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viernes, 30 de noviembre de 2012

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD. MERECIDÍSIMO PREMIO CERVANTES. ¡FELICIDADES!

JOSE MANUEL CABALLERO BONALD


¡FELICIDADES!
Acaba de concedérsele el PREMIO CERVANTES
¡Mas que merecidísimo!

Para unirnos a esta celebración lo haremos de "nuestra mejor manera": ¡CANTANDO COMO RESPIRAMOS!, y vamos a hacerlo, en primer lugar, evocando un disco editado y grabada por la discográfica Ariola, en 1974, el el que el "cantaor" flamenco DIEGO CLAVEL –de Puebla de Cazalla–, acompañado a la guitarra por Manolo Brenes y Pedro Peña, interpretó poemas de Caballero Bonald. El disco se tituló "La raiz del grito" y fue ilustrado por Josep Guinovart.


De este disco vamos a escuchar dos cantes: "Descanso a mi cuerpo" (seguirillas), e "Igual que se arremolina" (bulerías por soleá):



«Descanso a mi cuerpo
no le voy a dar 
hasta que llege la horita en que pueda 
decir la verdad. 

Las doce ya han dado 
en Santa Lucía 
loco me tiene sin saber los pasos 
que andará metía».



«Igual que arremoliná
el aire en la encrucijada
así van las penas mías
saltando de aquí p'allá. 

Yo le dije dónde vas
y ella no me ha respondido,
sabe Dios por donde irá.

No siento que no me quieras
porque cuando están maduras
se van cayendo las brevas.

Placita del Mentidero
dando vueltas me he perdío
y la verdad no la encuentro.

Solito me eché yo a andar
sin sabé en ningún  momento
con quién me iba a encontrar.

Pobre de mi
que no me alcanza
ni pá viví.


Completo este "cuelgue" de felicitación a José Manuel Caballero Bonald evocado también la canción "Dos horas después" compuesta por Joaquín Sabina, José Manuel Caballero Bonal, Pancho Varona y Antonio García de Diego.


«La tarde consumió su luego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás,
la noche se agavilla como un ave
a punto de emigrar.

Y el mundo es un hervor de caracolas
ayunas de pimienta, risa y sal,
y el sol es una lágrima en un ojo
que no sabe llorar.

Tu espalda es el ocaso de septiembre,
un mapa sin revés ni marcha atrás,
una gota de orujo acostumbrada
al desdén de la mar.

Y al cabo el calendario y sus ujieres
disecando el oficio de soñar
y la espuela en la tasca de la esquina
y el vicio de olvidar.

Por el renglón del corazón
cada mañana descarrila un tren.
Y al terminar vuelta a empezar
dos horas después de amanecer.

Tiene la vida un lánguido argumento
que no se acaba nunca de aprender,
sabe a licor y a luna despeinada
que no quita la sed.

La noche ha consumido sus botellas
Dejándose un jirón en la pared.
Han pasado los días como hojas
de libros sin leer.

Dos horas después de amanecer».

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