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viernes, 26 de julio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (13): "TESTIMONIOS MUSICALES. BIOGRAFÍA DE LUIS EDUARDO AUTE" (1987)

Conocí personalmente a Luis Eduardo Aute a mediados de los setenta, y desde entonces hemos compartido encuentros y vivencias que han sido muy importantes en mi "vida entre canciones"; una de ellas, por ejemplo, fue poder escribir su biografía, en 1987. Biografía que fue publicada, junto a dos LP's, por el Círculo de Lectores dentro de una serie de libro-discos titulados genéricamente Testimonios musicales.

Esa biografía nació en la madrugada del 10 de octubre de 1986. Aute acababa de presentar su doble disco 20 canciones de amor y un poema desesperado en Madrid, y, al terminar el concierto, a la salida, me presentó a uno de los directivos del Círculo de Lectores y me preguntó directamente si estaba dispuesto y me apetecía escribir un libro sobre su trabajo; libro biográfico que deseaban publicar en el Círculo junto a una antología de sus mujeres canciones.

Mi reacción inmediata ante aquella solicitud de Eduardo fue un sí rotundo. Recuerdo que me hizo tan feliz la propuesta que aquella misma madrugada la anuncié en el programa de radio que estaba haciendo en la COPE. Al día siguiente me puse a trabajar en el proyecto.

Me apeteció empezar a trabajar seleccionando las canciones que podrían ir en los dos discos que se iban a editar como una antología básica. Nunca resulta fácil hacer una selección de canciones entre una obra tan amplia como la suya cuando globalmente te entusiasma. (Aute en aquel momento ya había publicado trece LP's). Al final, después de pensarlo mucho, hice una selección de 22 canciones (11 + 11). Concretamente las siguientes:

DISCO 1. 
• Al alba.
• Autotango del cantautor.
• Nana a una niña fría.
• Cine, cine.
• A vivir.
• Dentro.
• Siento que te estoy perdiendo.
• Dos o tres segundos de ternura.
• Albanta.
• Elijo la locura.
• Las cuatro y diez.

sábado, 20 de julio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (12): "DON DON Y DOÑA DOÑA VIENEN AL «COLE»" (1987)

Hoy voy a rescatar un proyecto pedagógico, muy especial, que me divirtió mucho crearlo y ponerlo en marcha. Fue una linda experiencia que le da, sin duda, un toque muy especial de color y de alegría a "Mi memoria bibliográfica"

En 1987, sufrí una rotura de menisco. La operación fue complicada y el traumatólogo me aconsejó que durante un tiempo, además de hacer la imprescindible recuperación diaria, debería dejar la enseñanza, sobre todo en el colegio, porque no era recomendable que pasara muchos horas estando de pie.

En aquellas circunstancias, casualmente, una amiga, que estaba trabajando como responsable de publicaciones en la Editorial Alhambra, decidió dejar ese puesto y me propuso que le sustituyera. Me entrevisté con Eric Ruiz, que en aquel momento era el presidente de la editorial, y a los pocos días dejé el colegio y empece a trabajar en Alhambra como director editorial. (Lo que decidí no abandonar fueron mis clases en la Escuela de Magisterio; continué con la optativa Música, canción y pedagogía en el turno de tarde.)

Justo cuando empecé a trabajar en Alhambra me encontré que la editorial había publicado dieciocho títulos de la maravillosa colección de cuentos «Mr. Men y Little Miss» («Don y Doña») de la que es autor el escritor e ilustrador británico Roger Hargreaves.


Personalmente descubrí y conocí estos personajes e historias de Roger Hargreaves a mediados de los años setenta y me entusiasmaron. Son pequeños cuentos ilustrados con gran sencillez y expresividad, que nos ofrecen personajes e historias que simbolizan valores y comportamientos próximos a la vida y a la experiencia cotidiana del mundo infantil; personajes como "Doña Sonrisas" o "Don Coquillas", o "Don Tacañete" o "Doña Tardona".

Concretamente los 18 cuentos que Alhambra tenía publicados eran los siguientes.

Doña Brujilla, Doña Mandona, Doña Menudita, 
Doña Presumida, Doña Brujilla, Doña Sonrisas,
Doña Tardona, Doña Tímida y Doña Traviesilla.

Don Cosquillas, Don Feliz, Don Glotón,
Don Memorión, Don Diminuto, Don Miedica,
Don Pupas, Don Saltarín, Don Tacañete


En cuanto me encontré con aquellos cuentos y aquellos maravillosos personajes ideé y puse en marcha un proyecto al que titulé "DON DON Y DOÑA DOÑA VIENEN AL «COLE»" concretado en un libro-fichero, dirigido a los maestros y maestras, en el que, tras concretar el contenido de cada cuento, proponía numerosas actividades para trabajar y divertirse en el aula con cada personaje, actividades especialmente relacionadas con el Área de Lengua y con la Educación en Valores y Derechos Humanos.


Realizar aquel proyecto, que pude publicar en castellano, catalán y gallego, fue una maravilla sobre todo porque todos y cada uno de los personajes que me proponía que entraran en las escuela eran fantásticos.

