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domingo, 21 de agosto de 2011

¡MALDITAS GUERRAS! - 100 + 48

Eduaro Galeano en cierta ocasión escribió una especie de fábula a la que llamó "Historia de la resurrección del papagayo". Es esta historia:


«El papagayo se cayó en la olla que humeaba.
Se asomó, se mareó y cayó.
Cayó por curioso, y se ahogó en la sopa caliente.
La niña, que era su amiga, lloró.
La naranja se desnudó de su cáscara y se la ofreció de consuelo.
El fuego que ardía bajo la olla se arrepintió y se apagó.
Del muro se desprendió una piedra.
El árbol, inclinado sobre el muro, se estremeció de pena,
y todas sus hojas se fueron al suelo.
Como todos los días, llegó el viento
a peinar el árbol frondoso y lo encontró pelado.
Cuando el viento supo lo que había ocurrido, perdió una ráfaga.
La ráfaga abrió la ventana, 
anduvo sin rumbo por el mundo y se fue al cielo.
Cuando el cielo se enteró de la mala noticia, se puso pálido.
Y viendo al cielo blanco, el hombre se quedó sin palabras.

El alfarero de Ceará quiso saber.
Por fin el hombre recuperó el habla,
y contó que el papagayo se había ahogado
y la niña había llorado
y la naranja se había desnudado
y el fuego se había apagado
y el muro había perdido una piedra
y el árbol había perdido las hojas
y el viento había perdido una ráfaga
y la ventana se había abierto
y el cielo se había quedado sin color
y el hombre sin palabras.

Entonces el alfarero reunió toda la tristeza.
Y con esos materiales, sus manos pudieron renacer al muerto.
El papagayo que brotó de la pena
tuvo plumas rojas del fuego
y plumas azules del cielo
y plumas verdes de las hojas del árbol
y un pico duro de piedra y dorado de naranja
y tuvo palabras humanas para decir
y agua de lágrimas para beber y refrescarse
y tuvo una ventana abierta para escaparse
y voló en la ráfaga del viento».

Esta fábula me trae a la memoria unos versos de  César Vallejo que siempre me impresionaron:


«Al fin de la batalla, 
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre 
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Se le acercaron dos y repitiéronle: 
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, 
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Le rodearon millones de individuos, 
con un ruego común: «¡Quédate hermano!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Entonces todos los hombres de la tierra 
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; 
incorporóse lentamente, 
abrazó al primer hombre; echóse a andar...».

Galeano y Vallejo nos dan la clave..., solo en el amor y la ternura, en la solidaridad, en la "com-pasión" corpartida... es posible la esperanza de la vida y de la paz.

HILARIO CAMACHO V - DE LOS DERECHOS A SOÑAR Y A SENTIR FRENTE AL DESAMOR Y LA SOLEDAD.

Hilario Camacho. (Fotografía: Juan Miguel Morales).

«Sin pies y sin cabeza
cómo puedes tú correr
sin ojos ni lágrimas
cómo vas a nacer.

Creo que caminas
sin mirarte en los demás
que pasas por la vida
sin saber reír
sin saber llorar.

Tú estás en la tierra
y yo voy volando
tú eres de piedra
y morirás esperando [...]

Sin sangre y sin angustia
cómo puedes tú gritar
sin manos, ni deseos
qué cuerpo has de abrazar.

Sin labios ni caricias
qué boca podrás besar
sin arriesgar sentimientos
no podrás sufrir,
no podrás amar».
("Claros sentimientos")

En 1976, Hilario Camacho publicó su tercer LP titulado "La estrella del alba", producido, al igual que el anterior, por Gonzalo García Pelayo; en esta ocasión le acompañaron en la grabación Tony López –guitarras–, Jesús Pardo –piano y teclados–, Jorge Pardo –saxo soprano–, Pedro Guerrero – mandolina–, Jorge "Flaco" Barral –bajo y coros–, Fernando Bermúdez –batería y percusión– y haciendo coros Ana Martínez y Daniela Hernández. La carpeta del disco fue diseñada y dibujada por Benito y Máximo Moreno.


Sobre la historia, o el origen de este disco, Hilario realizó el siguiente comentario: «Harto de la ciudad me fui a Mallorca; me gustó estar allí y compuse todos los temas del disco y, sobre todo, el que le da título, tema que giraba alrededor de mi deseo hacia una chica que había dejado en Madrid: María; su memoria y su ausencia, mis ganas de vivir, los amaneceres y las estrellas del cielo menorquín, "El Flaco"se refiere a Jorge "Flaco" Barral, bajista uruguayo del que se hizo muy amigo y que compartió con el la creación y la grabación del disco–, la casa del pozo, el cuarto de la música...».

El caso es, que Hilario nos ofreció otro de sus grandes discos –he de confesar que es mi favorito–; en este caso sobresalía el valor y la importancia que le daba a la música, frente al concepto genérico del cantautor de la época reconocido esencialmente por el valor de la palabra. De hecho en este LP Hilario nos ofreció tres temas instrumentales magníficos: "La estrella del alba", "La casa del pozo" y "El paseo del atardecer".

Por otra parte, en este tercer disco Hilario hace una apuesta valiente, arriesgada y muy profunda sobre unos derechos que en aquel momento –y en general, en todo el pensamiento racionalista– eran despreciados, particularmente por los varores, es decir, por los "machitos"; me refiero en concreto al derecho a soñar y a imaginar –al "delirío", llega a decir Galeano– y el derecho a sentir –derecho y necesidad sobre las que gira el contenido de la canción "Claros sentimientos" con la que iniciaba el "cuelgue" de hoy–. 

Por aquellos mismos años, Hilario se encontró y trabajó con Maria del Mar Bonet en la musicalización de prácticamente todos los poemas que integraron el disco genéricamente titulado María del Mar Bonet, grabado en 1974.



Tres años más tarde, en 1981, Hilario Camacho grabó un cuarto disco fundamental en su trayectoria musical y poética, me refiero al LP "La mirada en el espejo"; obra producida y dirigida por Joaquín Torres, en la que le acompañaron Fernando Sancho, José Antonio Galicia, Miguel Ángel Chastang, Tito Duarte y José Antonio Romero.


"La mirada del espejo" es un disco totalmente urbano, que contrasta con el anterior; en él Hilario le canta a amor –a sus experiencias amorosas llenas de contradicciones, y de luces y sombras–; y a Madrid, ciudad que siempre quiso, a la que siempre regresó, pero en la que vivió también duras experiencias de soledad y de pérdida de su identidad.

«Madrid amanece
con ruido, con humo
y oscuros borrones
flotando entre nubes.

Madrid amanece
entre sueños perdidos
confusión y sorpresa
latiendo en las venas
y entre tinieblas de fiebre
se abre paso la luz
es como una resaca
contagiosa y común
que te vuelve a recordar
qué solo estás
qué solo estás
qué solo estás
en medio de tanta gente 
qué solo estás.

Madrid amanece
con miradas de odio
egoísmo y desdicha
corriendo sin meta.


Madrid amanece
entre amorosas cadenas
amarga desidia
y lágrimas ácidas.

Y ese llanto salado
moja tu paladar
Madrid amanece 
a través del cristal
y te vuelve a recordar
qué solo estás
qué solo estás
qué solo estás
en medio de tanta gente 
qué solo estás
una vez más
una vez más».

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