(Retrato escrito tras un concierto en Madrid, 1998).
A Rogelio Botanz, aunque suele asociársele al Movimiento de la Nueva Canción Canaria –como componente del grupo Taller–, y aunque ha sido muy recientemente cuando hemos podido empezar a disfrutar de sus creaciones, en directo, fuera de las Islas, hay que considerarlo como uno de esos jóvenes y grandes genios del arte y de la música que son inclasificables; un genio que ama tanto y tan apasionadamente su actividad creadora que, en realidad, lo que menos le preocupa es entrar en el aparatoso maremágnum del "marketing" y de la "superproduccion" con todos sus "floripondios" incluidos. (A Rogelio no le queda tiempo para eso). A él lo que verdaderamente le entusiasma es investigar, crear, jugar con su imaginación y su fantasía, experimentar nuevas formas expresivas y, sobre todo, disfrutar comunicando y compartiendo, con los que quieran escucharle –sean muchos o pocos–, sus historias cantadas, sus ritmos, sus danzas, sus juegos expresivos, o sus sanas locuras –sanas por lo que tienen de liberadoras– como es, por ejemplo, la puesta en marcha en cualquier espacio –grande o pequeño– de su perfecta, simbólica, increíble, y, por cierto, siempre eficaz "perfecta máquina de correr".
Rogelio Botanz procede de Legazpia (Guipuzkoa) y lleva incrustadas en sus entrañas la alucinante belleza de aquellos paisajes, la nobleza del alma vasca, y la fuerza humana y trabajadora de Euzkadi. (Con frecuencia, en sus recitales, nos habla de su familia y se le percibe sinceramente enternecido cuando evoca a su madre o a aquel padre, "afilador de guadañas", que supieron engendrarle tanta pasión por la vida.) A los veintiún años se traslada a Tenerife, para hacer la "mili" y, enamorado de aquella isla y de sus gentes, decide quedarse a vivir allí; una opción que asume con todo lo que implica, desde su sensibilidad y desde su responsabilidad, el dedicarse plenamente al conocimiento y a la investigación de la cultura canaria, y particularmente de la música isleña.
En el entramado de estos breves apuntes biográficos se configuran en Rogelio tres rasgos característico de su personalidad –y coherentemente, de sus creaciones: la fuerza de su capacidad expresiva; su fluidez imaginativa, y su concepción ética y social de la existencia.
Las canciones, las danzas y los juegos rítmicos y musicales de Rogelio Botanz destacan por la fuerza y la solidez con las que nacen y con las que él sabe transmitirlas; son canciones, danzas y ritmos que penetran y se contagian de inmediato, movilizando, no ya los sentimientos, sino toda la realidad corporal. Cantar, bailar, jugar y disfrutar con Rogelio, en cualquiera de sus recitales, es inevitable.
CD: Rogelio Botanz canta a Alfonso Sastre (2004) |
Por otra parte –y, sin duda, claramente influido por su vocación de "maestro" y por las tareas educativas que habitualmente emprende– las canciones de este vasco/canario derrochan imaginación; cada de ellas es como un aventura fascinante cuajada de símbolos; de atrayentes y misteriosos personajes, y de mundos fantásticos que cualquiera puede libremente recrear; en cada una de sus canciones se desvela una especie de "micromundo" de sensaciones en el que se entremezclan inseparablemente todos los lenguajes.
CD: Vuelos (2007) |
Finalmente, la personalidad y la obra de Rogelio Botanz transpiran una Ética hondamente positiva y radicalmente democrática; es, la suya, una ética fundamentada en el valor de la "igualdad", alimentada en el enriquecimiento de la "interculturalidad", y proyectada –siempre de forma alegre, lúdica y generosa– a la creación de ámbitos para el encuentro, para el diálogo, y para la gran fiesta de los que creemos que a los seres humanos es mucho y más bello lo que nos une, que lo que pueda separarnos o enfrentarnos. En la obra de Rogelio se cumple aquello que Gala nos anunciaba: «La música en un día impar, quizá nos hará comprender que somos todos hermanos incompletos, y que todos somos un ritmo o una estrofa o un silencio de la eterna armonía universal».
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