El proyecto, los cuentos y el libro-fichero los presentamos en las Biblioteca Nacional.

jueves, 11 de julio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (11): VEINTE AÑOS DE CANCIÓN EN ESPAÑA (1963-1983). VOLUMEN 4: "DE UN TIEMPO, DE UN PAÍS" (1987)

Finalmente, el cuarto volumen de Veinte años de canción en España (1963-1983): De un tiempo y un país salió en 1987. Era el punto final de un gran proyecto y de una etapa muy importante en la historia de «mi vida entre canciones».


Tuve la suerte de que las cubiertas las ilustrase la pintora salmantina Isabel Villar. Artista plástica que, cinco años antes, había creado el lienzo que Fernando Trueba utilizó para el cartel de su película Mientras que el cuerpo aguante; documental sobre la vida, las canciones y el mágico universo imaginativo y creador de Chicho Sánchez Ferlosio.




El prólogo correspondió en esta ocasión al filósofo, catedrático de Ética y Sociología, y ensayista José Luis López Aranguren. Hombre radicalmente demócrata y apasionado por y para la libertad que, en 1965, fue expulsado de la universidad junto a Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo, acusados por Franco de incitar en sus clases a la subversión.


Yo siempre había sentido una muy profunda admiración hacia Aranguren, había leído y subrayado sus libros y me lo había encontrado más de una vez como espectador en los conciertos de los cantautores en Madrid durante los años de la transición. Fue precisamente en uno de esos conciertos donde me acerqué a saludarle y mantuvimos nuestra primera conversación. 



Recuerdo que Luís Llach viajó a Madrid para presentar su disco Astres (1986) en el teatro Monumental; maravilloso concierto del que pudimos disfrutar varios días. En aquellos tiempos era bastante habitual que los creadores catalanes, vascos o gallegos cantasen en Madrid; tenían bastantes posibilidades de hacerlo y un público que llenaba sus conciertos. Hoy por hoy, ese disfrute resulta cada vez más impensable en una ciudad que, como tantas otras, es capaz de llenar un polideportivo para escuchar a alguien que canta en inglés, pero que pasa casi absolutamente de descubrir y disfrutar la obra de creadores catalanes, valencianos, vascos o gallegos que componen y cantan en sus propias lenguas. Esto es algo que no puedo entender y que me cabrea bastante. 


El día del estreno de Astres, al llegar al teatro Monumental y sentarme en la butaca, me di cuenta de que dos filas más adelante estaba el profesor Aranguren. No pude reprimir las ganas de saludarle y, en el descanso del concierto, me acerqué a él. Hablamos no más de cuatro minutos y, con verdadera sorpresa y mucha alegría por mi parte, me dijo que tenía y había consultado alguna vez mis libros de Veinte años de canción en España. Jamás lo habría imaginado. Cuando terminó el concierto volvimos a vernos en el camerino saludando a Llach y José Luis me dio su teléfono. Me invitó a volver a encontrarnos para continuar nuestra conversación.



Esa misma semana llamé a Aranguren y quedamos en su casa. Me comentó que estaba escribiendo un nuevo libro de ensayos al que iba a titular Ética de la felicidad y otros lenguajes (que llegó a ser Premio Nacional de Ensayo en 1989) y a partir de ahí nos pusimos a hablar de la «canción de autor». Descubrí que en ese terreno compartíamos pasiones y convicciones. José Luis Aranguren era un verdadero adicto a la «canción de autor».


En el contexto de aquella conversación le propuse que me escribiera, si podía y le apetecía, el prólogo del cuarto volumen de Veinte años de canción en España que, además, cerraba el proyecto. Me dijo que sí. Le mandé el original. A los pocos días volvimos a encontrarnos en su casa y ya lo tenía.


En aquel prólogo había dos reflexiones que, desde que las leí por primera vez, me gustaron y me llamaron la atención.


Una de ellas es la utilización que hace Aranguren de la expresión «razón utópica», entendida como capacidad para pensar que un mundo mejor es posible y que, en consecuencia, merece la pena esforzarse por conseguirlo. Ya lo habíamos comentado antes en su casa: las canciones de los años sesenta, setenta e inicios de los ochenta alimentaron y fortalecieron la «razón utópica» de un amplio sector de la ciudadanía, o sea, alimentaron y fortalecieron nuestro pensamiento esperanzado. Ya nos lo cantaba y nos lo advertía precisamente Llach: «Si cal, refarem tots els signes ⁄ d'un present tan difícil i esquerp, / però no abarateixis el teu somni mai més» («Y si es preciso, reharemos todos los signos / de un presente tan difícil y arisco, / pero no empobrezcas tu sueño nunca más»). A partir de aquella reflexión de Aranguren cambié mi forma de pensar, de hablar y de escribir la palabra «utopía» por aquella expresión mucho más concreta y comprometida: la «razón utópica».


La otra reflexión que me impactó del prólogo de Aranguren fue la que formuló al inicio del último párrafo, referida al libro: «Es una bella historia de la España contemporánea a través de las canciones». Es cierto, lo he afirmado muchas veces y durante muchos años: en la actualidad y en el futuro, si alguien quiere conocer la verdadera historia contemporánea de nuestro país, tendrá necesariamente que acudir a la «canción de autor», crónica directa y clara del acontecer histórico de «un tiempo y de un país» durante los últimos años de la dictadura franquista y los años nada fáciles (y creo que aún sin cerrar) de la llamada transición democrática. Convicción que, años después, en 1998, dio título a otro de mis libros: Crónica cantada de los silencios rotos.


