la que me refería en el "cuelgue" de ayer al hablar del silenciamiento del lenguaje poético: nuestra poesía en los años sesenta y setenta, se encontraba encerrada, atada, descolorida y muda entre rejas de líneas, y necesitaba un respiro.
Frente a los dos tipos de silenciamiento poético que he mencionado –el represivo y el libresco–, se imponía un reto urgente: romper con aquellos silencios y buscar los cauces para que la poesía, recuperando su libertad, su vida y su espontaneidad, pudiera acercarse a la "inmensa mayoría" de los ciudadanos y ser escuchada y sentida por ellos. Tarea a la que contribuyeron muy eficazmente los nuevos juglares y trovadores identificados ahora con el término de "cantauores"; hombres y mujeres que surgieron –y siguen surgiendo– para liberar la poesía a fuerza de música y de voz.
Ese fue el reto que asumieron, y siguen asumiendo, respecto a la poesía de Miguel Hernández, creadores como Paco Ibáñez, Elisa Serna, Luis Pastor, Joan Manuel Serrat, Adolfo Celdrán Francisco Curto, Amancio Prada, Alberto Cortez, Los Juglares, Bernardo Fuster, Camarón de la Isla y un largo etcétera entre el que figura como referente para mí esencial ENRIQUE MORENTE, del que os sugiero escuchar seguidamente dos temas: "El niño yuntero" y "Nanas de la cebolla", cantes grabados inicialmente en 1971 en el mítico LP titulado "Homenaje flamenco a Miguel Hernández".
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