Vistas de página en total

miércoles, 4 de mayo de 2011

¡MALDITAS GUERRAS! - 43

Ayer, en el cuelgue contra la guerra y la violencia, Joseph Rotblat (Premio Nobel de la Paz en 1995) nos hablaba del Manifiesto Russell-Einstein que él mismo firmó en 1955. Considero que se trata de un documento importante que deberíamos recordar para que no se olvide y para que se sigan defendiendo sus contenidos y luchando por ellos.

Dicho Manifiesto fue un texto redactado por Bertrand Russell y apoyado por Albert Einstein, firmado por once grades científicos, en Londres. el 9 de julio de 1955.

Firmantes de Manifiesto. En la parte superior de izquierda a derecha: Max Born, Perry W. Bridgman,
Albert Einstein, Leopold Infeld, Frederic Joliot-Curie
y Herman J. Muller.
En la parte inferior: Linus Pauling, Cecil F. Powell, Joseph Rotblat, Bertrand Russell e Hideki Yukawa.

En medio de la Guerra Fría, los firmantes mencionados alertaban de la peligrosidad de la proliferación de armamento nuclear y solicitaban a los líderes mundiales buscar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales.

El texto de este Manifiesto fue el siguiente:

Manifiesto Russell-Einstein

«En la trágica situación que enfrenta la humanidad, creemos que los científicos deben reunirse en conferencia para evaluar los peligros que han surgido como consecuencia del desarrollo de armas de destrucción masiva, y para discutir una resolución en el espíritu del borrador adjunto.

Estamos hablando en esta ocasión, no como miembros de esta u otra nación, continente, o credo, sino como seres humanos, miembros de la especie Hombre, cuya existencia continuada está en duda. El mundo está lleno de conflictos; y, por encima de todos los conflictos menores, la lucha titánica entre comunismo y anticomunismo.

Casi todo quien es políticamente consciente tiene profundos sentimientos sobre uno o más de estos asuntos; pero queremos que ustedes, si pueden, aparten esos sentimientos y se consideren sólo como miembros de una especie biológica que ha tenido una notable historia, y cuya desaparición ninguno de nosotros puede desear.

Debemos procurar no decir ni una palabra que pueda atraer a un grupo más que a otro. Todos, igualmente, están en peligro, y, si se entiende el peligro, existe la esperanza de que podamos evitarlo colectivamente.

Tenemos que aprender a pensar de nueva manera. Tenemos que aprender a preguntarnos, no sobre las medidas que deben tomarse para asegurar la victoria militar de cualquier grupo que prefiramos, pues ya no existen tales pasos; la cuestión que nos debemos formular es: ¿qué medidas deben adoptarse para evitar una contienda militar cuyo resultado será desastroso para todas las partes?

Bertrand Russell presentando el Manifiesto a los medios de comunicación.

El público en general, incluso muchos hombres en puestos de autoridad, no han imaginado lo que supondría verse envueltos en una guerra con bombas nucleares. El público en general aún piensa en términos de destrucción de ciudades. Se entiende que las nuevas bombas son más poderosas que las antiguas, y que, mientras una "bomba-A" pudo arrasar Hiroshima, una "bomba-H" podría destruir las más grandes ciudades, como Londres, Nueva York y Moscú.

No cabe duda de que en una guerra con "bombas-H" las grandes ciudades quedarían aniquiladas. Pero ese sería uno de los desastres menores a los que nos tendríamos que enfrentar. Si todos en Londres, Nueva York y Moscú fueran exterminados, el mundo podría, al cabo de unos pocos siglos, recuperarse del golpe. Pero ahora sabemos, especialmente tras la prueba de Bikini, que las bombas nucleares pueden expandir gradualmente su destrucción sobre una superficie mucho más amplia de lo que se había pensado.