Seguidamente, reproduzco el prólogo del que venimos hablando:



«Llega la presente obra aquí a su cuarto y último volumen. Los dos primeros fueron dedicados, en una bien hecha repartición de materias, a los sentimientos fundamentales que animaron a la canción española y con los que ella animó a los españoles de los años sesenta y setenta: esperanza, ansia de libertad, búsqueda de una identidad y el amor. Yo no olvidaré nunca la presentación todavía en una política intimidad, si es que pueden casarse estas dos palabras, y desde luego en una intimidad políticamente asediada, que en la sesión de clausura de un congreso internacional nuestro sobre "nouveau roman" y el realismo social, hicieron José María Castellet y sus amigos catalanes de la cançó, de Raimon. Fue un acontecimiento memorable.


»Si la poesía, y en ella, y con ella, la canción, fue "un arma cargada de futuro", los sentimientos políticos suscitados por nuestros cantautores, lejos de oscurecer los problemas –despersonalización, emigración, guerra y violencia, destrucción de la naturaleza, pobreza, injusticia, marginación, lucha de clases, inmovilismo e hipocresía– los pusieron de manifiesto en pujante movimiento de solidaridad, estudiado en el tercer volumen de esta obra. Se tratará con él, nada menos que de hacer caer la "estaca a la que estábamos todos atados”. (A Lluís Llach, hoy buen amigo, lo conocí personalmente mucho más tarde que a Raimon, en el homenaje que ofrecimos en la plaza de toros de Valencia a Joan Fuster. Y por entonces conocí también a José Antonio Labordeta).



José Luis Aranguren con Joaquín Carbonell.


»Mas antes de empezar a hablar del presente volumen, quiero hacer una referencia al epílogo puesto por Antonio Gómez al segundo tomo. Entre tantas cosas agudas como él dice, quiero destacar la observación del nuevo y artificial papel al que, caída la dictadura, ya en la transición, quiso someterse el cantante, cuya función tiene poco que ver con la del político, y menos cuando este se conduce en plan electoral.


»El volumen que ahora aparece es, en su primera parte, el que estudia la canción desde un punto de vista más filosófico, o próximo a la filosofía, y quizá por ello pensó su autor en mí como su prologuista. Trata del sentido de la vida, el tiempo de vivir, la vida como opción liberadora, el sí a la vida; y, por su envés, de la muerte, "una luz que se apaga", la muerte asumida y anticipada y, en fin, la trascendencia de la muerte en la palabra y en el canto. Es, se diría, la gran diferencia entre la "nueva canción" y el "nuevo rock", al que también de refería Antonio Gómez en el mencionado epílogo, el cual, deliberadamente, está compuesto y contado "para pasar" y no "para quedar" o trascender. 


»La segunda parte de este volumen, menos filosófica, es, en cambio, más crítica de una temática concreta: la educación y la escuela, el campo, y, en general, la vida rural, su abandono y su crisis, por una parte; la vida del mar, los marineros y pescadores, por la otra.


»El libro se cierra volviendo, otra vez, a la filosofía poética "de un tiempo y un país", el nuestro, a la esperanza que nunca ha de perderse, el resumen de lo que, a lo largo de doce años, ha aportado la canción a la lucha contra la dictadura y al testimonio de lo que ella ha sido en estos ocho años de transición, hasta el 83, transición al cambio verdadero, que no acaba de llegar, y en cuya espera somos mantenidos por nuestra "razón utópica".


»Sí, una bella historia de la España contemporánea a través de su canción, además de una bella historia de la canción en España, es lo que Fernando González Lucini ha sabido darnos en los cuatro tomos de esta admirable obra».

martes, 2 de julio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (10): "VEINTE AÑOS DE CANCIÓN EN ESPAÑA". TERCER VOLUMEN: "LOS PROBLEMAS SOCIALES Y LA SOLIDARIDAD" (1986)

El tercer volumen de Veinte años de canción en España (1963-1983), se publicó en enero de 1986 y se centraba en los problemas sociales y la solidaridad; problemas sociales como la despersonalización, la emigración, la guerra y la violencia, la destrucción de la naturaleza, la pobreza y la injusticia, o el inmovilismo y la hipocresía.


La cubierta la creó la grandísima e inolvidable pintora figurativa Amalia Avia, fallecida el 30 de marzo de 2011.


Cuando le hablé del libro a Amalia, me sorprendió a las pocas semanas con un óleo extraordinario en el que aparecen dos emigrantes con sus maletas en una estación de ferrocarril al comienzo de una desgarradora fuga hacia Irún para buscarse la vida en Alemania y encontrar la esperanza que en España se les negaba.




El prólogo lo escribió Manuel Vázquez Montalbán, escritor catalán hacia el que empecé a sentir una gran admiración en 1972 tras la lectura de su libro biográfico dedicado a Serrat, publicado en la colección Los Juglares de Editorial Júcar. Admiración que se acrecentó el día que tuve la oportunidad de disfrutar de su antología Cancionero general I, editado en Lumen también en 1972.


