Una vez que empecé a trabajar en la Editorial ANAYA, fue en 1993, con el sello editorial ALAUDA-ANAYA, puse en marcha un proyecto de "Educación para la Paz y los Derechos Humanos" –o "Educación en valores democráticos"– al que llamé APRENDER A VIVIR.
Aquel proyecto nada más nacer adquirió una dimensión Iberoamericana y tuve la enorme dicha de poder adaptarlo, lanzarlo y trabajar sobre él en países como Argentina, Uruguay, Perú, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Venezuela, Puerto Rico, y prácticamente toda Centroamérica.
Viajé por todos esos países durante más de un año y me enamoré «hasta las cachas» de todos y cada uno de ellos. Trabajo intenso y muy feliz del que tengo recuerdos y afectos imborrables.
Y, ¡claro!, la «canción de autor» no podía estar ausente de aquel proyecto y en aquel momento de mi vida. Decidí que Aprender a vivir tuviera una especie de himno, una canción que pudiera servir de punto de encuentro para todos los niños y adolescentes que se acercaran al proyecto. Y enseguida pensé que nadie podría componerla mejor que Bernardo Fuster y Luis Mendo, del grupo SUBURBANO.
Hablé con ellos y encantados se pusieron a crear aquella canción –música y letra–. Una vez compuesta, la grabamos en un CD (publicado en 1995) y la presentamos en un precioso concierto del grupo SUBURBANO al completo, celebrado en el salón de actos de la Editorial Anaya.
El texto de la canción es el siguiente:
«Quisiera que supieras
que aún es posible lo que nunca sucedió;
si en tu mirada no hay fronteras
¿por qué las vamos a poner
entre tú y yo?
Quisiera que naciera
un arco iris solidario entre los dos,
recuperar la primavera
y llenar las sombras del silencio
con tu voz.
Si aún soñamos con volar
es que vamos a volar
por más que el tiempo se nos llene
día a día de fronteras.
¡Aprender a vivir!
¡Aprender a vivir!
Quisiera que quisieras
dejar que hable esta noche el corazón
para que el miedo quede afuera
cuando se une el sentimiento y la razón.
Quisiera que supieras
que no estás solo, que yo voy donde tú vas,
que la esperanza es del que espera,
que a fin de cuentas lo importante
está en amar».
Cuando viajé a Ceuta para presentar el proyecto fui invitado por la televisión y al final de la entrevista que me hicieron me sorprendieron con un vidio en el que aparecen niños y niñas de diferentes edades y puede escucharse la canción "Aprender a vivir". (No tiene demasiada calidad visual, pero es sin duda un documento interesante).
El proyecto APRENDER A VIVIR se concretó en la creación de un material didáctico dirigido a alumnos y alumnas de Educación Infantil, Primaria y Secundaria, que se trabajó en España, y que fue adaptado y experimentado en Venezuela, Chile, Puerto Rico, Ecuador, y Argentina. Concretamente en Argentina se decidió cambiar el nombre del proyecto y se le llamó SOLTAR LAS ALAS.
Comparto seguidamente dos vidios que corresponden a las entrevistas que me hicieron en las televisiones de Castellón y de Ceuta, en las que explico el proyecto y hablamos sobre la importancia de la EDUCACION EN VALORES como un contenido esencial de las programaciones educativas.
Es curioso, hace años que no veía y escuchaba estos videos, pero como puede comprobarse los temas que hablamos en ellos tienen una absoluta actualidad, incluso creo que más actualidad que en el aquel año 1995 en que fueron grabados.
Y como no podía ser de otra forma en el material didáctico que incorporé al proyecto no podía faltar la "canción de autor". Por ejemplo, hay dos unidades didácticas en las que se trabajan las canciones de Silvio Rodríguez"El reparador de sueños" o "El barredor de tristezas", y muchas más canciones.
Trabajando en la Editorial Alhambra-Longman y en el contexto de la Reforma Educativa planteada a partir de la implantación de la LOGSE (Ley de Ordenación General del Sistema Educativo) (1990), puse en marcha, junto a un formidable equipo de colaboradores, un Proyecto de Educación Primaria y Secundaria al que llamé ALBANTA que fue apadrinado por Luis Eduardo Aute.
Se trataba de un proyecto que se identificaba plenamente con lo que decía la letra de aquella canción. En Albanta nos planteamos como objetivo prioritario la posible creación de un mundo nuevo y de una nueva realidad en la que, como dice Aute, «amar sea la flor más perfecta que crezca en nuestro jardín».
Destacar, por ejemplo, que dentro del proyecto, creamos y publicamos un cuento ilustrado al que titulamos "ALBANTA" escrito por Olga Casanova e ilustrado por Jesús Gabán.
(Comparto, seguidamente el vídeo en el que aparezco conversando con Eduardo sobre el proyecto. Precioso encuentro que tuvimos y grabamos en su casa y en el que al final nos canta Albanta en directo y a guitarra. En aquel momento ya manteníamos una gran amistad.)
Por aquel inolvidable proyecto recibimos el Premio Emilia Pardo Bazán del Ministerio de Educación.
También en Alambra-Longman, y de vuelta con las canciones, tuve el inmenso placer de trabajar con Manuel Picón y Olga Manzano en otro proyecto pedagógico radicalmente innovador al que titulamos "Canciones y jueguercicios de ortografía y expresión escrita".
Un buen día me llamó Manuel Picón por teléfono y me contó algo en lo que venía trabajando junto con Olga, por si me parecía interesante publicarlo. Al día siguiente, quedamos en la editorial y su propuesta me entusiasmó. Consistía en un método para enseñar las normas de ortografía y los recursos básicos de la expresión escrita a través de canciones.
En lo que Manuel me presentó, por una parte se fundían la canción y la pedagogía, que como ya sabréis es una de mis obsesiones irrenunciables; y, por otra, tenía mucho que ver con lo que decía don Miguel de Unamuno: «El pueblo necesita que le canten mucho más que el que le enseñen», y con un principio didáctico muy tradicional, pero prácticamente olvidado, el de motivar la enseñanza de los niños cantando, o sea, «deleitando».
El proyecto me pareció apasionante y lo llevamos a cabo. Se componía de dos casetes con diez canciones cada uno, acompañados de unos cuadernos en los que se trabajaba la norma ortográfica o el tema de expresión escrita que se abordaba en cada canción.
Fue una experiencia inolvidable.
Con la Reforma Educativa a cuestas y con aventuras locas como la de Olga y Manuel, trabajé en Alambra-Longman hasta 1992, año en que tomé la decisión de dejar la empresa para volar durante un tiempo en libertad.
En aquel momento estaba naciendo en mi corazón y en mi cabeza un nuevo proyecto educativo al que llamé ALAUDA.
Fue un proyecto centrado exclusivamente en la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y la Democracia en el que pude contar con el apoyo y la colaboración de amigos insustituibles como Tonona Martel (mi compañera), Victoria Camps, Adela Cortina, José Antonio Pérez Tapia, Juan Delval y Juan Carlos Tedesco.
Cuando Alauda empezaba a ser una realidad y un sueño posible, recibí una llamada de mi buen amigo Antonio Basanta, director general del Grupo Anaya, para ofrecerme su apoyo y el de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, para darle al proyecto un mayor impulso. Me ofreció, en concreto la posibilidad de transformarlo en un Programa de Cooperación Iberoamérica. La idea me pareció entusiasmante y, sin dudarlo, me integré en Anaya y nos pusimos marcha.