Se asegura con excelente autoridad que puede fabricarse ahora una bomba que sería 2.500 veces más potente que la que destruyó Hiroshima. Tal bomba, si explotara cerca de la superficie o bajo el agua, enviaría partículas radiactivas a la capa superior del aire. Descenderían gradualmente e irían llegando a la superficie de la tierra como mortífero polvo o lluvia. Ese polvo fue el que afectó a los pescadores japoneses y a los peces que capturaron. Nadie conoce la amplitud con la que podrían esparcirse esas letales partículas radio-activas, pero las mejores autoridades son unánimes al decir que una guerra con "bombas-H" podría posiblemente señalar el final de la raza humana. Se teme que de utilizarse muchas "bombas-H" habría una muerte universal, inmediata sólo para una minoría, pero para la mayoría en lenta tortura de enfermedad y desintegración.

Se han formulado muchas advertencias por eminentes científicos y por autoridades en estrategia militar. Ninguno de ellos dirá que pueden asegurarse las peores expectativas. Lo que dicen es que tales resultados son posibles, y nadie puede tener la seguridad de que no se hagan realidad. No hemos encontrado aún que las opiniones de los expertos en estos asuntos dependan en ningún grado de sus posiciones políticas o prejuicios. Sólo dependen, hasta donde nuestras investigaciones han revelado, del grado de conocimiento de cada experto en particular. Hemos descubierto que los hombres que más saben son los más sombríos.

Aquí está, entonces, el problema que presentamos, crudo, horrible e ineludible: "¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?" La gente no se plantea esta alternativa porque es muy difícil abolir la guerra.

La abolición de la guerra exigiría desagradables limitaciones de la soberanía nacional. Pero lo que impide quizá comprender la situación más que cualquier otra cosa es que el término «humanidad» suena vago y abstracto. La gente apenas se imagina que el peligro es para ellos y sus hijos y sus nietos, y no sólo para una humanidad vagamente aprehendida. Apenas se imaginan que son ellos, individualmente, y aquellos que aman quienes están en peligro inminente de perecer angustiosamente. Y por eso confían en que quizá deba permitirse que la guerra continúe siempre que sean prohibidas las armas modernas.

Esta esperanza es ilusoria. Cualesquiera acuerdos que se alcancen en tiempos de paz para no utilizar "bombas-H", no se tendrán por obligatorios en tiempos de guerra, y ambas partes se pondrán a trabajar para fabricar "bombas-H" en cuanto estalle la guerra, porque si un bando fabricase bombas y el otro no lo hiciera, quien las fabricase resultaría inevitablemente victorioso.

Aunque un acuerdo para renunciar a las armas nucleares como parte de una reducción general de armamentos no equivalga a una solución definitiva, serviría para ciertos objetivos importantes. [...] Debemos, por tanto, dar la bienvenida a un acuerdo, aunque sólo sea como un primer paso.

La mayoría de nosotros no somos neutrales en los sentimientos, pero, como seres humanos, tenemos que recordar que, si las cuestiones entre el Este y el Oeste deben decidirse de forma que den alguna posible satisfacción a cualquiera, sea comunista o anticomunista, sea asiático, europeo o norteamericano; sea blanco o negro, tales cuestiones no deben decidirse por la guerra. Debemos desear que se entienda esto, tanto en el Este como en el Oeste.

Tenemos ante nosotros, si queremos, un progreso continuo en felicidad, conocimiento y sabiduría. ¿Elegiremos en cambio la muerte, porque no podemos olvidar nuestras disputas? Hacemos un llamamiento como seres humanos a seres humanos: recordar vuestra humanidad, y olvidar el resto. Si podéis hacerlo, está abierto el camino hacia un nuevo Paraíso; si no podéis, se muestra ante vosotros el riesgo de la muerte universal».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

YA PUEDE VISITARTE EN "INSTAGRAM·" LA CUENTA "CANTARCOMORESPIRAS" Y EN ELLA LAS DOS PRIMERAS PUBLICACIONES SOBRE LUIS EDUARGO AUTE

EL jueves, 18 de noviembre de 2010, puse en marcha este Blog al que, pensando en el gran poeta, amigo del alma, GABRIEL CELAYA , titulé “CAN...