Aquel Cancionero general fue, y sigue siendo, otro de los libros de referencia de «mi vida entre canciones». Recuerdo que cuando pude comprarme el primer tomo y leí el prólogo pensé: «A mí me gustaría ser como este señor y hacer con la “canción de autor” algo similar a lo que él ha hecho con el cancionero popular del franquismo entre 1939 y 1975». Fue así como Vázquez Montalbán se convirtió en el investigador enamorado de la canción que me sirvió de modelo y que, desde entonces, he tenido siempre presente en mi trabajo.


Pasado el verano de 1985, un buen día (de los buenos no, ¡de los buenísimos!) me invitaron a ir a Barcelona a una cena que iba a celebrarse con Mario Benedetti en la Brasserie Flo con motivo de la publicación de dos discos de canciones basadas en sus poemas: El Sur también existe, de Serrat; y A dos voces, con Daniel Viglietti (obra grabada en directo en Buenos Aires). Por supuesto, aunque fue un viaje relámpago, acudí a la cena. Antes de salir de Madrid me enteré de que en la cena también iba a estar Manuel Vázquez Montalbán, así que decidí llevarme a Barcelona los dos primeros volúmenes de Veinte años de canción en España para regalárselos y expresarle con ellos mi admiración.

Al final de la cena, hablé con Manuel y le di los libros. Me preguntó si habría un tercero y le dije que sí. Fue él mismo quien me propuso que, si quería, le mandara el original, porque estaría encantado de prologarlo. ¡Menuda alegría! Y, ¡claro!, el original viajó al día siguiente a Barcelona. A los pocos días me mandó el siguiente texto al que tituló: «La ambición documental de Fernando González Lucini».


«Solo alguien que en su tiempo, hace ya mucho tiempo, trató de ofrecer a la ciudadanía de este país un inventario de lo que el pueblo había cantado entre 1939 y el infinito, está en condiciones de entender el esfuerzo de Fernando González Lucini por inventariar la canción popular española, hija de la cultura de masas. La búsqueda del sexo de la canción popular tenía sentido hasta hace veinte o treinta años. ¿Qué era canción popular hace veinte o treinta años? Pues residuos en retroceso de la canción tradicional y una memoria viva o latente de las canciones vulgarizadas por los medios de comunicación de masas. Fue nuestra promoción, la de los escritores treintañeros al final de los años sesenta, la que reivindicó la canción de consumo como una huella de la sentimentalidad colectiva y descubrió que eran más sintomáticas de un temple popular que una canción tradicional definitivamente arqueologizada por la radio, el cine o la televisión.


»Ante la crítica sociológica, o simplemente aristocrática, de que la canción de consumo era una inculcación externa de una sensibilidad artificial, promovida por el poder político o por la industria de la canción, había que aceptar estas dos evidencias, pero también la de la función social que había ejercido y ejercía la canción de consumo. Al margen de la intencionalidad del inculcador, había que valorar el uso que hacía el inculcado y, valorando el uso, se descubría que el público se había apropiado sobre todo de canciones que le ayudaban a identificarse o vaciarse de las iras abstractas. En el feed-back del público había muchas veces otra lectura bien diferente de la que podía hacer el sociólogo crítico: era la lectura del que no tiene a Eliot para expresarse a través de él o de Jorge Guillén, sino las canciones de Rafael de León o de Manolo Escobar o de los Sirex o de quien sea. Inventariar la canción de consumo significa poner las bases para la comprensión de la evolución de un tono social, entre la espontaneidad de la oferta y la demanda y los acondicionamientos de una cultura dirigida por un poder totalitario bajo el franquismo y por un poder industrial multinacional bajo la democracia.


»Mi empeño de hace quince años, mucho menos ambicioso que el de Lucini, se vio condenado a un relativo fracaso por culpa de la Sociedad General de Autores que presionó a la editorial en demanda de derechos de autor por las canciones reproducidas, demanda utópica que llevó a Esther Tusquets ante el posible paredón de la insolvencia y al segundo tomo de mi Cancionero General a un limbo casi definitivo. Celebro que Lucini haya encontrado circunstancias mejores y que haya trabajado más y mejor que yo para ofrecer al público de hoy y al de mañana un censo importantísimo de lo que los españoles han cantado, e insisto en que lo han cantado, aunque haya sido en silencio.


»Nada quiero añadir a lo que otros epiloguistas o prologuistas han escrito para los volúmenes anteriores de la Summa Cantora de González Lucini, pero sí quisiera señalar la importancia del que tenemos entre manos, porque recoge el documento de esa "otra canción" cargada de buenas intenciones históricas.


»La Nova Cançó catalana, de la que el recopilador traduce abundantes muestras en este libro, abrió la vía de una canción popular crítica que influyó en otros lugares de España. Estas canciones pueblan el bajofranquismo de contenidos que apuestan por otra visión de la realidad y, en definitiva, por otra realidad. Abordando la crítica de las estructuras y de las relaciones sociales y psicológicas existentes, estas canciones forcejeaban con los códigos de la verdad establecida y contribuían al doble juego de reflejar la España oculta por la información y la cultura oficial y divulgar nuestras visiones de los hechos, las personas y las cosas que reeducaban la conciencia democrática y crítica de la ciudadanía. Fernando González Lucini ha recurrido a una clasificación temática del análisis de los contenidos y ha escogido, o mejor dicho, ha encontrado, familias de temas predominantes: la despersonalización, la emigración, la guerra y la violencia, la destrucción de la naturaleza, la pobreza y la injusticia, el inmovilismo y la hipocresía, la solidaridad.


