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jueves, 19 de enero de 2017

RETRATO ÍNTIMO DE "VÍCTOR MANUEL SAN JOSÉ"

VÍCTOR MANUEL SAN JOSÉ

Estoy creando la entrada de VÍCTOR MANUEL SAN JOSÉ 
en la WEB "CANCIÓN CON TODOS y me ha venido a la memoria 
el "retrato íntimo" –ilustrado por Alfredo Gonzalez– 
que redacté en 1998 para mi libro "Crónica Cantada de los Silencios Rotos. 
Voces y Canciones de Autor 1963-1997." Hoy, me apetece compartirlo 
aquí donde "CANTAMOS COMO QUIEN RESPIRA".


«Mis canciones brotan de la tierra como el pino verde, como el trigo blanco; mis canciones a veces celebran y a veces lamentan la lucha del hombre». Así definía Víctor Manuel, en 1970, la identidad de aquel arte y de aquel oficio en el que se inició intuitivamente años atrás –siendo adolescente– cuando le regalaron su primera guitarra; una guitarra comprada en un bazar de Mieres por ochocientas pesetas.

Veintiséis años después, en una de sus canciones nos dice: «No puedo vivir sin memoria, sin la memoria de cada paso que anduvimos, sin la memoria de todas las cosas que he vivido» (Hermosas palabra esta de "memoria" –aunque a veces sienta miedo de que, de tanto usarla, le hagamos perder su significado y su sentido–.)

La memoria me devuelve, en este momento, a aquel muchacho asturiano que, en el tiempo que él llamó, en alguna ocasión, "tiempo de cerezas", supo fotografiarnos el alma de personajes cotidianos enraizados en la tierra y en la realidad más descaradamente popular; personajes, entrañables como "El abuelo Vitor", "Carmina", aquel minero de la "planta 14", María Coraje, "el viejo coronel, o "el cobarde...; la memoria me devuelve, a la vez, al Víctor profundo e intimista que nos confidenciaba que tenía el alma cansada y que nos transmitía sus sensaciones –sensaciones compartidas– en aquello días tan raros; o al Víctor "confesándose a un reloj", escribiendo un "antipoema", o inundando de "verde" expectativas y sueños de futuro; aquel Víctor que nos hizo un poco más románticos con su "canción para Pilar", y un poco más subversivos a través de sus cantos a la libertad o de sus "versos escritos con dolor"; El Víctor de "Cómicos" o de "¡Ay amor"; el que supo "tender al sol su corazón" y confidenciarse con "la luna"; aquel Víctor que nos devolvió "el delicado olor de las violetas" y que supo reivindicar, junto con Ana, que "siempre hay tiempo para la ternura".



La evolución de todas esas realidades hechas canción –rescatadas en este momento, a través del ejercicio transparente de la memoria– irremediablemente despiertan en mi un profundo sentimiento de gratitud hacia Víctor Manuel por sus canciones, por su lenguaje directo e íntimo a la vez, y, sobre todo, por su sensibilidad; el mismo sentimiento que experimenté cuando él generosamente –junto con Ana y Ricardo Cantalapiedra–, me acompañaron en el acto de presentación de mi primer libro, escrito a mediados de los setenta.

Pero he de decir que este sentimiento personal habría que hacerlo extensivo, y de forma más generalizada, dado que Víctor Manuel ha sido, indiscutiblemente, uno de los creadores que consiguió, ya a finales de los sesenta, que la "nueva canción" –sin perder nada de su identidad– fuera realmente una "canción popular"; una canción de calidad que calara en el corazón del pueblo, es decir, de todos –los intelectuales, los universitarios y la gente sencilla con capacidad de escucha y de silencio, esa gente a la que alguien en su día llamó la "mayoría silenciosa–; una canción capaz de abrirnos, a todos, horizontes y deseos de justicia y de amor a la libertad. Unas canciones, las de Víctor, que siempre permanecerán en la memoria sentimental y ética de nuestro país como el testimonio de un hombre –"perseguidor de sueños"– que sintió la vida como un gran desafío y que procuró contagiarnos cantando, sus "ganas de vivir".

Hoy Víctor ha tomado la opción personal de reaparecer intermitentemente en recitales y nuevas grabaciones; una reaparición en la que, cuando se produce, siempre me parece estar viéndole con esa imagen simbólica –creada por Alfredo González– del "cómico" a su espalda; imagen simbólica del triunfo de la sensibilidad y de la práctica del arte en libertad. «Codo con codo se hará la cultura popular. Aunque la cubran de sal, la semilla crecerá. ¡Cómicos!»


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