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lunes, 2 de enero de 2012

QUINTÍN CABRERA III - TODA UN VIDA DE CANCIONES Y DE SOLIDARIDAD

Quintín Cabrera.


En 1979, ya en Madrid, Quintín se encontró con Manuel Domínguez, crítico musical y amante apasionado del folk y de las músicas del mundo, que, en aquel momento, había puesto en marcha un magnífico e intachable sello discográfico llamado «Guimbarda».

Manolo le propuso grabar su cuarto disco en su nuevo sello, y así fue como nació la que personalmente considero la obra más completa e interesante de Quntín Cabrera: la titulada «Un largo abrazo de agua» (Guimbarda, 1979).

En aquella ocasión, Quintín volvió a rodearse de un magnífico equipo de músicos y de colaboradores que intervinieron en la grabación de forma absolutamente solidaria: Fausto Díaz Bordado –que se responsabilizó de los arreglos y de la dirección musical–, Luis Pastor, Bernardo Fuster, Teresa Cano, Paco Morote, Kinito, Pascual Villaescusa, Luis Mendo, Rafael Puerta, Gonzalo Ferrari Prezioso, Nito Corrazo, Eduardo Hernández Videla, Gladys Cabrera y el inolvidable Rufo, que tan importante fue para nuestra música popular y tanto hizo por ella.



Respecto a las canciones de aquel disco, hay que decir que todas fueron compuestas, música y letra, por Quintín, menos la titulada "Amor que tens ma vida", canción basada en una melodía provenzal del siglo XVI; bellísimo tema, hermosamente tierno, que fue el primero que el cantante uruguayo aprendió tras su llegada a Cataluña.

Entre las canciones originales integradas en «Un largo abrazo de agua», me voy a permitir resaltar la titulada «Asesinos del paisaje»; canción que Quintín explica y sitúa como sigue:

«Una empresa constructora de Barcelona (omnipresente en todos los barrios) se anunciaba mediante un cartel que reproducía un plano de la ciudad y sobre éste una mano gigantesca. Terrorífica. Y terrorífico porque la ciudad ha sido pasto durante muchos años de los especuladores que han derribado edificios singulares e históricos sin más ánimo que el lucro, arrasando zonas verdes a su paso. Esperemos –decía entonces, recién elegido alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galvánque con el triunfo de las izquierdas en la alcaldía, la ciudad pueda a volver a ser u hermoso lugar para vivir».


«Los diminutos mercaderes de la angustia,
asesinos del paisaje ciudadano,
como Atilas modernos, devastando
sobre nuestra ciudad meten la mano.
Son brujos que se sacan de la manga
permisos y leyes especiales,
están presentes en todas las esquinas
y para todo siempre tienen llave.


Matan parques, jardines y esperanzas.
A su merced están las calles asustadas.
Fabricando ciudades depresivas,
construyen nichos gigantes con ventanas.
Impunes en los años del fascismo,
tampoco les va mal la democracia:
pueden ser senadores o ex-ministros,
presidentes de club, según su talla.


Son una especie que, a pesar de su plumaje,
de tener un magnífico presente
y de gozar de los placeres de la vida,
se asegura su extinción próximamente.
Sus mejores aliados son los duros,
rinden culto al oro, metal divino.
Sus peores enemigos, ya se sabe,
son las asociaciones de vecinos»


Entre 1979 y 1995, haciéndole frente a la llamada crisis de los cantautores que se produjo tras la transición democrática española, Quintín Cabrera siguió componiendo canciones, ofreciendo sus recitales –muchos de ellos en solidaridad con alguna causa justa y necesaria– y, sobre todo, implicándose en todo tipo de iniciativas que tuvieran que ver con el mundo de la música y de la canción de autor, del que nunca dejó de ser un militante activo y apasionado.

Una de aquellas iniciativas que, en su momento, resultó útil e interesante fue la fundación del llamado Centro de la Canción ZECA, en recuerdo al grandísimo creador portugués José Zeca Afonso.

Aquel centro surgió, fundamentalmente, como una plataforma reivindicativa del género de la «canción de autor», y, en esa misma línea, como punto de encuentro para aunar el esfuerzo de los cantantes respecto a la apertura de canales, o de espacios, para la expresión y la difusión de sus creaciones. (En realidad Quintín, en aquel momento, puso en marcha una iniciativa que tiene mucho que ver con el Centro de Documentación de la Canción de Autor que ahora estamos intentando crear en colaboración con el Ayuntamiento de Rivas).

En 1995, al tiempo que realizó un intenso trabajo como secretario de ZECA, Quintín grabó y reapareció en el mundo discográfico con un nuevo disco al que llamó «Plenilunios», obra arreglada y dirigida musicalmente por Andrés Bedó, en la que colaboraron, entre otros artistas y amigos, Javier Bergia, Pablo Guerrero, Eliseo Parra, Luis Pastor y José Antonio Labordeta.



Seis años más tarde, en 2001, Quintín Cabrera decidió hacer una especie de síntesis musical del camino recorrido, que concretó en la edición de un CD en el que volvió a interpretar dieciséis de sus canciones más significativas.

Aquel trabajo, titulado «Casi, casi, una vida», se grabó en la sala Manuel de Falla de la Sociedad General de Autores y Editores, en Madrid, con Eliseo Parra como coproductor.

El periodista Xabier Rekalde –amigo entrañable, lamentablemente fallecido–, tras escuchar el nuevo disco de Quintín, escribió una reseña a la que tituló “Una vida en canción”; reseña que me permito reproducir a continuación porque considero que nos ofrece una magnífica síntesis de la obra y de la personalidad de este poeta y cantor uruguayo, bondadoso, solidario y de sensibilidad desbordante:

«Quintín Cabrera –escribía Xabier– ha cocinado un álbum fresco y sentido con los restos vivos de la batalla: es un relato de lo que ya está hecho, y también de la persecución de los imposibles que tenían que haber sido.

Está levantado en la pequeña vida cotidiana, en ese rinconcito personal que sólo los tozudos han sabido hacer diferente, aunque haya salido regular, y sólo sea el refugio que les permite respirar más a gusto entre las nubes del pensamiento tóxico.




Es un disco emocionado de la ruta inacabada de este cantor montevideano que ha replicado a todas las soberbias, en Barcelona, en Sevilla, en Madrid, allá donde su travesía ha tenido hueco para depositar los recortes mellados de su inmensa humanidad, las cosas de aquí con rimas de otro mar, con la cadencia aromática de su infancia y con la rabia y la ternura crecidas y aseguradas por los años. Lo hace en el castellano viajero que ha ido cuidando en su inquieta mesilla nocturna; y en el catalán, porque es una lengua suya y de sus hijos.

Este es un disco hilado con estambres delicados, con casimires rítmicos que avivan unos arreglos espontáneos y sutiles. Hay muchas manos en la trastienda amorosa de esta obra. Hay instrumentos y voces amigas. Y se notan el pulso y las caricias felices de la cabeza organizadora más creativa de esta témpora seca: la de Eliseo Parra. Y hay un mundo de colores breves, francos, enteros, que son los que corresponden a las palabras, los que subrayan mejor su intención. Quintín nos ha devuelto un pasado que andaba escondido, y se nota como presente. Y pienso en alto: el amor y el combate son la misma cosa. Es casi, casi, una vida, cantada haciendo repaso sentido de la retaguardia de todas las experiencias, que es el espacio donde realmente han sucedido».

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