»Más que el resultado de una investigación, parece un programa de lucidez y rearme ético de la sociedad. Y es que las canciones son a la vez paisaje de un tiempo, huella de quienes las cantaron y fotografía de los suspiros tolerados o prohibidos de una sociedad».


Años después, en el 2000, Manuel Vázquez Montalbán volvió a publicar su Cancionero general con el título de Cancionero general del franquismo (1939-1975) en una preciosa edición de la editorial  Crítica. Me lo regalaron mis hijos y, leyendo el nuevo prólogo que encabezaba el libro, me llevé la gran sorpresa, unida a un tremendo agradecimiento, de que me citaba y, además, muy cariñosamente. 

Refiriéndose a la evolución de la canción popular en España posterior a 1975, escribía lo siguiente:


«Pero esta es otra guerra que dejo a la responsabilidad ajena. Desde 1972 han aparecido dos obras singulares: la trilogía de González Lucini [evidentemente, Manuel no conocía el cuarto tomo] Veinte años de canción en España, dedicada a glosar la canción del periodo 1963-1983, espléndido análisis crítico, y los glosarios fenomenológicos y anecdóticos de Manuel Román: Canciones de nuestra vida y Memorias de la copla.


Cuando allá en 1983 inicié con tantas dificultades e ilusiones el proyecto de Veinte años de canción en España, nunca pude imaginarme que me iba a dar tanto reconocimiento y tantas generosas gratificaciones.


domingo, 30 de junio de 2024

MI NUEVO "RINCONCILLO" EN INSTAGRÁN

HACE 48 DÍAS ME HE DECIDIDO A PONER EN MARCHA mi rinconcillo en INSTAGRAN donde deseo dejar algunas huellas –en imágenes– de "mi vida, y en particular, de mi vida entre canciones": recuerdos, encuentros, descubrimientos, pasiones, cariños, alegrías, ausencias amadas, requiebros... y ¡qué se yo!, ¡lo que vaya surgiendo!... Es lo primero que hago cada mañana, me despierto, me hago un café y cuelgo la foto del día... Ya han surgido 326 "seguidores", ¡gracias!... Si queréis encontrarme por ahí estoy en:

https://www.instagram.com/gonzalezlucini/?hl=es-es

jueves, 27 de junio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (9): "VEINTE AÑOS DE CANCIÓN EN ESPAÑA". SEGUNDO VOLUMEN: "LIBERTAD, IDENTIDAD Y AMOR" (1985)

El segundo volumen de Veinte años de canción en España (1963-1983), editado en abril de 1985, se centra fundamentalmente en la libertad, la identidad y el amor, temas a los que añadí otros dos complementarios: el profundo valor del sentimiento y la amistad. La ilustración de la cubierta la creó Rafael Alberti, el prólogo lo escribió Gabriel Celaya y el epílogo, titulado «De la crisis y la renovación», corresponde al periodista Antonio Gómez.

Cuando terminé el original de este segundo volumen pensé que me encantaría que lo prologase Rafael Alberti, uno de los poetas que más se había musicalizado y cantado en aquel momento. Lo pensé y decidí intentarlo. 


Conocía muy poco a Rafael, solo de encontrarnos en algunos actos organizados en el Instituto Cultural Andaluz. 


Sabía que por entonces el poeta vivía en un piso de la Plaza de los Cubos, en la zona madrileña de Princesa, y que por las tardes solía bajar a merendar o a cenar a la cafetería del VIPS que había debajo de su casa. En la librería de aquel VIPS vendían algunas de sus obras y el poeta, con gran amabilidad, solía dedicárselas a las personas que las compraban.


Una tarde decidí presentarme en aquella cafetería con el original del libro, acercarme a Rafael, hablarle del proyecto que estábamos poniendo en marcha y decirle que me encantaría que me prologase el segundo volumen que estaba a punto de editarse.



Cuando Alberti vio que me acercaba, no me reconoció, pensó que era alguien que iba a solicitarle un autógrafo, lo que le hizo mostrarse sonriente y amable; pero cuando le expliqué quién era y lo que en realidad quería, no os podéis hacer ni idea del cabreo que se pilló. Reacción que justificó diciéndome a gritos que lo estábamos explotando, que no le dejábamos en paz y que no iba a escribirle prólogos a nadie más, sobre todo si encima se lo pedíamos gratis. La verdad es que en aquel momento la situación económica de los poetas comprometidos con los derechos humanos y la democracia era insostenible.


El enfado fue tan estruendoso que yo me sentí absolutamente avergonzado y no supe qué hacer ni dónde meterme. Entonces, para intentar calmarle, ingenuamente, se me ocurrió decirle: «Rafael, no te enfades y perdona. Olvídate de lo que te he dicho y no te preocupes. Le pediré el prólogo a Celaya que como es buen amigo seguro que me lo escribe». En aquel momento ya conocía a Gabriel Celaya, teníamos una gran amistad.



