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miércoles, 26 de diciembre de 2012

... Y LA PALABRA SE HIZO MÚSICA. "¡CANTEMOS COMO QUIEN RESPIRA!" (1ª Parte)






Continúo recuperando el libro 
"Crónica cantada de los silencios rotos".
Tras la "introducción" realizada en dos "cuelgues" 
anteriores, hoy inicio el Primer Capítulo titulado:
«...Y LA PALABRA SE HIZO MÚSICA.
¡CANTEMOS COMO QUIEN RESPIRA».


Como pórtico de la crónica que me dispongo a relatar, creo que es necesario definir y delimitar, con toda la claridad y precisión que me sean posibles, cuáles son las canciones que la van a ir entretejiendo.

En  principio, y sin entrar, por el momento, en más detalles, es claro, y así me lo propongo, que el hilo conductor y el contenido argumental, que les irá dando forma a mis reflexiones, va a ser la "canción" entendida tal y como es y como podemos encontrarla definida en cualquier diccionario o enciclopedia general o de la música.

Veamos algunas de esas definiciones:

Canción. Composición en verso, que se canta, o hecha a propósito para que se pueda poner en música. (Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española).
Canción. Composición en verso para ser cantada, tanto de origen popular como de origen culto. (Gran Enciclopedia Larousse).
Canción. Forma de expresión musical en la que la voz humana desempeña el papel principal y tiene encomendado un texto [...]; más específicamente, una composición vocal breve, sencilla, que consta de una melodía y un texto, en verso. (Diccionario Harvard de Música. Alianza).
Canción. Pieza poética dividida en estrofas, a menudo destinada a ser cantada y que normalmente termina por un estribillo. Su sentido es  muy amplio: se emplea tanto en la música popular como en la culta; las formas difieren según los temas tratados, el esquema prosódico o el estilo. (Enciclopedia Salvat de la Música).

Conectando con estas y otras definiciones, resulta evidente que en el desarrollo de este libro voy a utilizar un vehículo de expresión y de comunicación, abierto y diversificado, que tuvo su origen aquel buen día, impreciso y lejano, en el que alguien, motivado por una experiencia religiosa o profana, provocó el gran gesto creativo que supuso que la palabra se hiciera música.


A partir de aquel día, que sin duda se remonta a los orígenes de nuestra historia, la canción se convirtió en uno de los cauces expresivos y comunicativos más comunes y más universales de la humanidad; universalidad no sólo entendida en la perspectiva espacio-temporal, sino, sobre todo, –y ahí radica para mí su grandeza– en la perspectiva social y en la enorme variedad de su presencia –en todas las épocas, pueblos y culturas– como resultado del ejercicio generalizado de la libertad creadora: canción culta y popular; épica, lírica o religiosa; trovadoresca, de gesta y cortesana, canción de cuna, de corro o de trabajo; procesional, nupcial y funeraria; canciones de amor cortesano, metafísico, erótico, sentimental u obsceno; cantigas, baladas, rondas, madrigales, canciones de ciego, casidas, villancicos o romances; himnos de protesta, salmos y varietés picantonas de cabaret o music-hall; ópera, opereta, zarzuela y género chico; habaneras, cha-cha-chás, napolitanas, coplas, tangos y rancheras; sambas, congas, manbos, rumbas, cuplés y tonadillas; folk, folk-song, pop o rock and roll; la canción ligera y melódica; las canciones de la resistencia y aquellas inolvidables "canciones para después de una guerra"; las canciones de ida y vuelta y los cantes: soleares, fandangos, tarantos, bulerías, campanilleros, romeras tientos y seguiriyas... (Razón llevaba el poeta: «¡Cantamos como quien respira!»).

En toda esta amplia y diversificada variedad de canciones podemos encontrar, al menos. dos elementos comunes y aglutinantes, me refiero, en primer lugar, a ese gesto original, y exclusivamente humano, que supone la creación, en este caso musical y poética; creación libre, cuando surge espontáneamente como respuesta a una necesidad íntima y personal; o por encargo, cuando el gesto creador se siente condicionado, o debe responder, a unas demandas o a unas exigencias de marketing o del mercado.

