Trabajando en la Editorial Alhambra-Longman y en el contexto de la Reforma Educativa planteada a partir de la implantación de la LOGSE (Ley de Ordenación General del Sistema Educativo) (1990), puse en marcha, junto a un formidable equipo de colaboradores, un Proyecto de Educación Primaria y Secundaria al que llamé ALBANTA que fue apadrinado por Luis Eduardo Aute.
Se trataba de un proyecto que se identificaba plenamente con lo que decía la letra de aquella canción. En Albanta nos planteamos como objetivo prioritario la posible creación de un mundo nuevo y de una nueva realidad en la que, como dice Aute, «amar sea la flor más perfecta que crezca en nuestro jardín».
Destacar, por ejemplo, que dentro del proyecto, creamos y publicamos un cuento ilustrado al que titulamos "ALBANTA" escrito por Olga Casanova e ilustrado por Jesús Gabán.
(Comparto, seguidamente el vídeo en el que aparezco conversando con Eduardo sobre el proyecto. Precioso encuentro que tuvimos y grabamos en su casa y en el que al final nos canta Albanta en directo y a guitarra. En aquel momento ya manteníamos una gran amistad.)
Por aquel inolvidable proyecto recibimos el Premio Emilia Pardo Bazán del Ministerio de Educación.
También en Alambra-Longman, y de vuelta con las canciones, tuve el inmenso placer de trabajar con Manuel Picón y Olga Manzano en otro proyecto pedagógico radicalmente innovador al que titulamos "Canciones y jueguercicios de ortografía y expresión escrita".
Un buen día me llamó Manuel Picón por teléfono y me contó algo en lo que venía trabajando junto con Olga, por si me parecía interesante publicarlo. Al día siguiente, quedamos en la editorial y su propuesta me entusiasmó. Consistía en un método para enseñar las normas de ortografía y los recursos básicos de la expresión escrita a través de canciones.
En lo que Manuel me presentó, por una parte se fundían la canción y la pedagogía, que como ya sabréis es una de mis obsesiones irrenunciables; y, por otra, tenía mucho que ver con lo que decía don Miguel de Unamuno: «El pueblo necesita que le canten mucho más que el que le enseñen», y con un principio didáctico muy tradicional, pero prácticamente olvidado, el de motivar la enseñanza de los niños cantando, o sea, «deleitando».
El proyecto me pareció apasionante y lo llevamos a cabo. Se componía de dos casetes con diez canciones cada uno, acompañados de unos cuadernos en los que se trabajaba la norma ortográfica o el tema de expresión escrita que se abordaba en cada canción.
Fue una experiencia inolvidable.
Con la Reforma Educativa a cuestas y con aventuras locas como la de Olga y Manuel, trabajé en Alambra-Longman hasta 1992, año en que tomé la decisión de dejar la empresa para volar durante un tiempo en libertad.
En aquel momento estaba naciendo en mi corazón y en mi cabeza un nuevo proyecto educativo al que llamé ALAUDA.
Fue un proyecto centrado exclusivamente en la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y la Democracia en el que pude contar con el apoyo y la colaboración de amigos insustituibles como Tonona Martel (mi compañera), Victoria Camps, Adela Cortina, José Antonio Pérez Tapia, Juan Delval y Juan Carlos Tedesco.
Cuando Alauda empezaba a ser una realidad y un sueño posible, recibí una llamada de mi buen amigo Antonio Basanta, director general del Grupo Anaya, para ofrecerme su apoyo y el de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, para darle al proyecto un mayor impulso. Me ofreció, en concreto la posibilidad de transformarlo en un Programa de Cooperación Iberoamérica. La idea me pareció entusiasmante y, sin dudarlo, me integré en Anaya y nos pusimos marcha.
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