Cuando Rafael escuchó aquello se enfadó aún más: «¡Celaya, Celaya! ¡Claro que te lo escribirá! ¡Y a lo mejor sin leerse el libro!». Y entonces yo, sin saber cómo salir de aquella situación, intenté despedirme y largarme; pero entonces, cambiando totalmente de tono, me dijo el poeta: «¡Espera! ¡Déjame el libro y pásate mañana por mi casa».


Al día siguiente, fui a su casa, me recibió él mismo y, nada más saludarme, me entregó un sobre y me dijo: «Toma, esto para ti, para que lo pongas en tu libro. Pero no lo abras ahora, ábrelo si quieres en el ascensor. Y que el prólogo te lo haga Celaya o quien sea». Nos despedimos y nada más salir de su casa leí lo que me había escrito en el sobre: 


Abrí el sobre y descubrí que lo que él había llamado «eso» era el hermoso dibujo de una paloma rodeado de un pequeño poema que recogía maravillosamente el contenido global de aquel segundo volumen:



De la casa de Rafael, inmensamente feliz, me fui directo a la de Gabriel y Amparo. ¡No salíamos del asombro! Después de reírnos y charlar un buen rato, Celaya me dijo: «Aprovecha y pon el dibujo de Rafael en la portada, y el prólogo que yo te iba a escribir para el volumen dedicado a los problemas sociales te lo hago para este». Y dicho y hecho. A los pocos días, Gabriel me mandó su prólogo acompañado de una tarjeta en la que ponía: «Querido amigo. Te envío el prólogo que te prometí. Ya me dirás si te sirve. Perdona mi pésima mecanografía. Llevo sesenta años dándole a la máquina y todavía no he aprendido. ¡Abrazos!»


Aquel prólogo decía así:


«Creo que mi condición de vasco y el hecho de que la poesía de mi país, precisamente por su carácter originario eminentemente oral –poesía más cantada y salmodiada que leída o escrita– contribuyó a que con esa agresividad típica de la juventud me dirigiera contra el pobre Gutenberg y contra la imprenta. Algún fondo de razón tenía. La poesía, tanto en la Grecia Clásica como en la España Medieval y en mil otros lugares, siempre nació unida a la música y al canto. Pero también sería una simplicidad que junto a ese "mester de juglaría", a cuyo renacimiento asistimos hoy en día, se desconociera el "mester de clerecía", es decir, una poesía escrita y quizá un poco marisabidilla que surgió poco más tarde. A mi modo de ver, lo importante no es optar entre una y otra forma de expresión, sino recordar, como toda la historia de la poesía no los demuestra en nuestro país y en cualquier otro, que siempre hubo una mutua y recíproca influencia de ambas formas de expresión y que si la canción popular revitalizó mil veces la poesía sabia, esta, además de aprovecharla, la llevó a altos resultados de los que, en último término, la canción utilizó también mucho.


»La gran ventaja de la poesía oral o cantada sobre la poesía leída radica en que el oído es el más primario, directo y total de nuestros sentidos. El primero que experimentan los niños y el último que pierden los agonizantes. Pero también es cierto que leer, precisamente porque nos es tan fácil y tan inmediato como oír, exige un esfuerzo de atención que nos lleva a profundizar en los textos más de lo que percibimos en una primera lectura. En este sentido, quiero decir que al releer los textos que creía conocer y que Fernando González Lucini ha recopilado, me he dado cuenta de que hay muchos mejores de lo que me parecieron cuando los oí de pasada. Y esto, a fin de cuentas, confirma que, como antes decía, los creadores de la canción popular no ignoraban la poesía culta de su época, sino que la cantaban a su aire y con su modo propio, revitalizándonos a los escritores. Aunque creo que nosotros también les ayudábamos a ellos.


»Creo que el trabajo que está realizando Fernando González Lucini tiene un valor inmenso, no solo porque es un documento esencial para comprender nuestra época, sino porque además de que tiene un valor poético en sí, nos muestra el camino de un nuevo género literario que yo presentía allí en mi juventud y que hoy día es una realidad. Yo pensaba, y creo que tenía razón, que la poesía cantada estaba llamada a renacer, porque si la imprenta había estado a punto de enterrarla, los nuevos medios de comunicación –radio, televisión, tocadiscos, micros, altavoces, etcétera– estaban llamados a resucitar esa forma de expresión que tan antigua parecía en cierto momento, y que tan actual y llena de porvenir ha llegado a ser en nuestro tiempo.


»En el libro que ahora prologo se habla de la libertad, de la identidad y del amor. Se habla de temas que el hombre lleva, ha llevado y llevará siempre dentro mientras viva. Responde así a algo que hace treinta o más años yo pedía: "Cantemos como quien respira". Porque eso es la libertad, porque eso es el decir quiénes somos, porque eso es el amor: Respirar o cantar. Porque ambas cosas son la misma: Poesía».