A la vez, en los cientos de miles de canciones creadas a lo largo de nuestra historia –con independencia de sus intenciones, de sus estilos o de los temas que en ellos puedan ser tratados–, podemos encontrar también otro elemento que de alguna forma las hermana o las "hermanastra", especialmente, a través de la palabra: todas esas canciones –lo pretendan o no sus autores y autoras, muchos de ellos anónimos– fotografían o son el reflejo, más o menos consciente, y de forma más o menos directa, de la realidad más íntima de su creador y del contexto social en que nacieron. «Las canciones –como dice Manuel Vázquez Montalbánson a la vez paisaje de un tiempo, huellas de quienes las cantaron y fotografías de los suspiros tolerados o prohibidos de una sociedad».

Es precisamente ahí, en esos dos puntos de confluencia, que podemos encontrar en todas las canciones, donde surge el hecho y la riqueza de su diversidad, y donde se encuentran y se pueden establecer los rasgos más claramente diferenciadores de lo que, a lo largo de estos treinta y cinco años, se ha llamado "canción de autor".

Fotografía de Alicia Albarrán.

Dos son, desde mi punto de vista, los rasgos o características que dan su identidad a esas canciones:

Son, en primer término, canciones nacidas desde la libertad creativa de sus autores y en el ámbito de su intimidad y de sus silencios; libertad conscientemente asumida por músicos y poetas, aun a riesgo de verse sometidos, en otros tiempos, al oscurantismo o a la censura, y, con frecuencia, en la actualidad, a la sanción de las casas discográficas o de los medios de comunicación que, con la prepotencia y el poder que los caracteriza, suelen soltar aquello, por algunos cantores tan oído, de «esto está muy bien, pero es muy poco comercial; lo sentimos, pero no podemos editarlo» o aquello otro de «ya nos gustaría, pero nos resulta imposible colocarlo en nuestras listas de los 40 principales o de los 100 más populares». (En este último caso, a lo mejor, con un "generoso y bien abultado sobre» se habría podido encontrar una solución al, en principio, tan insalvable problema).

Este primer rasgo diferenciador podemos hallarlo claramente expresado entre otras, en dos canciones cuyos textos han sido escritos por dos de los que podríamos llamar los "padres de la nueva canción": Raimon y Jesús Munárriz.

La canción de Raimon podemos escucharla pulsando el siguiente enlace:


Raimon.

«Jo no tinc cançons;
em tenen a mi
elles, les cançons.
Quan volen, quan vénen,
quan? Qui ho pot saber.
Algunes arriben i es fan notar,
em miren i van entrant pels meus ulls,
per les orelles, per la meua pell
i, si volen, es queden i fan niu.
D'altres passen de llarg, però em criden.
Jo he passat hores, dies i anys
per cases, per carrers i per ciutats,
per boscos i camins, per vents i mars
percaçant-les. Oh, desig de cançons.
De vegades n'he pres una
i l'he acaronada dolçament,
l'he passejada per casa;
l'hi he fet vore els llibres meus,
i la música estimada,
la pintura que m'agrada,
l'amor que em fa sentir viu.
De vegades es mostren rebels
i parle amb elles i em van dient
el que voldrien que jo cantés:
menyspreu per a tots els opressors,
paraules que els puguen fer mal.
Amor i fermesa en el combat
per a tots els oprimits.
Música i consol i companyia
per als solitaris i marginats.
Oh, desig de cançons.
Jo no tinc cançons;
em tenen a mi
elles, les cançons.
Quan volen, quan vénen,
quan? Qui ho pot saber.
Oh, desig de cançons».
("Oh, desig de cançons". Raimon)

«Yo, no tengo canciones; / ellas me tienen a mí, / las canciones. / Cuándo quieren, cuándo vienen, / ¿cuándo? Quién sabe. / Algunas llegan y se hacen notar, / me miran y van entrando por mis ojos, / por mis oídos, por mi piel, / y, si quieren, se quedan y anidan. / Otras pasan de largo, pero me llaman. / Yo he pasado horas, días y años / por calles, por casas y por ciudades / por bosques y caminos, por vientos y mares/ persiguiéndolas. Oh, deseo de canciones. / A veces he cogido una / y la he acariciado dulcemente, / la he paseado por casa; / le he mostrado mis libros, / y la música amada; / la pintura que me gusta, / el amor que me hace sentir vivo. / A veces se muestran rebeldes / y hablo con ellas y me van diciendo / lo que quisieran que yo cantara: / desprecio para todos los opresores, / palabras que pudieran hacerles daño. / Amor y firmeza en el combate / para todos los oprimidos/ Música y consuelo y compañía / para los solitarios y marginados. / Oh, deseo de canciones. / Yo no tengo canciones; / ellas me tienen a mi, / las canciones. / Cuándo quieren, cuándo vienen, / ¿cuándo? Quién sabe. /Oh, deseo de canciones». ("Oh, deseo de canciones". Raimon).

Jesús Munárriz contemplando la estatua de Ken Follett.

«Mi voz limita al norte con el silencio,
al este con el filo de la esperanza,
al oeste limita con sangre y fuego,
mi voz al su se pierde, se hunde y desgarra.
Los puntos cardinales baten mi frente,
las voces del silencio marcan mi alma;
trampolines de sueño, signos urgentes
encuentran su camino por mi garganta.
Como un puñal o una caricia,
como un fusil o una sonrisa,
que como una luz que el viento agita,
surge mi voz, brota mi vida.
Ni brújula, ni mapas, ni derroteros
se cruzan en la ruta de mis canciones,
el rumbo que yo sigo nace adentro,
son huellas de mis pasos y mis errores.
Jamás he escatimado, me doy entero,
soy como soy, y entrego lo que poseo,
mi voz, mis alegrías y mis tristezas,
mis gozos y mis dudas, mis sentimientos».
("Mi voz limita al norte". Jesús Munarriz)

Una segunda característica, vinculada a la anterior, que, desde mi punto de vista, define e identifica a las canciones con las que me propongo escribir esta crónica, es el tipo de realidad que reflejan, es decir, la experiencia que nos expresan o nos confidencian.

Son canciones en las que sus creadores, conscientes, racional y sensitivamente, del mundo y de la experiencia que les ha tocado vivir, nos ofrecen una visión de la realidad que es, a la vez, verdadera y crítica, íntima y compartida, comprometida, a veces rebelde y siempre esperanzadora; canciones honestas en las que, a través de la palabra y de la música libremente interpretadas –«sin charlatanería, ni adornos de oropel»–, podemos encontrarnos con nosotros mismos, en lo más hondo y en lo más verdadero de nuestra identidad, y podemos abrirnos, también, al hallazgo o al redescubrimiento del espacio de la realidad, íntima o social, que la canción es capaz de fotografiarnos.

En esa perspectiva, o forma de entender la canción, siempre me impresionó, sin dejar de sorprenderme, el verso cálido del poeta Gabriel Celaya que, en la voz de Paco Ibáñez nos dijo "que nuestras canciones no pueden ser sin pecado un adorno».

Gabriel Celaya con Amparo, su compañera del alma.

«Cantar es más que hablar. 
Cantar es alabar y abrir con un ¡oh¡ el mundo. 
Cantar es admirar ; no explicar, no decir. 
Cantar es saludar lo que no es explicable. 
mostrar la maravilla de la realidad, 
vivir en el asombro del mundo de los dioses 
que es también nuestro mundo, según vemos de pronto : 
El que descubrimos como tontos con amor, al desear.

Cantar es percibir y quedar fulmidado, 
y dar con las palabras que, al decir, son lo que es 
sin charlatanerías, ni adornos de oropel 
Cantar es descubir el misterio del hecho 
que aunque está ante nosotros no sabemos ver, 
Cantar, no es hablar, es ganar y perder, 
es abrir lo celeste y encontrar, ciego, en él, 
al dios que espera al hombre para poder creer».
("Esto es cantar". Gabriel Celaya)

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