La presentación de este segundo volumen la hicimos en Alcalá de Guadaira (Sevilla), el 13 de junio de 1985, a las nueve de la noche. Estuvo organizada por la Consejería de Cultura de Andalucía y el Ayuntamiento de Alcalá. Fue un encuentro inolvidable en el que participaron Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina, Luis Pastor, Carlos Cano, Gualberto, Antonio Gómez y Lole y Manuel. Recuerdo a Alba Molina muy pequeñita y preciosa (aún no había cumplido los siete años) correteando por allí. Hoy Alba es una magnífica cantora. Me tiene completamente enamorado con el disco que grabó en 2016 dedicado a sus padres: Alba Molina canta a Lole y Manuel. ¿Y cómo no recordar también en este momento a Manuel, que nos dejó en mayo de 2015? 


Aquel día, después de la presentación, me consta que se organizó un fiestón en la plaza de Alcalá. Carlos Cano y yo nos la perdimos porque aquella misma noche nos tuvimos que ir en coche a Sevilla para hacer con Jesús Quintero su inolvidable y mágico programa El loco de la colina.

sábado, 15 de junio de 2024

MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (8): "VEINTE AÑOS DE CANCIÓN EN ESPAÑA". PRIMER VOLUMEN: "DE LA ESPERANZA/APÉNDICES" (1984)

El primer volumen de Veinte años de canción en España (1963-1983), editado en septiembre de 1984, lo dediqué al tema de la esperanza, sin duda uno de los valores que más se han cantado en nuestro país. Incluye también varios apéndices, entre ellos, una aproximación global al nacimiento y a los contenidos básicos desarrollados por la «canción de autor» en esos años; así como una enumeración clasificada de las más de tres mil canciones aparecidas a lo largo de la obra.



Las ilustraciones de la cubierta y de la contra fueron creadas por Luis Eduardo Aute, y el prólogo me lo escribió Antonio Gala.

Decía en el "cuelgue" anterior que cada volumen de Veinte años de canción en España tiene su propia historia, y es cierto. Son cuatro historias relacionadas con sus prólogos que creo que merece la pena compartir.


Yo nunca me pude imaginar, por ejemplo, que Antonio Gala acabaría escribiendo un texto dedicado a mi trabajo en 1984. Aquel mismo año había publicado su Trilogía de la libertad, libro en que recogió tres de sus más reconocidas obras teatrales: Petra regalada, La vieja señorita del paraíso y El cementerio de los pájaros; y ya había editado Charlas con Troylo donde recopilaba sus artículos publicados en el El País Dominical con ese mismo título.



Tonona y yo admirábamos profundamente a Antonio. Habíamos visto y disfrutado sus obras de teatro y éramos fieles seguidores de sus artículos en el El País Dominical. A mí lo que más me sedujo siempre de él fue su permanente clamor a la esperanza, aun en los momentos más dolorosos de sus escritos siempre aparecía un destello de luz y un horizonte.


Aquel año, 1984, en la planta baja de mi casa (vivíamos en la calle Doctor Gómez Ulla de Madrid) tenía su sede el Instituto Cultural Andaluz al que yo pertenecía y del que, además, era miembro de la junta directiva. Sede que, en realidad, se componía de un salón no muy amplio, un despacho y un cuarto de baño que bien podríamos llamar «mini-wáter». 


El 28 de febrero de 1984, a última hora de la tarde, organizamos una fiesta en el Instituto para celebrar el Día de Andalucía. Entre los invitados estaba Antonio Gala, al que no conocía en persona.


A aquella celebración del Día de Andalucía acudieron muchas más personas de las que habíamos previsto, incluido Antonio. El piso se llenó por completo. En un momento determinado de la fiesta, pasadas las doce de la noche, Pedro Martínez Montávez (presidente del Instituto) me dijo que Antonio Gala tenía necesidad de ir al baño y que, como yo vivía en la quinta planta, si no me importaba que subiera un momento al de mi casa. El del local del Instituto, después de pasar tanta gente por allí a lo largo de la tarde, estaba bastante asqueroso.


Por supuesto, le dije que sin problemas. Se lo sugerimos a él y aceptó encantado. Y allí me tenéis subiendo con Antonio Gala en el ascensor. Antes no había podido intercambiar ni una palabra con él. Cuando llegamos al quinto piso, tocamos al timbre (no me había bajado la llave) y, de repente, Tonona abrió la puerta con cara de sueño para encontrarse de golpe y porrazo con Antonio Gala en carne y hueso, con bastón incluido. ¿Era un sueño o una realidad? Pues sí, una realidad. 


Antonio entró en nuestro baño y cuando salió de hacer sus necesidades nos comentó que le habían gustado mucho unas cerámicas de Sargadelos que teníamos justo en la pared, encima de la taza del retrete. Creo recordar que nos contó que estaba escribiendo precisamente la biografía del marqués. Estuvimos charlando un rato y luego Antonio y yo volvimos a la fiesta. 

Al bajar en el ascensor no pude resistir la tentación y le conté que estaba a punto de publicar un libro sobre el valor de la esperanza tal y como se había planteado en la «canción de autor» a lo largo de los últimos veinte años. Inmediatamente después, antes de que el ascensor parara, le dije que me haría inmensamente feliz si pudiera leer mi original y, si le gustaba y le parecía oportuno, escribirme un prólogo. Os aseguro que las piernas me temblaron por mi juvenil atrevimiento. 


Sorprendentemente, me dijo que le mandara el original al día siguiente, que lo leería y que ya me contaría. ¡Me quedé mudo! Volvimos a la fiesta y cuando finalizó, antes de salir, Antonio me dio una tarjeta con su dirección y me dijo: «¡Mañana lo espero!». Y claro, ¡desde luego que se lo llevé! No pude dormir en toda la noche de los nervios.


A la semana de dejarle el original en su casa, me llamó por teléfono su secretario para decirme que a Antonio le había gustado muchísimo el libro y que pasara a recoger el prólogo que me había escrito. Me fui para allá corriendo. Cuando llegué, la persona que me abrió la puerta me dijo que Antonio estaba fuera, pero que había dejado un sobre a mi nombre. (¡Y mi corazón a tope!). Ya en la calle no me pude resistir, abrí el sobre y me encontré una preciosa carta manuscrita y el siguiente texto mecanografiado y firmado:


«Uno de los dos rieles por donde circula toda mi obra –sin el cual descarrilaría– es la esperanza. (El otro es la búsqueda de la justicia. Entre ambos, aparte de mi obra, sostienen algo mucho más importante: La libertad). Pero cuando hablo de esperanza no me refiero a una actitud sedente, paralizada, alucinógena. No la confundo jamás con la vana ilusión, que es una esperanza acariciada sin fundamento, la sitúo cerca de la "ilusión real", esa hermosa contradicción humana de la que, como de otras muchas contradicciones, alimenta sus verdes cánticos la vida. Para mí, la esperanza –a menudo lo he dicho– es una virtud bajita e inquieta, una virtud con las piernas muy cortas que, no se sabe cómo, arrastra tras de sí y con la lengua fuera a sus hermanas, más altas e importantes, la fe, la caridad, la prudencia, la fortaleza, todas.


»Si hay algo que distinga tajantemente al ser humano de todos lo demás –incluidos Dios y los ángeles– es su capacidad de esperanza. De una esperanza activa y consoladora, esa certeza de que los momentos más negros de la noche son los que preceden precisamente al alba. Cuando el contenido copioso y abigarrado de la caja de Pándora se desvanecía, quedó en su fondo un último rehén: el brillo de la esperanza, un patrimonio que el hombre usa en exclusiva mientras su vida dura. Porque cuando concluye la esperanza, sobreviene la muerte verdadera. Mientras hay vida hay esperanza, decimos. Y es verdad. Y también es verdad lo contrario. Lo que empuja a la muerte, lo que mata, no es la desesperación –cuyo oscuro ímpetu es todavía cosa de la vida, su desmelenamiento, su alarido–, sino la desesperanza, cotidiana vanguardia de la muerte.


»¿Qué sería del mundo si no hubiera esperanza? ¿A santo de qué se movería, en qué dirección, con cuál  motivo? Se ha pretendido, a veces, que la esperanza es la minadora del presente, el aplazamiento que –por mirar al futuro– deja escapar la flor de hoy. En ese sentido de frágil remisión "sine die", de vergonzante delegación, no uso yo la palabra. Más aún, la detesto. Sin embargo, creo que apenas el presente existe sin su proyección hacia el futuro –un futuro más grande, más abierto, más noble, más alegre– en que cada instante comienza a convertirse.


»Este libro, para el que escribo con tanto amor las líneas iniciales, es una prueba de cuanto venero. No se trata en él de recoger unas esperanzas acobardadas, reacias, contentadizas. Se trata de ofrecernos un ramo de esperanzas sonoras, vociferantes, contestatarias. Se trata de una esperanza en marcha, que se echó a cantar por las caminos apasionadamente. Porque si ella es el sabor de la vida, también es cierto que la vida en ocasiones –largas, largas a veces– no amarga. Y es preciso sacarnos su amargura, a gritos, de la boca. Eso hicieron los hombres y mujeres cuyas canciones recopila y ordena este libro, contagiarnos desesperadamente su esperanza.


»Prologarlo, por tal causa, era un deber para mi conciencia y una feliz necesidad para mi corazón. Es difícil que un libro de sociología equivalga, en una época coronada de espinas, al libro que el lector tiene en sus manos. Para dar las gracias a quienes lo protagonizan y al enamorado coleccionador de tanta humanidad, estampo aquí mi firma. No tiene más mérito que ser esperanzada y solidaria como lo que es esta obra».


Como habréis podido comprobar, la generosidad manifestada por Antonio Gala hacia mi persona fue inmensa. Nunca sabré cómo agradecérsela. Lo que sí hice fue encargarle a unos amigos gallegos que me mandaran unas cerámicas de Sargadelos iguales a las que tenía en mi baño y regalárselas… A partir de aquel día mantuvimos una bonita amistad. 


Verdaderamente, la vida, cuando menos te lo esperas, te sorprende, y cuando así ocurre a uno no le queda más remedio que acordarse de Violeta Parra y cantar con ella su "Gracias a la vida".


MIS MEMORIAS BIBLIOGRÁFICAS (13): "TESTIMONIOS MUSICALES. BIOGRAFÍA DE LUIS EDUARDO AUTE" (1987)

Conocí personalmente a Luis Eduardo Aute a mediados de los setenta, y desde entonces hemos compartido encuentros y vivencias que han sido mu...